domingo, 29 de enero de 2012

MEJOR COMER QUE PRESUMIR

Ha sido como volver a casa tras mucho tiempo viviendo fuera de ella. Había habido otras visitas pero teníamos el gusto maleado y el alma distraída por lo que nos habían vendido como moderno.
Algunos, no pocos, se han convertido en émulos de Hamlet y, calavera en mano, se revuelven contra el cielo sustituyendo “el ser o no ser, he ahí el dilema” por un más prosaico “tenía y ya no tengo, he ahí el problema” y continúan “nunca llegué a pensar que me vería en estas”. Hijos que después de creerse, porque lo son, adultos, han tenido que volver a la casa de la que se fueron. Clases medias que se miraban al espejo viéndose un poco más altas y ahora comparten espacio en los comedores sociales con los mismos a los que hace no tanto culpabilizaban de su situación, de los que huían sin darse cuenta de que eran parte de lo mismo.
La visita a ‘El Collao’ es la vuelta a casa del hijo que había comido alguna vez en el Bulli, un encuentro familiar de futbolistas modestos donde comparten el cocido alrededor de un balón. El campo del Alcoyano es uno de esos comedores sociales, un campo en el que se reúnen para paliar su hambre de fútbol. Allí, el Alcoyano lleva años  saciandose aunque no sea un estadio cinco estrellas.
Pero las crisis tienen algún aspecto positivo aunque solo sea para los que reflexionamos en abstracto aunque las vivamos en primera persona -para los que las sufren de forma descarnada no hay consuelo filosófico que valga- y tratamos de encontrar los cambios que en la sociedad se producen: tras un tiempo dando más valor al continente que al contenido, al ornato que al meollo, a la lisonja que a las caricias; tras fantasear con quimeras que parecían cercanas, tras creernos ricos, hemos tenido que volver a encontrar el placer de lo pequeño.
El Valladolid se ha codeado con la élite, llegó a creerse poderoso por compartir mesa y mantel con los más ricos del planeta, presumía de ello en sus círculos sociales pero llegó su crisis particular y tuvo que recomponerse. Al principio le costó adaptarse y seguía yendo al bar del pueblo con el traje que guardaba en el armario sin darse cuenta de que la mejor forma de dar el cante en una playa nudista es llevando bañador por muy de marca que sea. Ahora el Pucela lo sabe. Campos como el de ayer recuerdan a la comida casera, a ese fútbol sin parafernalia. En las visitas anteriores a la casa de nuestro padre el fútbol, llámese Huesca o Cartagena, mientras comíamos el cocido hablábamos de las excelencias de los restaurantes que aparecen en la Guía Michelín. Ayer ya no, nosotros, los espectadores, acostumbrados a espectáculos televisivos de más fuste, podemos pensar que no fue así pero baste decir que hubo más disparos a puerta que faltas y eso indica respeto al fútbol. Fue un señor partido en toda regla. Desde la perspectiva blanquivioleta hay otro elemento de satisfacción, el Valladolid ha comprendido que es más importante comer que presumir y supo digerir el menú de principio a fin. La sopa caliente de la primera parte en la que se fue dando calor al estómago con sustos incluidos. La segunda mitad fueron los garbanzos, el estómago aún no se ha terminado de llenar pero el rival, el hambre, comienza a sentirse lejano. El gol llegó con las viandas finales, supo a tocino, chorizo y gallina vieja. Los tres puntos fueron el postre para seguir trabajando con la tripa satisfecha y la boca dulce. Viendo lo visto y sabiendo lo que queda, afirmo, sin temor a que la realidad me deje en evidencia, que este equipo volverá a comer en los mejores restaurantes pero sin despreciar el valor de las comidas más sencillas.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-01-2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario