jueves, 28 de septiembre de 2017

LA HABITACIÓN DE LOS DISTINGUIDOS

Imagen tomada de http://noticieros.televisa.com
Los espíritus acomplejados viven con la urgencia de sobresalir, como si lográndolo fueran a imponerse a su propia psicosis. Cuando lo consiguen, necesitan echarlo en cara -¿veis?, parecen preguntarnos-, como si el resto de los mortales fuésemos conscientes de esa tensión que les generan sus propios fantasmas. Vemos, sí, pero no damos tanta importancia a ese hecho del que nuestros protagonistas presumen ufanos. Si el asunto acabase aquí, habríamos derribado ese artificioso edificio. El acomplejado no podría permitirlo y daría un paso más. Necesita medirse y para ello qué mejor que utilizar el metro del reconocimiento ajeno. Soy bueno porque se me valora, porque el jefe me ha puesto una medallita o un pin de colorines, porque pinto algo.
A España, como país, le aflige este sentimiento. Desde no sé cuándo, pero no poco tiempo, siente (o sus gobernantes muestran que sienten) el deseo de ser reconocida externamente. Esto, que en circunstancias normales podría ser tomado como algo natural, deja de serlo en cuanto medimos ese ‘pintar algo’ por la relación que se establece entre el presidente del gobierno de turno y el  presidente de turno de los EE.UU., ya sea siguiendo la corriente, ese fanfarronear de poner los pies en la misma mesa, o haciendo muecas de enfrentarse al gallito, aquel jactarse de no ponerse en pie cuando suena su himno. Ahora volvemos a la primera parte, la de seguir la corriente. Rajoy visita EEUU buscando el apoyo de su presidente mediante una proclama en favor de la política ‘rajoyense’, obtiene de Trump dos frases confusas –‘es de tontos querer irse de España’ o ‘España es un gran país que debería seguir unido’- y, con esa palmadita en la espalda,  los corifeos resaltan la importancia de España por el trato recibido –hasta le han alojado en el espacio de los visitantes distinguidos-. No sé, pero para mí, pintar algo es tener la capacidad de ser autónomo, expresar una voz propia y que esta sea respetada. Lo otro es sumisión.
Cabe, por supuesto, llegar a la conclusión de que se vive mejor siendo dócil, aquello de ‘dame pan y llámame perro’; pero aunque haya quien crea que se vive mejor así, no es para presumir.

Es mucho más sano, desde luego, ser un donnadie y asumirlo que ser un ganapán con ínfulas que no se aburre de alardear de su impostada importancia porque conoce a tal o cual personaje poderoso.   

Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-09-2017

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