Aún era pronto, la comida estaba hecha y a las dos de la tarde de
cualquier domingo la vida rebosa en las
calles de la Victoria. Es cierto que menos que antes porque los barrios, al
igual que las personas, envejecen irremisiblemente. Quienes, cuando llegué hace
un cuarto de siglo, año más, año menos, caminaban henchidos dando la mano a sus
vástagos, se apoyan ahora en un bastón. Aquella muchachada, buena parte, ha
tenido –burbuja mediante- que comenzar su vida adulta en los pueblos del alfoz,
cuando no más lejos o mucho más lejos. Niños aún se ven, claro, pero muchos
menos. El barrio envejece pero no pierde, al menos mientras las piernas
aguanten, la buena costumbre de salir a la calle.
Blog sin más pretensión que la de poner un poco de orden en mi cabeza. Irán apareciendo los artículos que vaya publicando en diversos medios de comunicación y algunas reflexiones tomadas a vuelapluma. Aprovecharé para recopilar artículos publicados tiempo atrás.
lunes, 24 de octubre de 2016
jueves, 20 de octubre de 2016
OJOS QUE NO VEN, CIE QUE NO EXISTE
Las cuarenta personas que asomaron la cabeza desde el CIE de Aluche consiguieron,
no sé si a su pesar, protagonismo por un rato. Mañana, lo que ayer ocurrió,
devorado por otras historias, se habrá convertido en historia. Han conseguido, sin
embargo, que, aunque solo haya sido por un rato y no fuese ese su objetivo, el
grito haya tenido altavoces. En los CIEs españoles, esas cárceles que no son
cárceles, se amontonan miles de personas, que por no ser no figuran en sitio
alguno como personas, por el único delito de no haber cometido ninguno. Allí
esperan a que se les repatríe aunque no tengan patria para que todo vuelva a
ser como si su odisea para llegar a donde pensaban que podrían comenzar una
vida que se pueda llamar vida nunca hubiera sido. Borrón y cuenta nueva. Su
existencia responde, sin más, a la política basada en el “ojos que no ven,
corazón que no siente”. Los CIEs existen, pero casi nadie conoce su existencia,
lo que es una buena base para que nadie sepa lo que ocurre dentro: unas situaciones de hacinamiento y malas condiciones -denunciadas por diversos
organismos no solo españoles-; que, además, fomentan situaciones de
riesgo incluso para el propio personal que allí trabaja.
lunes, 17 de octubre de 2016
MOYANO Y LA PREPOLÍTICA
Respiramos sin querer. A partir de ahí, casi todas las cosas que hacemos o dejamos de hacer parten de una decisión previa que habremos tomado. Podemos decir que no es tan así, que no nos queda mucho margen para poder elegir. Es un debate, ciertamente; aunque en nuestras sociedades, incluso esa mayoría que está supeditada a unas realidades que imponen determinados tipos de conducta, siempre existe un camino, por arduo que sea, por caro que cueste el peaje, que comienza en nuestra decisión. De esa libertad puesta en conflicto con las demás surge la necesidad de la política en una sociedad. Una política que es como lo que se ve de cualquier edificio, de cualquier árbol: una imagen que se sostiene como imagen; pero que, en la realidad, sin cimientos o raíces no aguantaría las lluvias de la primavera más seca, el viento del otoño más calmado. La política, la pobre política, de la misma manera, se desmorona cuando llegan las vacas flacas si la planta no ha agarrado en fuertes asientos prepolíticos, esos que permiten que la política sea posible y se sostenga. Si esta es la pugna de las diferencias, aquella apunta a las condiciones iniciales, a las bases comunes aceptadas antes de comenzar la partida: el reconocimiento previo de la divergencia y unos principios éticos socialmente compartidos. Cuando esto cruje, el árbol, la casa, caen y toca volver al principio. Así estamos, en esta España de la crisis interminable la información no se hace eco de avatares políticos sino de constataciones de que la raíz prepolítica se secó; no se plantean diferentes modelos, se confirma que el pacto previo se rompió y toca volver a cimentar con el hormigón de, por ejemplo, la honradez. No es que se haya roto ahora, ahora es cuando nos hemos dado cuenta. Ha sido así de paradójico: cuando la cosa parecía ir bien, (casi) nadie se fijaba en los cimientos. En las malas, al ver la casa demolida, la política pasó de no preocupar a molestar.
