lunes, 8 de diciembre de 2025

PUES SÍ, TENÍA OTRO PASO

 

Foto: Carlos Gil-Roig

En un encuentro ocasional, una persona que trabaja en una residencia me comentó que uno de los internos del centro compartía conmigo localidad de nacimiento. Al escuchar el nombre, no caí de inmediato. Pero una referencia orientó mi memoria. Entonces, al reconocerle, esbocé una sonrisa bobalicona. Mi cabeza, qué remedio, ella es así, viajó a diversos puntos de aquella época que engloba infancia, adolescencia y primerísima juventud.

 

Los momentos de encuentro con aquel muchacho grande se fueron sucediendo en una especie de proyección sobre mi cerebro. Tan pronto se me aparecía la imagen de su semblante carialegre cuando, sentado en la puerta de su casa, devolvía el saludo a los muchachos que recorríamos el camino de la escuela, como alcanzaba a distinguir su figura enérgica, dichosa, amigable, al mostrar sus láminas coloreadas. De repente, por ligazón, el zigzag memorístico me condujo a una tarde veraniega en la alquería de Astudillo. Allí, el padre de este muchacho conducía una cuadrilla presta para escardar: unos chavales que obteníamos unos duros para evitar pedir en casa la propina y un señor, mayor aún que nuestros padres, que sumaba jornales precisos y preciosos para el sustento familiar. Surco arriba, surco abajo, el hombre acumulaba metros de rezago. El encargado alzó su tronco y, al percatarse, le espetó. «¿Qué, no tienes otro paso?». Sin azararse, con pausa, el jornalero se incorporó antes de emitir sentencia: «Sí, pero es más lento». «Entonces», resolvió el capataz, «continúa con el que llevas».

Un doble tirabuzón psíquico me condujo al Pucela, a su ritmo de escarde. Dudé sobre si ya había utilizado esta anécdota; por lentitud, el Pucela aportó un sinnúmero de opciones. En cualquier caso, me dije. De forma inhabitual, me rondaba una materia sobre la que hacer girar un artículo antes de que comenzara el partido. Idea que, apenas alcanzados los dos minutos, se reforzó cuando el Huesca dejó escapar una ocasión pintiparada. Y luego otra. El rival, al decir de Almada, puceleaba: creaba, amenazaba, pero no concretaba. Por contra, un lujo de Latasa, un disparo malicioso de Chuki, invirtieron los papeles encarnados en fechas precedentes: a la primera ocasión, ventaja propia. Y a la segunda, tras esquivar acometidas oscenses, doble ventaja. Peter Federico, que partía desde la banda que le indica Almada, marca arrancando y consumando en el territorio que Yepes propone. El Pucela demostró que sí tiene otro paso. No cabe –tomo reflexión de otra persona que sabe algo de esto– criticar si se pierde aun creando ocasiones y, a la vez, atizar si se gana pese a concederlas. El Pucela demostró que sí tiene gol. Tal vez los dueños festejen el hallazgo. Se ahorrarían un pico en el próximo mercado. Tal vez, de ocurrir así, Almada maldiga este acierto al entender que encierra algún germen que volverá a menoscabar cuando menos se le espere. Tal vez, pero de momento hemos visto al Pucela apresurar el paso. Y es un paso.

 


miércoles, 3 de diciembre de 2025

LA TORMENTA Y LA GOTERA

 

Foto: Efe

Cincuenta años después, sea por la efeméride redonda, sea porque la coyuntura prescribe una mirada hacia algún punto sedante del pasado, sea por encontrar la génesis de una conversación cerrada en falso que - durante algún que otro decenio aparentó curada o cuanto menos simuló inocua- supura infectada, la Transición vuelve a colear en debates, ficciones o relatos compuestos para la digestión social, para alimento de propios y vómito antagónico. La Transición y su fósforo constitucional. La Transición y sus amenazas latentes. La Transición y su contingencia golpista. La Transición arrinconada cuando dicha contingencia se hizo carne (o la vacuna Tejeril, o la vuelta atrás de un plan que se trastabilló). Una historia de traiciones y lealtades en la que se asumieron como dogma los papeles de traidores y leales preasignados y escritos al pertinente dictado por Victoria Prego. Una historia ahora deshilachada en versiones en las que los relatores, cada relator, distribuyen unos u otros papeles a su conveniencia.

