domingo, 1 de octubre de 2017

SE ACUMULAN LOS GESTOS

Foto; El Norte de Castilla
La lengua, y no me refiero a la que tenemos en la boca, que también, es un organismo vivo. Vive, por tanto, expuesta a una continua evolución que permite la incorporación de nuevos giros o palabras. Adquiere así más profundidad, mayor capacidad para dotar de matices la comunicación. Paradójicamente, este proceso no se suele deber a agentes intrínsecos a la propia lengua, a un guardián del idioma que nos indicaría el camino lingüísticamente correcto, sino a factores extrínsecos de diverso pelaje. Uno de estos se asienta en las circunstancias geopolíticas. Toda lengua acrecienta su acervo semántico incorporando palabras o expresiones que proceden de otras lenguas. Son los llamados extranjerismos. Estas modificaciones suelen difundirse por ósmosis, por el mutuo influjo que se produce entre dos lenguas de dos territorios vecinos. Pero también ocurre que la influencia esté relacionada con el citado dominio geopolítico. Hoy por hoy son los EE.UU. los depositarios del poder global.  Este dominio, como los fluidos, se expande en todas las direcciones. La idiomática no iba a ser una excepción. De esta manera, son numerosos los vocablos que, con origen en el idioma de Shakespeare, van encontrado acomodo en el cervantino. En algunos casos, show por espectáculo, se produce una sustitución que arrincona un término adecuado; en otras, se encuentra allí un término idóneo para ocupar un vacío. Es el caso de ‘speaker’. No existe en castellano un vocablo que defina de forma precisa esa figura que, micrófono en ristre, anima informando o informa animando. ‘Animador’, ‘presentador’ u ‘orador’, porque bien se quedan cortas, bien se pasan, no sirven para delimitar la actividad que en los partidos en los que el Pucela actúa como local, desarrolla Rubén Pérez. Es este el que, mientras Óscar Plano amontona dedicatorias, Pepe Zorrillo -supongo- sonríe para sus adentros y el público muestra castellanamente su alegría, dota a la fotografía de banda sonora gritando aquello de «gool del Real Valladolid, goooool de Óscar...» dejando con los puntos suspensivos espacio para que la afición remate «Plaaaano». Un in crescendo que parece influido por los cánones actuales: tras indicar que es ‘de los nuestros’, la mayor intensidad sonora final recae sobre el nombre del individuo.
La lengua, lo sabemos, no es el único código simbólico con el que nos comunicamos. Al extremo, ya digo, se le acumula el trabajo gestual. Con el balón bajo la camiseta deja claro que su pareja está embarazada y, nos ponemos moñas, le lanza un mensaje de amor concretado en esa esperanza compartida. Acercar el dedo pulgar de la mano derecha en la boca le sirve, de forma algo redundante, para visualizar esa esperanza. Por si a su pareja le quedaba alguna duda de que es a ella a la que se dirige, estira el brazo izquierdo y extiende el dedo índice señalándole. Entendemos esto porque son, todos ellos, símbolos que se explican en este contexto. Los mismos, al igual que las palabras, en otras circunstancias, querrían decir otras cosas y tendrían otras consecuencias. El mismo elemento simbólico que puedo sentir como propio, deja de serlo, deja de representarme, en el momento en que su uso, en vez de transmitir la alegría de un embarazo, se utiliza con la intención de imponer un sentimiento.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-10-2017

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