Salía perdiendo en cualquier comparación. En aquel presidio convivían,
al menos vivían juntos, asesinos convictos, traficantes habituados a
marcar territorio, atracadores de gatillo fácil y los propios carceleros
cuyos valores no se diferenciaban de los reclusos y su actitud la
empeoraba por el simple hecho de ser los depositarios del poder.
Formaban una caterva para andarse con cuidado, para recelar ante
cualquier movimiento. Luke Jackson tendría que compartir ese territorio,
en que la violencia se servía con más frecuencia que la comida, por un
motivo mucho menor: destrozar un indicador de aparcamiento en medio de
una borrachera. No era un santo, su carácter era excesivamente
impulsivo, pero poco más. En medio de aquella cueva de lobos se veía
como un alma cándida, tenía todas las papeletas para ser visto como
tierna carne de cañon para ser servida en caliente. Luke recordó, no
podía ser de otra forma, nadie que haya oído silbar las balas a
centímetros de la oreja o el estruendo de las bombas al explotar puede
olvidarlo, que, aunque a sí mismo se considerase, sin más, un ciudadano
corriente, había participado en una guerra. Sabía que en terreno
inhóspito, en suelo hostil, el primer mandamiento es hacerse respetar,
forjar una imagen que fuera un escudo, y en ello puso todo su empeño.
Blog sin más pretensión que la de poner un poco de orden en mi cabeza. Irán apareciendo los artículos que vaya publicando en diversos medios de comunicación y algunas reflexiones tomadas a vuelapluma. Aprovecharé para recopilar artículos publicados tiempo atrás.
lunes, 18 de febrero de 2013
jueves, 14 de febrero de 2013
USTEDES FIRMEN, YA YO LUEGO…
Álvaro de Figueroa, Conde de Romanones,
fue, durante el reinado de Alfonso XIII, tres veces lo que hoy llamamos
Presidente del Gobierno, amén de ostentar en diecisiete ocasiones el cargo de
ministro. Con tal bagaje sobre sus espaldas podemos intuir que conocía cada
vericueto de la administración y, por ello, no perdía el tiempo en debates
estériles en los que algunos de sus colegas parecían jugarse la vida. En medio
de una batalla parlamentaria, mientras los cuchillos volaban en el Congreso, él
permanecía abstraído. Sus compañeros, que observaban perplejos tanta
parsimonia, le llamaron la atención. Les miró con ese aire de superioridad que
da el haber tratado hasta con el diablo y les replicó: “Ustedes hagan la ley,
que yo haré el reglamento". No le faltaba razón y no le faltaría hoy. La
separación de poderes en España continúa sin estrenarse. El Congreso y el
Senado están formados por brazos de madera que se levantan al son de la música
de los sucesivos gobiernos. Nadie vota en contra de lo que ordena su partido
salvo excepciones, unas honrosas, otras no tanto, baste recordar aquel penoso
capítulo que relata cómo Esperanza Aguirre llegó a presidir la Comunidad de Madrid.
BRASEROS DE AUTOCOMPLACENCIA
Las voces llegan a mi habitación,
levanto la persiana y observo una muchedumbre que grita frases que empiezan por
NO. No a esto, no a aquello. Abro la ventana, me asomo y leo las pancartas.
Todas, casi todas, empiezan por un NO. No a esto, no a aquello. Espero, cuando
la manifestación (¿Desfile? ¿Procesión?) ha terminado me pongo el abrigo, hace
frío hasta en casa, y salgo a la calle. No tengo un destino definido, camino,
solo camino y miro los rostros de las personas con las que me cruzo. No percibo
chispa en sus ojos, no intuyo un gramo de ilusión, camino. Pienso en alguna
palabra que pudiera turbar esa triste sensación que no es tristeza sino desesperanza,
una frase que pudiera romper esa monótona desazón que no es desazón sino
derrota. Pienso, pero no doy con ella. Tengo las manos heladas, entro en un
bar, necesito un café que caliente las manos y la garganta, una sonrisa que
caliente el día.
A mis oídos llegan cenizas de una
conversación que mantienen dos hombres y una mujer que comparten la mesa de al
lado. No puede ser, dicen, no podemos seguir así. Me giro. La tele está
encendida pero sin volumen. Un subtítulo enmarca las palabras inaudibles de la
presentadora: los indignados toman nuevamente las calles.
Vuelvo a casa. Leo un periódico,
me sobresalta el titular. En España hay más de 6 millones de parados, los
mismos que había en Alemania, con una mayor población, cuando Hitler ganó las
elecciones. ¿Es posible, me pregunto, que aquí, ahora, pueda ocurrir algo
parecido? Me desasosiega la respuesta. La que doy a la pregunta y la que veo en
la calle. Hartazgo de noes y de indignaciones, toneladas de rabia y miedo que
de la mano provocan gestos temerarios pero solo gestos, miles de personas con la
fuerza intacta pero sin saber hacia dónde, ni cómo dirigirla.