La Transición, desmemoria subsiguiente al silencio impuesto manu militari, pacto para no hacerse daño al estilo del chiste del dentista -eso sí, un acuerdo en que el paciente solo disponía de su mano frente a la dotación amenazante, anestésicos incluidos, del sacadientes- consolidó unos lustros de sensación de bonanza. La Transición, digo, ha perdido su efecto terapéutico.

Al final, los viejos por hastío, los jóvenes por desaliento, diagnostican la quiebra de un modelo que, si alguna vez guareció, ya no transmite sensación de cobijo. Bien entendido, el paradigma resquebrajado, el patrón que amenaza con la intemperie, no es tanto la gotera local como la imponente tormenta global, pero importa que el tejado propio se arregle.

Y no encuentro manera. Las propuestas han desaparecido. El apoyo tan solo se reclama por el descrédito del enemigo, que ya no rival. La libertad augurada, al menos la capacidad de decisión, se deteriora cuando las opciones desaparecen. La alternativa a una propuesta deseada nunca puede ser la que, envuelta en detergente, defiende una idea opuesta.

Y en el mundo de verdad, el de la supervivencia, el de llenar el plato cada día, los mineros aún mueren en la planta catorce.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 2-12-2025

martes, 2 de diciembre de 2025

CUANDO LA ENSALADA ES NADA

 

Foto: Rodrigo Jiménez

De forma sencilla, entendemos el movimiento como la tesitura en la que se encuentra un cuerpo en el transcurso de un cambio de posición. Desde esta perspectiva, el Valladolid, obviamente, modifica su emplazamiento, se mueve hacia adelante, avanza, porque, como dejó cincelado Vujadin Boskov en las tablas de piedra donde se acuñan los mandamientos de la sabiduría futbolística, ‘punto es punto’ y todo suma. Los ahora ancianos que padecieron las inclemencias del hambre de la posguerra extienden este principio futbolero del aludido entrenador serbio a la vertiente nutricia: ‘mejor ensalada que nada’.

La Física afianza la definición; requiere para ello un observador capaz de constatar, mediante mediciones, dicho cambio de posición -en función del tiempo- respecto a un sistema de referencia. Esta perspectiva dota al movimiento de un matiz relativo: un cuerpo, en función del sistema tomado como referencia, puede moverse o no hacerlo –mantenerse en reposo–, puede, incluso, avanzar o retroceder mientras verifica idéntico tránsito. Ya saben, usted y la persona que ocupa el asiento contiguo en un tren en marcha permanecen quietos ante el ojo de una tercera pasajera; se desplazan vertiginosamente hacia adelante desde la óptica de la vaca que pasta en la pradera aledaña a la vía o reculan si nos atenemos a la panorámica que se observa a través de la ventanilla del tren de alta velocidad que, circulando en paralelo, sobrepasa su convoy. El punto –por más que persista en su boskoviano ser punto, por más que, considerando el sistema de referencia de la recta de los números naturales, suponga un avance– comporta un retroceso tanto en la referencia clasificatoria como, y si me apuran esta visión es aún más preocupante, en las coordenadas que definen el nivel del juego, el potencial del grupo. Un puntito p’alante, un, dos tres, un pasito p’atrás. Pero no punto y pasos sucesivos, como los de la coreografía del baile de María, sino interpretados en el mismo instante.

Para comprensión del movimiento, en su estudio físico, ya digo, contamos con dos caminos. A un lado se abre la senda de la cinemática, una forma de estudio que se limita a considerar el movimiento en sí, a analizar la trayectoria dibujada por el móvil según transcurre el tiempo. Una línea decreciente, si nos referimos al Pucela, que ha transitado desde las posiciones que albergan el sueño del ascenso hasta, de momento, situarse a tiro de la amenaza con el desahucio. Queda la duda de si en un futuro aparecerá el punto de inflexión primero, el mínimo después, que indiquen el cambio de la tendencia, el fin de la caída, el inicio del tramo creciente de la gráfica.

