sábado, 28 de septiembre de 2013

EL PUCELA CREE

En la ‘Fábula de los tres hermanos’, Silvio Rodríguez se refiere sucintamente a la forma con que tres jóvenes abordan sus caminos vitales con objetivos que nunca terminan por conseguir. Del mediano dice que ‘para nunca equivocarse o errar, iba despierto y bien atento al horizonte pero no podía ver la piedra, el hoyo que vencía a su pie y revolcado siempre se la pasó'. Así era la Teología y ese parecía ser su destino, buscar a un hipotético Dios mirando al horizonte desdeñando la realidad. En el siglo XVI, un grupo de profesores de distintas universiades españolas y portuguesas, agrupados bajo el epígrafe de Escuela de Salamanca por la influecia de Francisco de Vitoria, pretenden bajar la mirada al suelo sin despegarla del cielo, aunar la filosofía humanista que florecía en el norte de Europa con la teología tomista más arraigada en la península.
Partieron de un principio, conocer a Dios no garantiza el buen obrar, ni desconocerle es fuente de maldad. El hecho, obviamente incuestionable en aquellos círculos, de que Dios fuese omnipotente e infinito en su bondad parecía contradecir el aserto, pero Francisco de Vitoria consiguió matrimoniarles con los anillos del libre albedrío: Dios otorga libertad y el hombre hace uso de ella. Pero esta definición no fue del gusto de todos y los que defendían uno y otro postulado se enzarzaron en una controversia que se denominó Polémica de Auxiliis. Domingo Báñez acusó a Prudencio de Montemayor y a Fray Luis de León de pelagianismo (por dar más preponderancia al libre albedrío que al pecado original). Pero no solo es celestial el único poder que coloca sus cañones en los terrenos fronterizos al libre albedrío. Sus resortes, más o menos sibilinos de forma directamente proporcional al número de veces que es repetida la palabra democracia, alcanzan al lenguaje, a la creación de un discurso con afán de que llamemos consensos a sus intereses, a la generalización de sobreentendidos. El libre albedrío solo se lo puede permitir quien cree ciegamente en sí mismo, quien - vuelvo a Silvio Rodríguez- puede entonar esa canción titulada La maza: ‘Si no creyera en mi camino, si no creyera en mi sonido, si no creyera en mi silencio...que cosa fuera (más que) un revoltijo de carne con madera, un instrumento sin mejores resplandores que lucecitas montadas para escena’. 
El Real Valladolid, por más que no venciera, empieza a ser de estos últimos. Ayer se rebeló contra ese consenso que afirma que los equipos con el pecado original de la pobreza deben renunciar a elegir cómo quieren jugar. Muestra síntomas de personalidad que le aporta fuerzas suficientes para revertir un resultado sin renunciar a su estilo, por más que las fuerzas al final le flaqueasen y no pudiera mantener el momentáneo dos a uno. Así se puede vivir, así se puede morir, y aunque todo sea efímero, aunque -vamos ahora con Mercedes Sosa- cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo. No cambia el recuerdo y el dolor. Un recuerdo y un dolor que nos puede hacer más libres. Fray Luis, con pobre mesa y casa y el Pucela aun no ganando, lo saben. Consiste en perseverar.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-09-2013

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