jueves, 13 de octubre de 2016
Y UN SEÑOR DE MURCIA
Cuentan que uno de los daños colaterales que produce el uso de internet consiste en el aumento de la zozobra derivada de los problemas de salud. Vamos, que antaño, si te dolía algo, ibas al médico, este te decía que tenías unas paperas, hacía las recomendaciones pertinentes, te recetaba lo que fuese, comprabas el medicamento en la farmacia, te lo tomabas en casa, hacías caso de sus consejos y aquí paz y después gloria. Pero ya no. Ahora la red de redes puede, en algunos casos, suplantar al médico; en otros, corregir el diagnóstico o el tratamiento.
domingo, 9 de octubre de 2016
LUNARES EN LA CAMISA
Tengo que reconocerlo: mi madre, en lo relacionado con la indumentaria con que pueda acudir a cualquiera de los saraos de la BBC, no se fía un pelo de mí. O mejor, no es que no se fíe, es que en ese sentido me conoce más de la cuenta, es demasiado consciente de que –por suavizarlo con un eufemismo– no me preocupo demasiado y trata de poner remedio de antemano. Antes, me llamaba alguna que otra vez a lo largo de la semana previa para preguntarme, nunca le convencieron mis respuestas y, por lo visto, tampoco mis vestimentas. Por más que me esforzara, no es que me importase en demasía, simplemente pretendía despreocuparle para que disfrutase del evento, ella siempre encontraba algún algo que le descuadraba: que si no está muy bien planchada, que si cómo la has lavado para que esté así, que si es una camisa vieja, que si no pega con los pantalones... Total, que cambió de estrategia. Decidió comprarme una que le gustase y mantenerla bajo su custodia. De esta forma, evitaba el avejentamiento de la camisa por usos indebidos, garantizaba que cumpliese con sus estándares de presentación y permitía que siempre, llegado el momento, estuviera oportunamente dispuesta. Sí, tengo que reconocerlo, mi madre me guarda una camisa nueva y de buen ver en un armario de la casa de Rasueros. Una camisa que ella conserva como oro en paño y que, faltaría más, no permite que traiga a Valladolid. Eso sí, en cuanto aparezco por allí con motivo de un bautizo, una boda o una comunión, ella saca la camisa de su arca y, por supuesto sin preguntar, me dice:«Toma». Y yo, por supuesto sin contestar, tomo.
jueves, 6 de octubre de 2016
EL FACTOR HUMANO
Parece ser, así es la información que se transmite; así, el nudo de cualquier conversación sobre el asunto, que las organizaciones políticas son entes homogéneos, maquinarias puestas a disposición de un objetivo. Todo lo más, cuando la maquinaria gripa, somos capaces de vislumbrar una especie de mitosis de la que surgen dos mecanismos (igualmente homogéneos que la célula madre). A veces, sin embargo, ¡vaya usted a saber!, todo es más simple o más complejo: estas organizaciones caminan por el sendero que marca el factor humano de sus componentes y los seísmos internos se producen cuando los culos temen que las sillas se escapen.