De otro, nos adentraremos en la espesura de la vereda de la dinámica, un pasaje en el que se va relacionando dicha trayectoria con las causas reales que la provocan, en el que se describen las fuerzas que originan los movimientos… y las de resistencia, que los atenúan o los detienen. El estudio dinámico respondería a la súplica de Almada tras el partido ante el Málaga. Don erre que erre demandó en rueda de prensa analizar los partidos más allá del resultado. Escribo ‘don erre que erre’ contradiciendo de alguna forma lo sostenido en el artículo anterior, aquello del espíritu de la escalera: por sus palabras, por sus declaraciones, por más que descienda peldaños, por más que el Pucela se descuelgue escalones hacia abajo, la cabeza de Almada no encuentra la frase idónea para haberla formulado antes. Y si la idea se le presenta, se desvanece al ritmo que describiera el técnico galés John Benjamin Toshack: “Los lunes pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a ocho, los jueves a cuatro, el viernes a dos, y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos cabrones de siempre”. Los mismos cabrones y dispuestos de la misma manera. Las mismas fuerzas del estudio dinámico de partidos anteriores -ese presionar más por cantidad de esfuerzos que por calidad de los mismos- con la pretensión de obtener una secuela diferente. Y eso, en frase (siempre y mal) atribuida a Einstein, resulta que no. Salvo que nos refiramos a la erosión, el desgaste provocado por la insistencia de movimientos aparentemente inocuos que terminan por abrir grietas en el cuerpo rival. “Lo que hacemos -remata el técnico blanquivioleta- es lo que te acerca a ganar”. Tendremos que creerle… o desesperarnos aguardando el fin o bien de un proceso por definición duradero o bien de una excusa, también por definición, sin fundamento.

 Artículo publicado en El Norte de Castilla el 1-12-2025

 

 

 

jueves, 27 de noviembre de 2025

ALMADA DESCIENDE PELDAÑOS

 

Foto: Carlos Gil-Roig

Los franceses designan como ‘l’esprit de l’escalier’ (el espíritu -o el ingenio, o la mente, o tal vez la ocurrencia…- vaya usted a saber, cosas de la polisemia gala- de la escalera) a ese instante inmediatamente posterior al debido -vaya, cuando ya es tarde- en el que la cabeza te dicta el alegato perspicaz, las palabras precisas, la frase idónea para haberla formulado antes, minutos o segundos atrás, cuando aún pudo provocar el efecto buscado y -por la impericia en el instante estricto, el a destiempo de la idea- no alcanzado. De la misma forma, la expresión designa el desasosiego, al resquemor provocado por esa frustración derivada de la tardanza, y ya inoportunidad, de la respuesta sobrevenida. 

Una variante pertinaz -en su doble acepción, cosas de la polisemia castellana, de obstinada y persistente- de esta tarda perspicacia afecta, al parecer, a Guillermo Almada. Al entrenador del Pucela le sacude un primer aluvión de este espíritu cuando ya ha bajado algún escalón, cuando ya ha transcurrido medio partido, a veces, incluso, más. Es entonces cuando le debe venir a la cabeza la alineación y la disposición con las que -entiende- debería haber comenzado el encuentro. Tarde, sí, pero con un matiz, aún resta partido. Alicorto, demediado, pero cabe la posibilidad de remiendo.

A estas alturas, sin embargo, la potencialidad del nuevo once ha sufrido una merma: el tiempo previamente jugado ha mellado la confianza, la energía, el arrojo. De hecho, a la idea ahora reprobada por Almada se le atisbó algún destello. Tan cierto como que las fisuras en el área propia dejan secuelas jornada tras jornada. A la primera, el balón se hunde en la red, el marcador muta en montaña. ¿Y en la portería rival? Pues al parecer, esta irradia alguna luz, exhala algún efluvio, imperceptible para los demás, que deslumbra, ofusca y desbarajusta a los jugadores blanquivioletas hasta el punto de marrar ocasiones en las que lo improbable resulta no atinar con el gol. Se entrevé que pueden, pero una y otra vez se niega la posibilidad. Y no se sabe, por más que cada cual asegure su certeza, el porqué. ¿Falta un goleador? ¿Es juego generador lo que se necesita?

