jueves, 14 de junio de 2012

PATRICIOS, NO PLEBEYOS


Tres son los santos patrones de Irlanda, San Patricio, Santa Brígida y San Colomba, aunque Patricio sea el más venerado por ser el introductor del cristianismo en la isla. Tres son las personas distintas que conforman la Santísima Trinidad. Tres son las hojas que tiene un trébol. De la misma manera que esas tres hojas forman una sola planta, las tres personas son, en esencia, un mismo Dios. Con esta sencilla metáfora, el apóstol de Irlanda acercó a sus paisanos el dogma que tan de cabeza trae a los niños cuando estudian el catecismo. Así, el trébol se convirtió en símbolo de Irlanda y el catolicismo fue adquiriendo, a lo largo de siglos de lucha por la independencia frente al vecino invasor protestante, la categoría de seña de identidad colectiva. Una independencia que tiene un grano en los condados del norte aún pertenecientes al Reino Unido, un grano que, eso sí, ya no supura sangre. El catolicismo se convirtió en el principal nexo de unión entre los habitantes de la isla hasta el punto de que la obediencia a Roma y el sentimiento antiinglés terminaron por ser partes de la misma cosa. Paradójicamente, otro de los factores aglutinantes, el idioma, fue cayendo en desuso a pesar de los esfuerzos de grupos que deseaban una vuelta a los orígenes y deseaban un renacimiento gaélico. Desde 1922, esa lengua nativa es la oficial aunque su uso es más bien reducido. En ella, la hierba simbólica, el trébol  recibe el nombre de seamróg y ese sonido tiene eco en Valladolid porque así se llama la taberna con aroma irlandés en la que nos encontramos con seis pucelanos que vivieron allí parte de sus días. 


Capi Beltrán es un ingeniero técnico informático que decidió, en el año 94, conocer otros lugares, practicar ese inglés de COU que balbuceamos todos los de esas generaciones y trabajar en lo suyo. Resultado: una beca Comett y tres años de trabajo en el Condado de Meath. Entonces, nos dice, Irlanda vivió inmersa en un proceso brutal de crecimiento fruto del ingreso en la Unión Europea, las industrias tecnológicas fueron el paradigma de ese despegue con el que le valió el sobrenombre de tigre celta. Como detalle, añade que el trabajo se enfoca desde una perspectiva menos teórica en España. Ana Tomillo sonríe mientras afirma con la cabeza. Es la más joven, tanto que la palabra casi le queda grande. Acaba de regresar porque allí ya están en vacaciones escolares. Ha concluido el equivalente a 4º de la ESO y nos dice que en el sistema de enseñanza prima la práctica sobre la teoría, así es mucho más fácil aprobar. Prueba de que ha aprobado. Elena Revilla también tiene reciente su periplo irlandés. Una beca le permitió trabajar en Cork para una ONG, The greater Chernobil cause, y relata su experiencia resaltando el fuerte carácter solidario de la gente. Ante cualquier problema, siempre hay una labor de ayuda mutua.



Carlos Barrio y Javier Pino se fueron sin más, querían encontrar trabajo, sumergirse en otra cultura y practicar la lengua de Shakespeare, compraron un billete y aterrizaron en Limerick y Dublín respectivamente. Cuando ellos llegaron, Irlanda ya no era tan tigre, el paro había aumentado, la burbuja tecnológica e inmobiliaria perdía aire. Javier trabajó en una inmobiliaria y recuerda que su jefe les decía que si alguien buscaba una casa por menos de 300.000 euros no perdieran tiempo en atenderle, poco después el precio de los inmuebles se había dividido por dos, tres o hasta cuatro veces.

Estos datos pueden reflejar un paralelismo, rescate incluido, con el caso español pero hay una diferencia abismal: ellos siguen siendo optimistas. La riqueza temporal no les ha hecho perder el sentido lúdico de la vida y la consciencia de que su existencia nunca fue un camino de rosas. Quizá la mejor expresión de ese sentimiento se lo hayamos escuchado a Jimmy Rabbitte, el personaje central de la película de Alan Parker The Commitments: “Los irlandeses somos los negros de Europa, los dublineses, los negros de Irlanda.” Jimmy es el manager de un grupo de música en un país en el que mataron el hambre cantando, tocando y bailando.

Están convencidos de que de esta van a salir y la historia les acredita. Los que quedan vivos han escuchado a sus ancestros cómo fueron capaces de soportar verdaderas penurias que diezmaron la población. El término no es exagerado, entre 1845 y 1849 una plaga destruyó las cosechas de patatas que eran el alimento casi exclusivo de la mayoría de la población. Alrededor de un millón de personas murieron de hambre. La emigración fue su única tabla de salvación. De los ocho millones de personas que habitaban en la isla antes de la plaga, quedaron poco más de cuatro. De no haber sido por esta y por otras hambrunas, dicen, Estados Unidos estaría medio vacío.

Los irlandeses son gente muy vinculada a la tierra, tanto que incluso durante el fragor del impulso europeo no se volvieron locos construyendo grandes redes de autovías, la distancia entre poblaciones todavía se mide en tiempo, no en kilómetros. Son palabras de Charo Gutiérrez, la dueña del Seamróg. Charo nunca ha vivido en Irlanda, nunca han sido pareja, pero llevan veinte años como amantes, los que han pasado desde el primer beso, un viaje para ver a una amiga. Desde entonces ella nunca falta a su cita e Irlanda le recibe con los brazos abiertos.

Irlanda mira a Europa, siempre quiso estar en contacto con el continente, pero a la vez necesita vehículos de expresión cultural. Por eso el fútbol ha tenido que doblar la rodilla ante los deportes gaélicos. En cualquier caso, cuidado, porque tres son sus patrones, tres las hojas que tiene un trébol, tres las personas distintas que completan un solo Dios verdadero. Irlanda camina de tres en tres y hoy se juega tres puntos frente a España. Ojo.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-06-2012

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