lunes, 7 de mayo de 2012

Usos del ser y del estar

Si hay una dificultad en el idioma castellano que desazona a quien pretende aprenderlo es administrar con corrección los verbos ser y estar. Los oriundos no tenemos ese problema porque el idioma materno se aprende de oído pero cuando algún foráneo nos pregunta cómo saber cuando va uno y cuando corresponde usar el otro no sabemos muy bien qué decir. De hecho no hay ninguna norma que lo aclare de forma definitiva aunque sí exista un principio general que asigna al verbo ser una relación con la esencia, por lo tanto otorga una cualidad permanente, y al estar con el estado, lo que conlleva una característica transitoria. Así, cuando alguien nos dice que Pedro es triste nos está alertando de que el tal Pedro no es la alegría de la huerta. Sin embargo, si lo que nos dice es que Pedro está triste, enseguida deducimos que algo ha ocurrido que le ha llevado a ese ostracismo anímico.
Esta norma, como decía, convive con multitud de excepciones, usos que en base a la costumbre hemos ido acomodando en el idioma en muchos casos sin más objeto que el autoengaño. Ningún alopécico se refiere a sí mismo diciendo que ES (irremisiblemente) calvo, dirá que está calvo como si el verbo tuviera la potestad de devolverle el pelo. A la palabra virgen se antepone el ser como si fuera imposible dejar de serlo.
Tras el partido de ayer, el Real Valladolid ESTÁ un poco menos en Primera División porque para conseguir el ascenso no depende exclusivamente de sí mismo y se ve abocado, lo reconozcan o no, a mirar de reojo a Balaídos. Sin embargo, tras manosear al Dépor, ES un poco más de Primera División porque lucieron un fútbol que achicó al líder de la categoría hasta convertirle en un títere a su merced. Lo paradójico de esta hiperactividad ofensiva blanquivioleta es que se sustentó en los jugadores encargados de guardar la viña y se encasquilló en los responsables de cortar las uvas. Cuando fuimos niños nos enseñaron que había varios tipos de triángulos y que estas particiones se hacían con base en dos criterios. Podían ser, si atendíamos a sus lados, equiláteros, isósceles y escalenos. Pero teniendo en cuenta sus ángulos podíamos dividirlos en rectángulos, acutángulos y obtusángulos. Cuando fuimos niños y jugábamos al fútbol también nos dividíamos, pero solo había un criterio: buenos y malos. Los adultos, cuya presunto conocimiento destruye el saber intuitivo, añadieron una segunda separación y, desde entonces, los futbolistas pueden ser defensivos u ofensivos. Craso error que puso ayer de nuevo en evidencia Álvaro Rubio. Al riojano se le ha etiquedo como jugador ideal para orientar el juego, pero que son preferibles otros más defensivos para consolidar la retaguardia del equipo. Pues bien, olviden esa dicotomía, no conviene caer en esa trampa dialéctica, Álvaro es bueno, muy bueno, y el Valladolid bajo su dirección toca mucho mejor. Y mejor aún si se rodea de un triángulo que interpreta el movimiento de la batuta y cuyos vértices se llamaban Rueda, Valiente y Óscar, desde dónde se lanzaban prolongaciones luminosas que no se terminaba de concretar.
Nunca sabremos si fue por decisión propia o por imposición visitante, pero el Dépor fue, o pareció, poca cosa en manos de este Pucela. Tan poca cosa que se limitó a imitar al cazador que se aposta detrás de una roca en medio de una llanura esperando el descuido de su víctima. Jaime salió de la hura y los coruñeses llevaron un conejo a su zurrón.
Seis partidos quedan para conocer el primer desenlace. Seis momentos con tanta zozobra que impedirán a la afición ser feliz, pero mientras el equipo juegue así, seguro que lo está.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 07-05-2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario