miércoles, 27 de junio de 2012

PORTUGAL: ESTÁ AUNQUE (A VECES) NO LO PAREZCA

Pasa por delante de nosotros y no le miramos, en todo caso una mueca de suficiencia revela un desconocimiento profundo que se ha ido acentuando según pasaban los siglos. Portugal está ahí, pero, es como la vecina poco arreglada a la que negamos una mirada porque pensamos que las guapas viven de los Pirineos hacia arriba. Ella es consciente de que es más pobre, y por eso, es mirada con desdén por una España que en su día fue gallo y hoy sufre las mismas apreturas ‘Bruselenses’. Pero ella sigue a lo suyo, continúa haciendo su vida.  José Manuel Sánchez cree que ese sentimiento “Es una barbaridad y un error”. Él no compartía esa sensación y no dudó en ir a Lisboa cuando en el 96 le ofrecieron un trabajo. Estuvo dos años, más que suficientes para conocer a una lisboeta y comenzar una vida en común que dura hasta hoy. No lo comparte pero lo explica: “El español piensa que es superior y por eso España nunca mira al Atlántico”. Hace siglos no fue así y el sueño de todos los descendientes de los Reyes Católicos fue reunir bajo su manto a todos los pueblos de la península. Una vez que se convirtió en imposible España giró la cabeza.
En ambas casas se hablaba de glorias pasadas mientras el presente desmentía grandezas históricas. En las dos sufrieron una buena parte del siglo XX  obedeciendo a próceres que se habían adueñado de todas las estancias. En Portugal la dictadura empezó a acabar una mañana de abril del 74, cuando un movimiento de oficiales del ejército, pusieron coto a los desmanes. Judith Ferreira tenía solo 14 años, había pasado todos ellos en la región de Tras Os Montes, en un pueblito cercano a Chaves que, a su vez, linda con la gallega Ourense. Pero, cosas de la vida, ese 25 de abril estaba en casa de una hermana en Oporto. Aun adolescente era capaz de percibir el miedo en la gente. Las imágenes que han llegado de aquellos días, la emoción que permanece al recordar los claveles en los cañones de los fusiles, tienen el mismo punto de partida: Lisboa. En el resto del país todo eran preguntas inconcretas, respuestas desordenadas. Muchos prepararon las maletas, los que se quedaban temían oleadas de pillaje.
Judith, por otros motivos, se asentó poco después en España, ahora, 38 años después, habla sin nostalgia: “Nunca me gustó para vivir, es opresivo y sobre todo para las mujeres. Hasta para ir al cine tienen que ir acompañadas de algún familiar varón, son ellas las que sacan adelante la economía familiar pero tienen que pedir permiso para todo. Los hombres solo se preocupan de aparentar, de llevar el mejor coche…”. José Antonio Morato, Sara Santiago y Raúl Guerra, sonríen y asienten. Son mucho más jóvenes y su experiencia es más reciente, estuvieron un año en tierras lusas, el que duró su beca Erasmus. Cada cual en una ciudad, pero todos reconocían perfectamente el Portugal del que hablaba Judith. Han pasado los años, pero ese machismo permanece. Las chicas se siguen casando muy jóvenes para huir de su entorno familiar, no hablan de oídas, algunas de sus compañeras de clase son ejemplo vivo de lo que dicen. De las que aún permanecen solteras, la mayoría tienen un novio que, aunque solo estén con él un par de meses al año, es suficiente para que lo coloquen como parapeto y cerrar la conversación . “Les cuesta muchísimo relacionarse con los hombres” insiste Raúl. Sin embargo ellos dicen a las chicas que conocen, que esa novia a la que ven dos meses no es su novia. “Con las españolas, con las que no son portuguesas, se pasan mucho” añade Sara.
Al margen de esto, todos coinciden en que todas las personas con las que se encontraron eran sumamente amables, receptivas y hospitalarias. Un hecho lo reafirma, todos intentan hacerse entender aunque no conozcan tu idioma. El portugués de este trío de Erasmus no iba muy allá, pensaban que, por su parecido con el castellano, les sería muy fácil pero no fue así. En cualquier caso nunca tuvieron problemas, todos sus interlocutores se esforzaban para que el diálogo se pudiera producir.
Ese carácter abierto para el que llega tiene una razón histórica, Portugal ha ido recibiendo oleadas de gentes que llegaban de otros continentes lo que le ha convertido en un país multirracial sin problemas de racismo y con capacidad para integrar todas las culturas que por allí asomaron. Pero a la vez que unos entraban, otros salían. Aunque los que tuvieron que emigrar a Francia o Alemania terminan volviendo, cosas de la saudade, ese tipo de nostalgia imposible de traducir al castellano sin perder parte de sus matices. Regresan en plan indiano, en palabras de Miguel Ángel Acero. Él nunca ha vivido en Portugal pero, entre la devoción que tiene por ese país y sus labores profesionales, es raro el mes en el que no haya puesto los pies en alguna ciudad del país vecino en los últimos veinte años. Precisamente, esa circunstancia le concede autoridad para hablar de la hostelería y lo hace con suma satisfacción porque, tanto para comer como para dormir, suma los dos ingredientes que la hacen atractiva: es buena y barata. En estos años, Miguel Ángel ha visto como las ciudades han ido recuperando sus joyas, como, un simple lavado de cara, ha permitido mostrar la hermosura escrita a lo largo de la historia. Una historia paralela a la nuestra pero que, tantas veces, no nos hemos querido enterar de que ocurría.  
Es cierto, que cada vez más españoles giran la cabeza para mirar a Portugal, quizá esa vecina a la que considerábamos ‘feucha’ resulta que no lo es desde ningún punto de vista, que simplemente por esos ingredientes clasistas, decidimos un día dejar de mirarla. Quien así hubiera pensado se lo ha perdido porque belleza, colorido y capacidad de acogida es lo que no falta tras esa frontera que, si alguna vez lo tuvo, ya no tiene sentido.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-06-2012

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