Veo también personas,
organizaciones, que anticiparon esta situación, no son pocas, nunca estuvieron
quietas. Antes fueron llamados catastrofistas, ahora, medio con orgullo por
haber sido capaces de prever, medio con pánico ante tanta incertidumbre, se
preguntan qué hacer. El problema es que se lo preguntan en cenáculos
autocomplacientes, reductos en los que todos se dan la razón o se pierden en
discusiones bizantinas, burbujas de corrección política en los que nadie se
sale del librillo, pequeños braseros, abrigos raídos. A veces surge una
respuesta y se ponen manos a la obra, pero tampoco esa obra sale del círculo. Mientras,
en la calle, crece el hastío. Miro por la ventana. No la abro, hace frío.
Publicado en "Ultimo Cero" el 31-01-2013
martes, 12 de febrero de 2013
SOSIEGO ADULTO
Los
niños sueñan que algún día recorreran el mundo y vivirán mil y una
peripecias. Después, viene en el lote del crecimiento, muchos se
tuercen, asesinan al aspirante a explorador y se conforman con un coche
más grande, una casa mayor y más dinero en el banco. En otros muchos
casos, al menos en momentos como este, Indiana Jones muere de muerte
natural porque la retórica del final de mes emborrona la lírica. Los
niños estudian y cuando abren el libro de Historia quieren ser el
Cristóbal Colón o Isabel de Castilla, Catalina de Medici o Iván el
Terrible, ven mapas de otros tiempos en que las fronteras nada tenían
que ver con las actuales y aparecían nombres como Ribagorza o Imperio
Austrohúngaro, y maldicen la quietud del presente envidiando a los
protagonistas de aquellos convulsos siglos. Luego crecen y son
conscientes de que están vivos en medio de una época apasionante, que no
es necesariamente sinónimo de buena, en la que las líneas de los mapas
bailan a ritmo de rap, no se apaga una guerra y se ha encendido otra y, a
la par, el avance tecnológico ha propiciado más cambios en las formas
de hacer y pensar que en varios milenios anteriores. Hasta hemos visto
la renuncia de un papa, un hecho tan insólito, que el Cometa Halley ha
tenido tiempo de visitarnos ocho veces desde que se produjera el
anterior episodio semejante. Los niños quieren el mar con olas, cuando
dejan de serlo se lavan los pies en la mar calma.
jueves, 7 de febrero de 2013
EL ROZÓN EN LA HERIDA
Recuerdo la sonrisa burlona de mi
viejo paisano José ‘el Cuco’ cuando me vio respingar tras haberme apoyado en
una pared. ¿Qué?, me dijo, ¿a que cuando tienes una herida todos los golpes van
a ella? Mi cara de niño puso mueca de sorpresa. ¿Cómo podía saber que tenía una
herida? Pero por otra parte, pensé, no le falta razón. Cuando tienes una herida
y se produce un contacto involuntario con cualquier objeto, maldita casualidad,
creí entonces, el impacto siempre atina con la llaga. Pasan los años y
descubres que no es así, que el cuerpo toca a diario cientos de objetos sin que
nos enteremos, salvo que ese roce se produzca con la zona herida. Entonces
chillamos.
sábado, 2 de febrero de 2013
EL PASILLO DEL LOCO
No
fue la mejor de las conmemoraciones. En 1850, tres siglos después de la
muerte del fundador, desaparece en España la Orden de San Juan de Dios.
Más que una desaparición sería un cese temporal de actividad porque los
frailes de otras latitudes se dolían por el vacío generado en el país
en que nació la Orden. Así pues, manos a la obra. Un joven italiano,
Angelo Hercules Menni, que apenas tres años antes había ingresado en la
Orden y cambiado su nombre por el de Benito, fue el encargado de
cimentar esa refundación a partir de 1867. Cuando el edificio tuvo, de
nuevo, cierta consistencia se embarcó en otra aventura. Dado que la
Orden era masculina, y hombres la mayoría de los beneficiarios, se
propuso, y logró, fundar una congregación con el mismo carácter pero en
femenino. Nacieron así, en 1881, las Hermanas Hospitalarias del Sagrado
Corazón. Benito Menni fue canonizado y por tanto el ‘san’ debería
preceder a su nombre, pero las monjas le deben tratar de tú: el hospital
que regentan en Valladolid omite el título de santo. Esta misma
congregación gestiona otro centro en Palencia, el San Luis, similar a
tantos en que atiende a personas con enfermedad mental, discapacidad
física o psíquica pero que tiene una peculiaridad: un pasillo casi tan
largo como la prototípica calle mayor de la capital palentina.
jueves, 31 de enero de 2013
50 NO ES SUFICIENTE
En 1994 el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial cumplían medio siglo. Ambas instituciones
fueron creadas cuando la II Guerra Mundial ya estaba decantada y Estados
Unidos, el gran triunfador de la contienda, pretendía imponer un patrón
económico que se adecuara al nuevo orden que habría de surgir. Inglaterra había
ganado la guerra pero, a la par, perdido definitivamente la hegemonía. Las
órdenes provenían ahora del otro lado del Atlántico.