El segundo plan de Almada, el de los primeros peldaños de la escalera, no mejora, al menos en apariencia, al preliminar. La frase ingeniosa no resulta tanto. Claro, el once inicial, cuando no es inicial, requiere tiempo para acomodarse, para que los nuevos se asienten, para que los que se mantienen modifiquen los hábitos. El juego se deslavaza, se desarrolla a impulsos. Se genera impotencia, más impotencia, frustración… el tiempo corre raudo, se acaba. Se acabó.

Almada baja algún escalón más. Emerge un segundo torrente de ese espíritu pertinaz: ‘tendría que, tendría que, tendría que…’. Ya, si eso -discurre-, esta idea la ejecutamos la próxima semana. Hasta que no haya semanas. Porque el copresidente Solares (¿agua?, ¿terrenos para edificar?) le ha ratificado. Ratificar, un verbo que, diga lo que diga el DEL, en fútbol significa que la cuerda anda medio rota, que solo el drástico cambio de la dinámica de resultados evitará la ‘desratificación’ de lo ratificado.

Desciende más peldaños. El cerebro de Almada le torturará insistiendo en preguntarse por las razones que le trajeron acá. Una tromba de espíritu después, encontrará la negativa que pudo dar cuando se le ofreció el puesto. De fondo sonará el ‘Ay, Jalisco no te rajes’. Y no será Negrete el que lo cante. Negrete como el panorama que vislumbra.

Los últimos escalones, los que deje atrás una vez haya concluido su etapa pucelana, servirán al espíritu para explicarle lo que debería haber hecho para alcanzar los resultados que soñó en esta etapa castellana.

Al fin, si se aprende de las derrotas, anda que no sabrá, anda que no sabemos.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 26-11-2025

 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

LA ORIGINALIDAD DEL PASADO

 


Ignacio Carral. fotografía, cedida por su hija, fue portada de «Estampa» en 1930

“Todos coinciden en que encontraron algo muy nuevo, muy original y muy eficaz, para regentar el Estado y la nación”. Ese algo “nació en contra de un régimen anterior que se ha convenido en llamar viejo. No cabe duda de que lo contrario a lo viejo es lo nuevo”. “Pero no por esto debe acusárseles demasiado de renovadores”, los defensores de esto nuevo “son buenos chicos y han procurado conservar lo mejor posible los defectos y las lacras del régimen tradicional”. “Han reducido el reparto de prebendas y honores, que antes se hacía equitativamente entre los hombres de todos los partidos, a los hombres del partido” suyo. “Son vagos retóricos como el más consumado político del régimen anterior”. “Mientras aquellos manejaban […] palabras indeterminadas como ‘libertad’, ‘progreso’ y ‘orden’, estos manejan […] ‘patria’, ‘disciplina’…”.

“Han exaltado las características del viejo régimen hasta un limite inverosímil”, si antes “sostenían estériles luchas sobre si la orientación del gobierno debería ser liberal o conservadora”, ahora establecen que “la orientación de todo gobierno debe ser permanentemente” la propia de ellos. “Claro que aún no está la obra completa. […] Aún quedan vertederos por donde puede escaparse la antipatriótica oposición” a ese algo nuevo impugnante.

Lo entrecomillado pertenece a un artículo publicado hace un siglo, el 14 de noviembre de 1925, en las páginas de El Norte de Castilla. Texto escrito por el segoviano Ignacio Carral, mientras trabajaba en un instituto de Sicilia, que llegó a mi mano gracias a Juan, estudiante de Historia que se topó con estos renglones mientras realizaba sus prácticas.

