martes, 30 de septiembre de 2025

CARRETERA DE LEÓN, CRÓNICA NUESTRA

 

Foto: R. Jiménez

Cruzando desde el paseo de Isabel la Católica el puente Mayor de Valladolid y continuando, rotonda al margen, de frente, accedemos a la vía que el callejero denomina avenida de Gijón. Tiene lógica la designación porque el tramo que une Valladolid con la ciudad asturiana formaba parte de la N-601 que unía, Adanero mediante, Madrid con Gijón. Dispone de lógica cartográfica pero carece de la social, de la humana, porque para los vecinos de Valladolid, y no digamos si lo circunscribimos a los del barrio de la 'Vitoria', esa arteria que se abre –o se cierra, según se mire– al lado de mi casa se denomina 'carretera de León'. Al fin y al cabo, y de ahí la lógica humana del nombre, la mayoría de trayectos que se consuman sobre ese asfalto facilitan el trasiego entre las dos capitales o entre una de ellas y los pueblos de enmedio. Y no son trayectos circunstanciales, la mayor parte de esa mayoría responden al ejercicio de una vida: al eje que une el pueblo del origen con la capital del destino. Un proceso que, deseable o execrable, ineludible o forzado, responde a un fenómeno, el de los desplazamientos de personas a gran escala, que diseñó –diseña y diseñará– la geografía humana de nuestras sociedades. En la 'Vitoria', sin leoneses, sin terracampinos, no se habrían levantado edificios de más de dos plantas. Al menos cuando se edificaron los que existen.

Desde esa óptica, no comprendo la rivalidad perenne. Sí, claro, el pique en un juego de toma y daca, con principio y final preestablecidos. Sí, claro, la denuncia de los atropellos, la demanda de igualdad. Denuncias y demandas cuyo listado de destinatarios se ciñe a las personas con poder político y económico para decidir. Desde esa óptica, insisto, no comprendo el odio difuso y generalizado a cualquier cosa que evoque todo un territorio y a quienes en él habitan.

Me desagrada el clima que se genera cuando, en este caso, el Valladolid y la Cultural se enfrentan. Cuando se cargan en la pelota relatos de afrentas pasadas con responsabilidades remotas. Un clima, no lo olvidemos, artificial, provocado por quienes pretendiendo réditos políticos zahieren bajito –para encontrar escapatoria si vienen mal dadas– y magnificado por vocingleras que envuelven su personalidad en banderas a las que atribuyen blasones de superioridad, que se difuminan en identidades excluyentes. En realidad, resuenan más que son: entre unos Villarriba y Villabajo cualquiera, siquiera por contacto, la cercanía impone la relación cotidiana con todos sus vericuetos. Bodas incluidas. Podemos pensar que la pareja de ya prometidos está formada por dos antagonistas que como se apunta en la película dirigida por Robert Redford 'El río de la vida', «podemos amar totalmente sin entender totalmente». La realidad es la opuesta: se podrán comprender enteramente porque comparten pasión: el fútbol. Parte de lo no importante, de la mayoría de nuestro tiempo. En esta ocasión le corresponderá a ella mitigar el enojo de él.

Otra cosa, y aquí se me amontonan los años, observo reticente como el espectáculo se impone en todos los campos. A los debates políticos ha sucedido la espectacularización de las polémicas; a los análisis futbolísticos, el show periférico; a los usos que se atenían a lo privado, la exhibición de los sentimientos. De esa petición pública no quiero imaginar la posibilidad de un 'no' por respuesta. No lo entiendan, faltaría, como crítica sino como crónica de una evolución. Nuevos tiempos que no llegan para un Pucela empeñado en transitar por su mediocridad consuetudinaria.

Mientras, en ese Gijón punto y final de la carretera, la Segunda División muestra su rostro traidor, inmisericorde... maravilloso. Del 3-0 al 3-4. Todo cabe, nada sorprende.

Publicado en El Norte de Castilla el 29-09-2025

 

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