domingo, 9 de octubre de 2016

LUNARES EN LA CAMISA


Tengo que reconocerlo: mi madre, en lo relacionado con la indumentaria con que pueda acudir a cualquiera de los saraos de la BBC, no se fía un pelo de mí. O mejor, no es que no se fíe, es que en ese sentido me conoce más de la cuenta, es demasiado consciente de que –por suavizarlo con un eufemismo– no me preocupo demasiado y trata de poner remedio de antemano. Antes, me llamaba alguna que otra vez a lo largo de la semana previa para preguntarme, nunca le convencieron mis respuestas y, por lo visto, tampoco mis vestimentas. Por más que me esforzara, no es que me importase en demasía, simplemente pretendía despreocuparle para que disfrutase del evento, ella siempre encontraba algún algo que le descuadraba: que si no está muy bien planchada, que si cómo la has lavado para que esté así, que si es una camisa vieja, que si no pega con los pantalones... Total, que cambió de estrategia. Decidió comprarme una que le gustase y mantenerla bajo su custodia. De esta forma, evitaba el avejentamiento de la camisa por usos indebidos, garantizaba que cumpliese con sus estándares de presentación y permitía que siempre, llegado el momento, estuviera oportunamente dispuesta. Sí, tengo que reconocerlo, mi madre me guarda una camisa nueva y de buen ver en un armario de la casa de Rasueros. Una camisa que ella conserva como oro en paño y que, faltaría más, no permite que traiga a Valladolid. Eso sí, en cuanto aparezco por allí con motivo de un bautizo, una boda o una comunión, ella saca la camisa de su arca y, por supuesto sin preguntar, me dice:«Toma». Y yo, por supuesto sin contestar, tomo.

La camisa es un todo, no vale replicar, como alguna vez hice cuando me señalaba una mancha, que lo suyo era por pura mala leche, que toda la camisa estaba limpia y ella se tenía que fijar en el lunar, el único trozo que no lo estaba. Una sola mancha suele destrozar la imagen de la camisa completa por más que desde fuera se pueda valorar la tela, la calidad del cosido o lo bien planchada que está. A veces, eso sí, hay suerte y la mancha puede esconderse bajo la chaqueta y con ello se puede mostrar una camisa impoluta.

A cinco, no sé si bodas, bautizos o comuniones, había asistido de forma consecutiva el Real Valladolid con una camisa en apariencia impecable. Pero por uno u otro motivo; un día, un roto; otro, un mal planchado; otro, una salpicadura de tomate mal lavada..., terminó las cinco tardes regresando a casa sin puntos y con muy poquito consuelo. A pesar de ello, me gustaba el aspecto. Vale, es cierto –escribía–, hemos perdido pero a poco que se esmere luce bien. Una vez, dos veces... hasta cinco, y a pesar de todo –insistía– luce bien. Pero había un pero: la espiral. Lo malo de una mala dinámica es la propia mala dinámica que, como un remolino, tiene la capacidad de tragarte sumergiéndote irremisiblemente bajo las aguas. Por eso era tan importante romperla ayer. Y se logró. Sin embargo, a pesar de lo que diga el marcador, el partido del Pucela no fue tan distinto de los anteriores. Un tramo excelente, esta vez al principio, y una segunda parte inhóspita, deslavazada y trufada de errores pueriles de los que pueden, vaya si pueden, romper todo el encanto. La única diferencia fue que esta vez la mancha, el roto o la arruga se ubicó en el justo punto en que pudo pasar inadvertida.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-10-2016

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