Repetimos la cantinela de que la historia se repite. Las reflexiones, también; de manera que lo escrito por nuestros antecesores bien se puede considerar información del pasado procedente del futuro.

“Solo que esta novedad”, concluye, “es un poco peligrosa. […] Era la que gobernaba todavía cuando aquellos hombres feroces de la Revolución francesa hicieron subir al patíbulo a tanta buena gente”. La mirada de Carral se apagó en 1935, sin tiempo para retratar con palabras a 1945 como reflejo de 1789, para asimilar que su predicción no se cumplió en España, para observar este presente de hoy.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 18-11-2025

 

 

sábado, 15 de noviembre de 2025

INOPINADO RECURSO O SIMPLE COARTADA

 

Foto: José C. Castillo

Levantas la cabeza y adviertes un trecho entre tu rueda y la de los ciclistas que te preceden; un hueco que apenas unos segundos antes no existía separa tu bicicleta de la suya. Aprietas, arrancas de tu cerebro un tesón ignoto, de tus pulmones un resuello áspero, de tus piernas una dosis infinitesimal de energía. Vuelves a alzar la cabeza y reparas en que la distancia ha desaparecido, en que eres parte de ese pelotón cabecero. Aún desconoces –y te interpelas– si les has alcanzado porque tu esfuerzo lo propició o porque los demás aflojaron.

 

Pero ahí estás, satisfecho, todo lo ufano que el cuerpo te permite. Hasta que la sombra sobre el asfalto te anuncia el alejamiento de la rueda antecesora. Un acelerón amenaza. Mientras maldices el nuevo requerimiento, elevas la mirada, percibes unos malditos metros de vacío... Ignoras –y te conturba la duda– si te alejan porque no das más de sí o porque ellos dilapidan el depósito por encima de lo que la distancia pendiente por recorrer demanda. Y vuelta a empezar: aprietas, arrancas de tu cerebro, tal y tal y tal. En ciclismo, esta situación frecuente del corredor que no termina de enlazar ni de descolgarse se denomina ‘hacer la goma’ debido a que la impresión visual parece mostrar un ciclista sujeto al pelotón mediante un cordel elástico que alternativamente se estira y encoge. Cuando parece que sí, resulta que no; cuando inferimos que no, las aguas refluyen y el cauce vuelve a recogerlas. Hasta que, (casi) indefectiblemente, se rompe la ligazón y la esperanza.


El Pucela, salpicando su itinerario con victorias y derrotas sobre una masa de empates; tanto se acerca a la cabeza alentando la ilusión del respetable cuanto se desarrima descorazonando hasta al más pintado. Ante la UD Las Palmas pedaleó en falso, se le salió la cadena, pudo observar que el pelotón de cabeza le dejaba atrás. La distancia, recuperable por tiempo y dimensión, se agranda a la vista del desempeño futbolístico, de la persistencia en las razones que la ha provocado. Aunque, de repente, emergen dos nombres. Uno, el de Arnu, que aguardaba una oportunidad, al que esperábamos impacientemente como recurso bendecido. Otro, el de Mario Domínguez, que, ungido por el mandamás, aparece inopinadamente en los entrenamientos, en la convocatoria, en el terreno de juego. ¿Cómo -nos cuestionamos- un tipo que ha mostrado un talante pertinaz se lanza al vacío sin más red que la pericia y el tino de dos adolescentes? ¿Tan mal presagio le produce a Almada la apuesta mantenida, el grupo hasta ahora conformado? ¿U observa en esta pareja el potencial necesario para revertir una inoperancia ofensiva que lastra los resultados del equipo aun cuando este no parece merecer tal castigo? ¿Les designa el entrenador para asumir el rol de recurso de emergencia porque entiende que la portería rival ha mutado en un hermético enigma para sus compañeros de línea? ¿O pretende guarecerse con la coartada de la alineación de los chavales aduciendo, con el gesto de entregarles plaza, la falta de mimbres? ¿O designarles, entendiendo que el público atenuará el reproche al asimilar de buen grado la presencia de unos jugadores aún por hacer, para que ejerzan la labor de parapetos?