Los odios y las ambiciones personales pueden más que las razones. Pedro Sánchez accedió a la secretaría general del PSOE no por ser sino por no ser. La balanza del voto se inclina con más frecuencia hacia el lado que evita lo que no deseo que para el que se produzca lo que quiero. No es nuevo, en su día, el mérito del propio Zapatero fue no ser José Bono, Matilde Fernández o, por supuesto, Rosa Díez.
lunes, 3 de octubre de 2016
ARCO IRIS DE BURDOS ERRORES
En 2002, un cantante rosarino medio afincado en España publicó un disco titulado ‘Coti’ en el que el propio autor, en aquel momento casi un desconocido, interpretaba mano a mano con el ya renombrado Andrés Calamaro un tema titulado ‘Nada fue un error’. Con el pasar del tiempo, además, hemos podido escuchar esta misma canción con otras voces como las de Julieta Venegas o Paulina Rubio. Coti, el título del disco, hace referencia al apodo del propio cantante, que no es cosa comercial esto de ir por ahí haciendo carteles en los que bajo la foto apareciera un ‘Roberto Fidel Ernesto Sorokin’. Oyendo la canción podemos escuchar que ‘los errores no se eligen para bien o para mal’. Una frase que suena bien, que queda bonita, pero que no dice más que algo de perogrullo: los errores no se eligen, llegan. Aunque para llegar tengan miles de caminos que no hubiésemos visto en el mapa. Esos errores que aparecen en cada página de nuestra vida pueden ser catalogados bajo varios epígrafes. Unos pueden ser de estrategia, otros de ejecución; unos forzados por las circunstancias, otros por falta de pericia o atención; incluso, se pueden cuantificar y cualificar: las Matemáticas estudian el error desde su perspectiva absoluta –la diferencia entre lo que se mide y lo que es– y relativa – la relación entre ese error absoluto y la medida real–. De qué tipo de error estemos hablando dependen las distintas formas de abordarlo, los distintos análisis y, por tanto, las distintas maneras de evitar que en el futuro se puedan repetir.
domingo, 25 de septiembre de 2016
APENAS HILVANADO
–Buenas tardes. Dijo con un volumen de voz lo suficientemente alto para que le pudieran escuchar en el resto de dependencias. Ninguna voz le respondió. Tras dudar un instante, decidió entrar y esperar en el propio taller la llegada del sastre. No tardó en localizar una silla en la que acomodarse. Desde allí estuvo observando cada detalle: los rollos de tela que se apilaban al fondo, un buen puñado de patrones amontonados en la mesa que quedaba al lado y cinco maniquíes inmóviles y perfectamente alineados como cinco soldados delante del sargento, como cinco alumnos de bachillerato recibiendo una reprimenda del jefe de estudios. Los cinco iban vestidos de traje. Nuestro protagonista se levantó, se acercó a ellos y pudo observar que de cada uno colgaba una etiqueta en la que figuraba un nombre. A la cuarta dio con el suyo. Se separó un par de metros para observar con cierta distancia y le gustó lo que vio. El traje le pareció precioso, el corte se ajustaba a lo que había solicitado... Sonrió.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
EL RESULTADO MIENTE
Será porque he sobrevivido muchos años gracias a las clases particulares y eso me ha permitido implicarme con un buen puñado de chicas y chicos que, pese a su buena actitud, no conseguían por momentos superar esa maldita frontera del cinco; aunque también, claro, ¡qué remedio!, con otros cuyo interés por saltar esa valla era menos del justo. Será porque llevo una decena de años disfrutando de partidos de fútbol de unos niños (en este caso pocas niñas), entre los que se encontraba mi hijo, que durante este transcurso se han ido convirtiendo en incipientes adultos y eso me ha llevado a aprender a convivir con (muchas) más derrotas que victorias y valorar, por tanto, el aprendizaje, el proceso y el progreso, por encima del resultado; aunque, también, he visto criaturas, entrenadores y padres a los que le valía cualquier cosa por ganar. Será porque nunca he ganado a nada, porque siempre simpaticé con los distintos bandos en los que se alistaban los perdedores, porque valoré más el ‘cómo’ que el ‘qué’, lo cierto es que puedo considerar rara la vez en que los resultados me hayan servido para hacer una lectura. Estos dígitos últimos son los que son, definitivos, inexcusables; valen para lo que valen, para resolver un litigio; pero, por sí solos, ni dan ni quitan razones.
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