sábado, 16 de noviembre de 2024

UN OPORTUNO PRIVILEGIO, GRACIAS





A mediados del convulso, muy convulso, siglo XIX, para variar con un pelín de retraso en España, una serie de cambios empezaban a modificar el paisaje político, social, económico e intelectual. Y también el natural, por supuesto. Desde tiempo atrás, se apuntaban transformaciones del modo de observar la realidad, de los instrumentos que posibilitaban la fabricación o el comercio. Con la máquina de vapor de Watt, la evolución aceleró de forma tal que el mundo ¬–en principio nuestra parte del mundo- se mostraba irreconocible para los ojos que unos decenios antes lo habían observado. Aquella Primera Revolución Industrial había abierto la mayor secuencia transformadora de la humanidad. Si cualquier residente del XIX hubiera lanzado la vista atrás, reconocería el mundo de sus padres, el de los padres de sus padres, el de los padres de los padres… Supondría que en unas generaciones el mismo mundo sería diferente, pero reconocible. Ni las prodigiosas imaginaciones de Verne o Wells pudieron aventurar el desarrollo desencadenado. Atisbaron pero se quedaron muy cortos. El británico, supongo que horrorizado, un año antes de su muerte pudo comprobar que la realidad en Hiroshima y Nagasaki superaba amplísimamente cualquiera de sus ficciones.