En cualquiera de los casos, sea como fuere, por convicción o demagogia, por sólido asentimiento o cínica cobardía; Almada, de consolidar la propuesta, de asentar (al menos) a Arnu y Mario Domínguez entre los que en el césped ‘peleando en buena lid, habrán de llevar con orgullo y con honor y defender con honra y con respeto el escudo que llevan en su pecho’; Almada, digo, sin escapatorias intermedias, solo encontrará dos caminos, y antagónicos: el que eleva al pedestal y el que arroja al olvido. El que permite desestimar la goma por superflua y el que, tras troncharla por la creciente dificultad, desampara en la soledad de la distancia. Héroe o villano. Sin más.  

Publicado en El Norte de Castilla el 16-11-2025

 

lunes, 10 de noviembre de 2025

LISTA DE WHATSAPP IDÓNEA PARA ALMADA

 

Foto: Manuel Esteves-Factoría 9

Todas las mañanas, Julio, padre de Julio, me envía un mensaje -un WhatsApp, decimos, confundiendo sustancia con medio- en el que encuadra una especie de aforismo bajo el rótulo ‘La frase del día’. Todas las mañanas, por supuesto, lo leo; el que lo haga caso, que lo asuma como consejo, también por supuesto, es harina de otro costal. Sin embargo, mi cabeza obra así, de tanto en tanto juego con la frasecita, pretendo adecuarla a algún contexto cercano sobre el que ande cavilando. Así que, cuando corresponde escribir sobre el Pucela, blanquivioleta y en botella: interpreto la frase con clave en el último partido, en el desempeño global del equipo en un periodo determinado, en alguna circunstancia concreta, en algún protagonista…

Pendiente pues de sentarme a escribir este texto, taza de café en mano, cerebro revoloteando con su dispersión habitual, me asaltó el timbrazo del móvil avisando de la acometida de un mensaje: el de Julio, padre de Julio, supuse y atiné. Abro y leo: [“Para progresar no basta actuar, hay que saber en qué sentido actuar.” Gustave Le Bon. 1841-1931. Psicólogo francés]. Cuando uno habla, incluso si escribe, praxis con la que las palabras se anclan, pierde la propiedad de lo expresado, de su sentido, incluso, del significado de cada vocablo, de cada enunciado. Las palabras vuelan, adquieren vida propia, se adaptan, se transfiguran.

Le Bon, que cumpliría los ochenta y seis al final del año en que se editó el primer tomo del ‘Mein Kampf’, desconocía, mientras se iba desarrollando su obra, que esos textos publicados inspirarían el libro en que Adolf Hitler apuntalaría su programa. Menos aún, Le Bon, que fallecería cuando el Real Valladolid apenas había cumplido los tres años de vida, pudo imaginar que la frase referida podría servir para definir uno y tantos partidos del Pucela, uno y tantos encuentros de fútbol.

Exigimos a ‘nuestros’ futbolistas que actúen, que corran, peleen, se machaquen, creyendo que ese material de combate garantiza el objetivo –‘el objetivo es la victoria’, reza la letra compuesta por José Miguel Ortega para el himno del Real Valladolid-; pero ese actuar, si no se sabe cómo, en qué sentido, resulta deficiente, carece de valor. Obvio que el sentido idóneo, ese saber cómo, precisa actuación: la teoría desapegada, la teorética, de nada sirve. Exigimos y, me atrevo a afirmar que cumplen con ese requerimiento. Pero comprobamos que solo con el esfuerzo no alcanza, que falta el juego capaz de desdoblar los sistemas rivales.

Las aportaciones de Le Bon sobre dinámicas sociales y grupales se sustentan en la afirmación de que ‘los seres humanos desarrollan en colectivo comportamientos que jamás desarrollarían individualmente’.  La masa desresponsabiliza, contagia, sugestiona, condensa. El conjunto infunde temor por lo que induce a la integración, a la adaptación, como resorte de supervivencia. Por más que pensemos que un equipo de fútbol se articula como un entramado militar, como la suma de individuos desindividualizados, dóciles, alienados; en realidad, el equipo, por más que se armonice acatando el plan del entrenador, se conforma con la suma de cualidades que incluyen la personalidad. Una personalidad que demanda prestancia, carácter, determinación y, faltaría más, la voluntad de no agazaparse.     

