La realidad se empeña en mostrarnos la fragilidad humana. Las guerras, las guerras de las que se tiene noticia, acechan a los hogares confortables. Cuando estos renglones vean luz, se estarán abriendo unas urnas, las de los EE.UU., a las que no podemos acercarnos, pero que nos competen. Decidirán también sobre nosotros, sobre vidas ajenas a los electores. Asumimos la naturaleza del poder, la vulnerabilidad ante las embestidas de otros humanos. Mientras, más fuerte, más cerca, sacuden los topetazos de la naturaleza. René Goscinny, por medio de los personajes de ‘Astérix el Galo’, nos retrotrae al único miedo cerval de las culturas de la antigüedad, a ‘que el cielo caiga sobre nuestras cabezas’. Los avances técnicos, los desarrollos sociopolíticos -en esta parte del mundo, ya digo- alejaron esos temores. Por eso cuando el cielo sacude con tal virulencia nos descoloca más, porque perdimos el pánico al poder de la naturaleza, porque a posteriori asimilamos que pudo ser menos.