Referido a otro
respecto, hace medio año acercaba a esta ventana una escena de la película ‘Un
mundo maravilloso’ dirigida allá en 2006 por el mexicano Luis Estrada. En ella,
su protagonista, un uno de tantos –que acarrea el común ‘Pérez’ como apellido
precedido del nombre ‘Juan’ más corriente todavía–, tras cientos de avatares a
los que el azar le expone, topa con sus huesos en la cárcel. Transcurrido el
tiempo de condena, este personaje interpretado por Damián Alcázar se reencuentra
con sus amigos. Al calor del fuego y la botella, le van poniendo al día de las
vicisitudes que han rodeado el mundo del que la sentencia le arrancó. De
repente, todos los pormenores relatados se convierten en una minucia cuando,
bien que de manera timorata, los amigos le informan de que Rosita ha traído un
niño al mundo, de que él, Juan Pérez, ha sido padre. Tras el alborozo inicial,
súbitamente se le desvanece la alegría, rompe a llorar y balbucea.
–No sé si son buenas o malas noticias, compadre.
Los compinches
pretenden enjugar sus lágrimas mostrando la circunstancia de su paternidad
desde el ángulo más grato, el que expone el hecho como fruto de su deseo.
–Oiga, si usted
siempre soñó con tener una familia.
Poco consuelo
para quien se enfrenta a un reto que le sobrepasa.
–Dígame, ¿qué
futuro puedo ofrecerles?
La escena me
resulta de nuevo propicia. Me encuentro en la misma tesitura que entonces.
Incluso, tras el partido del Pucela ante la U.D. Las Palmas, la dualidad se me
redobla: no sé en qué columna catalogar el resumen de lo ocurrido.
Puedo resaltar,
buenísima nueva, que el equipo mostró síntomas de vida: su corazón latía, sus
pulmones aportaban oxígeno al cuerpo. Cabe como contraargumento, pésima
revelación, que hasta la expulsión de un jugador del equipo rival, un rival que
roza la línea de subsistencia, el encefalograma blanquivioleta –Anuar al
margen– dibujaba una línea recta. Puedo apuntar, fetén, el listado de ocasiones
creadas una vez sobrevenida la superioridad numérica. No fueron pocas las situaciones
en las que el gol parecía inminente. Tantas –menos una, claro– como el grito
moría en la garganta segundos antes de prorrumpir descontrolado. Nefasta
información. Siempre faltó algo para culminar. La impericia, también la mala
fortuna, arrumbó cada ocasión, apiló cada grito de ‘gol’ en un cúmulo de
irrelevantes ‘uys’. Puedo resaltar la suma de un punto en la clasificación,
menos es nada. La réplica en este caso resulta sencilla: se perdieron dos por
el camino. Tres si tenemos en cuenta el que suma el rival y, por tanto, no se
recorta. Puedo encomendarme a la sensación final, al observar un partido que
termina con el rival acogotado, agazapado bajo su portería. Puedo agachar la
testuz y preguntarme lastimeramente que si no hoy, ¿cuándo?
Bien pensado, no
queda más que asumir la lección de aquel estribillo del ‘Sinceramente
tuyo’, la canción de Joan Manuel Serrat: «Nunca es triste la verdad, lo que no
tiene es remedio». El doloroso desenlace de esta temporada parece, pues,
amortizado. El Pucela «solo es lo que es, y anda siempre con lo puesto».
Publicado en El Norte de Castilla el 2-3-2025
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