Días antes, la frase enviada por Julio, padre de Julio, fue escrita por Fiedrich Nietzsche: “Para llegar a ser sabio, es preciso querer experimentar ciertas vivencias, es decir, meterse en sus fauces”. Ante Granada y Cádiz el Pucela ha experimentado el agobio de inicio, ha vivido encerrado. Continuaba el filósofo alemán, “Eso es, ciertamente, muy peligroso, más de un sabio ha sido devorado al hacerlo”. El Pucela ha sobrevivido. Pero que se mantenga alerta el sabio Almada, las fauces del fútbol engullen. Al final, volvemos a las frases mañaneras, días antes de días antes, recibí una del dramaturgo Jardiel Poncela, recordaba: “En la vida humana solo unos pocos sueños se cumplen, la gran mayoría se roncan”; y más antes, otra, esta del periodista francés Alphonse Karr, subrayaba: “Nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez”. Si el señor Almada lo desea, le pido a Julio, padre de Julio, que le incluya en la lista de receptores de su correspondencia diaria. Lo haría con gusto. Además, los sellos de estas cartas son baratos.   

Publicado en El Norte de Castilla el 11-11-2025

miércoles, 5 de noviembre de 2025

LOS FARDOS ACUMULADOS

 

Foto: Carlos Espeso

El pasado pesa; por momentos, abruma. Su ineludible presencia demanda a cada cual la carga de unos fardos plúmbeos, de unas sacas de tacto molesto; un engorroso trajín. El presente, en su afán por encontrar un espacio libre que posibilite continuar el camino, estiba esa carga, la acomoda; pero le resulta imposible ignorar la mercadería acumulada. En ocasiones, de tan saturado como se halla el ánimo, el alma, el espíritu o como quiera que se denomine ese interior nuestro, carece de sentido la expresión ‘la gota que colmó el vaso’ porque el vaso viene de antemano colmado, no le cabe una gota más. Cualquier menudencia vertida a partir de entonces rebasa la cabida del recipiente, supera sus bordes, cae, moja hasta, gota a gota, lágrima a lágrima, empapar. Un ‘entonces’ ampliamente superado por una afición, la del Valladolid, que no encuentra espacio para almacenar más decepciones. Las que llegan -y llegan- se amontonan, se desparraman, sepultan, incapacitan hasta para respirar. Los silbidos de la grada, un aire que surge del aplastamiento, de la compresión provocada por el agobiante bagaje, informan de ese hastío.  Con ellos, la afición, esencia -lo permanente, por definición- del club, muestra que sus pulmones absorben y expulsan aire, que se mantiene la vida, que cabe esperanza. Los pitos son los de una afición que no digiere una eliminación copera ante un equipo de tercera. Y no la digiere, no por falta de raciocinio para asumir que el fútbol es un deporte en el que lo imprevisible hace acto de presencia, un juego dispuesto a sorprender, sino porque la eliminación sucede a una derrota en casa en una temporada inmediata a la anterior, la que laceró de forma tan cruel que la herida tardará años en cicatrizar.

Si además la primera mitad deja al descubierto todas las miserias, los temores se agrandan, la piel se eriza, la (poca) ilusión se encrespa. Los pitos, que ya venían de casa, se reverberan al tropezar ante la misma e insistente razón que los provoca. El rival te abruma, los tuyos manifiestan impericia para desempeñar su profesión. Algo, que, de tan ilógico -en otros momentos, en otros equipos, han demostrado alguna cualidad que ahora se esconde- denota la presencia de factores que sobrepasan lo estrictamente futbolístico: ausencia de confianza en ellos mismos, en sus compañeros, en la idea.