Para celebrar el acontecimiento
convocaron una Asamblea General y la acomplejada España, que después de no haber
pintado nada en el concierto internacional desde que las guerras eran con
arcabuces quiso erigirse en sede de todo, pagó el convite en Madrid.
domingo, 27 de enero de 2013
EL DIOS DE LOS NOMBRES
Los nombres de las personas, como los títulos de los libros o los
artículos, tienen su pequeña historia.
A veces la casualidad bautiza. Durante 19 años me llamé Celestino. Fueron casi dos décadas en las que ya tenía nombre sin haber aún nacido. Mi padre -como todos los niños de esa Castilla hidalga, pobre y ensimismada en las viejas historias de los siglos en que sus reyes dominaban territorios tan amplios que no se ponía el sol; mientras, a la vez, con tanta hambre como para obligar a sus habitantes a trabajar como si el sol no se pusiera- sabía que en su futuro estaban el arado y los hijos. Con 11 años se sabía padre y agricultor. Entonces, inopinadamente, murió mi abuelo, su padre. También padre y también agricultor. Ese día tomó la decisión: su hijo mayor se habría de llamar Celestino como el difunto que involuntariamente le dejaba desamparado, como él mismo que acababa de atravesar la línea de sombra del dintel que certifica la irremisible muerte de la infancia para entrar en el hosco territorio de la vida adulta. Desde entonces, el niño que se tuvo que hacer hombre demasiado pronto, soñaba con una criatura acurrucada en sus brazos al que llamaba Celestino. Así fue hasta una semana antes de que yo naciera. Entonces quiso el destino -esa forma de llamar a las cosas que van ocurriendo- que muriese mi otro abuelo y, claro, la cercanía pudo más, heredé el 'Joaquín' y el 'Celestino' quedó postergado para otro hijo que a buen seguro habría de llegar.
A veces la casualidad bautiza. Durante 19 años me llamé Celestino. Fueron casi dos décadas en las que ya tenía nombre sin haber aún nacido. Mi padre -como todos los niños de esa Castilla hidalga, pobre y ensimismada en las viejas historias de los siglos en que sus reyes dominaban territorios tan amplios que no se ponía el sol; mientras, a la vez, con tanta hambre como para obligar a sus habitantes a trabajar como si el sol no se pusiera- sabía que en su futuro estaban el arado y los hijos. Con 11 años se sabía padre y agricultor. Entonces, inopinadamente, murió mi abuelo, su padre. También padre y también agricultor. Ese día tomó la decisión: su hijo mayor se habría de llamar Celestino como el difunto que involuntariamente le dejaba desamparado, como él mismo que acababa de atravesar la línea de sombra del dintel que certifica la irremisible muerte de la infancia para entrar en el hosco territorio de la vida adulta. Desde entonces, el niño que se tuvo que hacer hombre demasiado pronto, soñaba con una criatura acurrucada en sus brazos al que llamaba Celestino. Así fue hasta una semana antes de que yo naciera. Entonces quiso el destino -esa forma de llamar a las cosas que van ocurriendo- que muriese mi otro abuelo y, claro, la cercanía pudo más, heredé el 'Joaquín' y el 'Celestino' quedó postergado para otro hijo que a buen seguro habría de llegar.
jueves, 24 de enero de 2013
MONTAÑAS DE 500 EN SUIZA
Parece que acabamos de descubrir
que en Suiza los Alpes se formaron apilando billetes. Como si fuera de ayer,
como si también lo fuera la corrupción que ha enriquecido a unos y, al parecer,
ha arruinado a tantos. Y quizá esto último sea cierto, pero convendría no
confundir el grano con la infección. Convendría analizar si los casos que están
aflorando, si las personas apuntadas por las iracundas miradas de los
ciudadanos, son parte del síntoma o de la enfermedad. En este punto se hace
necesaria una definición precisa. ¿A qué llamamos corrupción? El alcalde de
Valladolid aporta una cuando dice que “hay que ser inflexible con el que meta
la mano en la caja”. Pobre definición que tiene como propósito alejar el foco
del problema fundamental. Meter la mano en la caja es robar, meterla en la caja
pública es reprobable y penalmente condenable, pero no pervierte el
funcionamiento de la sociedad. El presidente madrileño no define, pero acota el
terreno apuntando lo que, en su juicio, no
es corrupción. Dice que no lo es el hecho de que el exconsejero Güemes, quien
cuatro años antes patrocinara la privatización de los servicios hospitalarios,
sea directivo de la empresa a la que le han adjudicado esa encomienda. No lo es
para el señor González porque la ley impone dos años de incompatibilidad.
Tampoco vale la negativa, se puede, se ha demostrado, legislar al dictado de los
intereses de quienes legislan, de las corporaciones que se benefician.
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