Nuestra existencia, sin más, encabeza la lista del
catálogo de los milagros. Siquiera, de los milagros estadísticos, de los que
transforman en hecho lo numéricamente improbable. Al menos cuando la vida
se desarrolla en condiciones de dignidad, incumbe celebrarla, conviene estimar
el regalo de los sentidos por la capacidad que nos otorgan de percibir, de
relacionarnos... Nos corresponde agradecer la vida a la propia vida y así lo
infirió allá por el 1966 la cantante chilena Violeta Parra cuando compuso su 'Gracias
a la vida', cuando musicalizadamente expresó su gratitud porque «me ha dado
tanto».
Pocos meses después, en febrero del 67, sin que en ese
lapso aparentemente le aconteciera nada traumático que le impeliese a mudar esa
impresión, acabó con su vida. De hecho, pretendió dar por concluida su
existencia en alguna otra ocasión a lo largo de esos meses. Aparentemente, el
canto y el hecho se contradecían, resultaba paradójico tal fin en la misma
persona que escribiera su gratitud a esa vida que «Me ha dado el sonido y el
abecedario./ Con él, las palabras que pienso y declaro:/ madre, amigo, hermano,
y luz alumbrando».
Cuesta acoplar letra y hechos. Aunque, para
intentarlo, la propia música aportaba una información adicional. La tonalidad
musical despedía un aroma melancólico; la melodía transmitía un aire lánguido,
una apariencia mustia. Más vestigios: Violeta Parra habla ya de la vida como
desde fuera, asumiendo que el proceso de su fin estaba en marcha, que abordaba
con esa letra una despedida en la que plasmaba una cierta sensación de
contento, de reconciliación consigo misma. Un rastro final: el disco al que
pertenece el tema se titula 'Últimas composiciones'. En este contexto, el
término 'últimas', como el 'nuevas', son adjetivos que refieren a lo más
reciente. Un disco o un libro es el último o el nuevo de un autor mientras no
aparezca otro más último o más nuevo. Sin embargo, ese 'último' arrastra una
carga de ambivalencia, en su significado cabe el 'hasta aquí he llegado'. La
pesadumbre por el desenlace no elimina la percepción de una vida que le mereció
la pena haber vivido, una existencia que se puede inhumar bajo el epitafio 'fue
bonita mientras duró'.
Epitafio lejano a las palabras con las que cualquier
aficionado del Pucela cincelaría la lápida de esta temporada. Lejano o útil
para reciclarlo añadiendo una doble negación: 'no fue bonita ni mientras duró'.
La pesarosa melodía que acompaña a los últimos
partidos del Valladolid no resulta una despedida de la categoría porque la
impresión, visto lo visto, sentido lo sentido, nos muestra un equipo que nunca
formó parte de la primera división por más que la historia recordará que
participó en dicha competición. Estuvo, pero ni puede dar las gracias a un
trayecto vital que se ha consumido sin siquiera haber tomado forma reconocible.
Estos últimos partidos aportan menos emoción que las contiendas futboleras
entre pueblos vecinos –carecen de la rivalidad que aporta la cercanía–, que los
enfrentamientos mañaneros entre las peñas; la misma que los enfrentamientos de
solteros contra casados en las fiestas de los pueblos. Menos, me atrevo a
apuntar, porque, sin nada en juego, no transmiten ni la alborozada desenvoltura
de aquellos. Se juegan porque entra en la obligación de completar un
calendario. Podríamos pensar en que aportan utilidad para forjar una estructura
de cara a la próxima temporada. Observando el elenco, ni eso. Si acaso rescato
el crecimiento de Chuki. Pero al parecer tampoco hay garantía de que
permanezca. A ver si sí.
Publicado en El Norte de Castilla el 11-5-2025