miércoles, 3 de julio de 2024

ANÓNIMOS SIN FILTRO

 



Determinadas palabras denotan comportamientos deleznables, se utilizan para denostar conductas más o menos habituales. Tal vez por la tradición cristiana, a partir de la evangélica reprensión de Jesús, “¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!”, colocamos la hipocresía en uno de los más bajos estantes de  nuestra consideración ética. Sin embargo, al menos en dos aspectos, nos resulta eficiente en el día a día. Por una parte, actúa como lubricante: una cierta dosis de hipocresía, llamémosle social, el conjunto de pequeñas hipocresías individuales, engrasa la convivencia. Lo opuesto, no tener filtro en el lenguaje coloquial, genera distorsión sin aportar compensación alguna. Por otra, el hipócrita respeta determinados valores. Necesita fingir, por lo tanto conoce, de alguna manera se avergüenza y con ello prestigia, un orden moral. Ya en el siglo XVII, el escritor francés François de La Rochefoucauld apuntó que “la hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud”.