Y de repente… Permítanme que les diga que nunca supe interpretar este fenómeno. Jugué, hace mucho, pero jugué. Y aun así no termino de explicarme como un equipo -el Granada en este caso- que supera al rival en lo físico, en lo táctico y, al menos aparentemente, en lo técnico se desagüe. Como si alguien se mirase orgulloso, se mostrase encantado de sí mismo, alcanzase algún logro y, en vez de mantenerse como esa persona que se respeta a sí misma, decide empequeñecerse para proteger lo conseguido. El Pucela creció o, insisto, le permitió el estiramiento el recogimiento del Granada. Podría, hasta ahí alcanza mi certeza, comprender que un equipo que se ha mostrado inferior, incluso que lo sea, en un arrebato, en un empellón de cinco o diez minutos, arrinconase al superior; pero, ¿revolver una dinámica completa?

Nunca resolveré esa duda, desconozco qué porcentaje del cambio he de atribuir al mérito pucelano y cuál apuntar en detrimento del equipo nazarí, de Pacheta, su instructor. El empequeñecimiento alcanzó tal extremo, el nerviosismo por el miedo al sentir que se disipaba lo que poco antes daban por descontado infundió tal zozobra, que atenazó a los de las franjas rojas horizontales hasta el punto de que uno de sus jugadores metió la mano, o sea, metió la pata, dónde y cuándo no correspondía. Lo mismito que la jornada previa, pero, en este caso, a favor del Pucela. Imagino a Almada parafraseando a Job pero invirtiendo los términos: un penalti me lo quito, un penalti me lo devolvió. Bendito penalti. Los silbidos cesaron. Pero permanecen. Como la herida. Las heridas.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 5-11-2025

 

 

martes, 4 de noviembre de 2025

CERRADO, ASÍ SUCEDE

 

Foto: Antonio Tanarro

Cuando la panadería de Perico cerró, la panadería ya estaba cerrada. Nunca supe a quién atribuir una frase análoga que, referida a la Revolución francesa, mucho tiempo atrás pude leer; un aforismo preciso que apuntala la inexorabilidad de algunos trances por más que su advenimiento nos cause sorpresa en el momento concreto en que se producen. La puerta de la panadería de Perico se candó definitivamente como sucesivamente fueron bajando la persiana la tienda de Donata, la de Claudia, la de Mari, la de Joaquina, la de Marcos -reconvertida en sus últimos días en el quiosco de Tomasa-; como trancó el estanco de Ana, el bar de Lolo, el de Solorza, el de Ángel o el Rancho de Desi. El de Nini y Nieves se libró de la definitiva clausura porque un traspaso acudió al rescate. Y se mantendrá vivo mientras María Jesús aguante en el doble sentido -sostener o llevar con paciencia- del verbo aguantar.  

Así, uno a uno, los establecimientos de Rasueros fueron marchando. Se fueron marchando porque previamente, nuestros padres, los padres de tantos ‘Daniel, el Mochuelo, entendieron que ‘irse’ y ‘progresar’ caminaban de la mano; que, al menos, el ‘quedarse’ confinaba la certeza de un deterioro vital. Al contrario que Delibes -Dios me ampare- entiendo que las cosas -estas cosas del despueble y el agotamiento del mundo rural tal y como le conocíamos- sucedieron así porque no podían haber sucedido de cualquier otra manera.

La panadería de Perico, Pedro, fue antes la de la ‘señá’ Jacinta, su madre. Ahora, hasta ya, la regentaban sus hijos, Rubén y Ramón; pero para la gente de mi generación nunca perdió el nombre con el que la conocimos de renacuajos. Aún de chaval, vi las llamas que se asomaban por el tejado, me conmovieron las lágrimas de Pedro y Mari,; presencié la voluntad de un pueblo volcado en apagar el incendio. También -tiempos del autoabastecimiento, los de antes de los empaquetados- contemplé a las mujeres del pueblo, a mi madre, acudir al horno a ‘hacer magdalenas’, moritos o pastas. La necesidad de una inversión, irrecuperable dada la coyuntura, echa la llave. Inexorable. Y dolorosa porque es la llave de nuestra vida.

 Artículo publicado en El Norte de Castilla el 4-11-2025