domingo, 9 de marzo de 2025

UN VOTO QUE NO EVITA RIESGOS

 



Tal vez ya era y no lo advertí; tal vez el descreimiento hubo invadido discretamente los ánimos y, por tanto, aplacado las voluntades de buena parte de la sociedad sin que me percatase del proceso; tal vez, sin darme cuenta mientras todo esto ocurría, a la manera de 'La invasión de los ladrones de cuerpos', unas imperceptibles esporas de desafección germinaban formando vainas que replicaban a los humanos con el propósito de suplantarles, completar el reemplazo y formar una nueva humanidad aséptica, desarraigada, desprovista de todo vínculo sentimental. A diferencia de la película, estas esporas no proceden del espacio exterior, no son vertidas por alienígenas inmisericordes sino diseminadas en nuestro suelo por los propios mandatarios –y por mandatarios no me refiero exclusivamente a la dirigencia política– que han pergeñado un modelo carente de certidumbres. A diferencia de la película, los seres humanos no se sustituyen por borregos antropomorfos; simplemente acartonan sus convicciones, acomodan sus principios, aparcan sus ideales, esperando unos mejores tiempos que quizá tarden en llegar. La resistencia, más que fortalecerte, te moldea con la forma que impone la fuerza que acomete.

Esta deriva arrastra en nuestro mundo democrático a que en las elecciones que se nos permiten no se apoye a una candidatura por lo que sus cabezas visibles hagan o digan, deshagan o desdigan, sino por lo que representan, por lo que evitan. Cada opción cimenta su discurso en la malignidad del opuesto. Cada voto, pues, se deposita con la esperanza de esquivar el riesgo de que los diversos gobiernos vayan cayendo en manos indeseables. La presentación futbolística de un equipo humilde como lo es el Pucela se asemeja, bien que por obligación, a estos modos decadentes: más que proponer, es impelido a contrarrestar. Ha de aguantar golpes, zancadillas, zarandeos. Ha de resguardarse conformando un armazón y aprovechar cada ocasión de ataque que se presente, bien improvisando cuando se puede desplegar, bien apreciando cada regalo.

En Valencia, la estructura se mantuvo en pie seis míseros minutos. Al menor soplido, sus partículas se disipan. Así, el gol noqueó al equipo apenas iniciado el encuentro. El semblante, como el de quien ha recibido un topetazo traidor, muestra la pérdida del sentido, la mirada extraviada, el alma derrotada. Ni siquiera una segunda oportunidad, como la que ofrecía Paco Costas a los conductores accidentados en aquel programa de televisión de los setenta, fue suficiente. Asumiendo que el Pucela no propondría, al menos se le pedía que aprovechase el empate concedido por un error del portero valencianista, que no devolviera la dádiva. Ni por esas. Inesperadamente, es un decir, apareció Cenk y empeoró a Mamardashvili. Si el portero ejecutó calamitosamente una buena decisión; el defensa pucelano optó temerariamente por no alejar el balón, omitió cualquier ejecución. Gol y a descontar. Su voto no sirvió ni para evitar el riesgo de que el partido, otro más, acabara en decepción. Perdido, como la mirada.

Publicado en El Norte de Castilla el 9-3-2025

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