lunes, 4 de junio de 2012

Buridán: agua o heno


Al pobre burro, que tenía tanta hambre como sed, le pusieron entre un pesebre con heno y otro con agua. El animal, murió, aunque nunca se nos dijo si por inanición o por deshidratación. La historia del asno de Buridán nunca ocurrió aunque ha pasado a la gran historia de la filosofía. El sobrenombre no hace referencia al pueblo donde vivía el borriquillo, es la prueba de que las formas sutiles de insulto tienen más fuerza que las groseras cuyo estruendo se lleva el viento. Es tan así que setecientos años depués de la disputa, el término Buridán está asociado al asno y no al teólogo francés al que se pretendía satirizar. Este hombre, escolástico y seguidor de Guillermo de Ockham, defendía un determinismo moral según el cual las personas expuestas a tomar una decisión tienen la obligación de optar por el mayor bien. Sus rivales intelectuales crearon el cuento y dejaron para la posteridad la asociación entre el burro y el bueno de Jean.

BURIDÁN: AGUA O HENO

Al pobre burro, que tenía tanta hambre como sed, le pusieron entre un pesebre con heno y otro con agua. El animal, murió, aunque nunca se nos dijo si por inanición o por deshidratación. La historia del asno de Buridán nunca ocurrió aunque ha pasado a la gran historia de la filosofía. El sobrenombre no hace referencia al pueblo donde vivía el borriquillo, es la prueba de que las formas sutiles de insulto tienen más fuerza que las groseras cuyo estruendo se lleva el viento. Es tan así que setecientos años depués de la disputa, el término Buridán está asociado al asno y no al teólogo francés al que se pretendía satirizar. Este hombre, escolástico y seguidor de Guillermo de Ockham, defendía un determinismo moral según el cual las personas expuestas a tomar una decisión tienen la obligación de optar por el mayor bien. Sus rivales intelectuales crearon el cuento y dejaron para la posteridad la asociación entre el burro y el bueno de Jean.

viernes, 1 de junio de 2012

LA MECHA


El gas simbólico es altamente inflamable, cualquier cerilla prendida en sus aledaños puede provocar una explosión porque los símbolos habitan en el imaginario colectivo, un pantanoso terreno adosado a las vísceras y, por tanto, fácilmente manipulable por quienes se han arrogado su usufructo. Este conjunto de colores, sonidos o idealizaciones históricas se asumen como propias por una gran parte de la población que está expuesta a que sus dirigentes utilicen mezquinamente esos arraigos colectivos para sus beneficios particulares. Se envuelven en la bandera para que el dedo de la responsabilidad deje de apuntarles a ellos y se dirija al enemigo externo o al desleal de casa. Es un clásico la aparición de algún rescoldo relacionado con Gibraltar cuando la situación económica se complica.
En un estado moderno esos símbolos no pueden ser otra cosa que la representación de un paraguas, el propio estado, que cobija a quien se cubre bajo su tela. Desde este prisma suena como una afrenta que, quien días atrás decía que cualquier recorte le parecía pequeño, pretenda ahora convertirse en madre de la patria escondiendo sus vergüenzas en un himno. Es un ataque a la razón que, mientras vemos peligrar el estado de bienestar, convirtamos en el principal debate unos silbidos. Más que nada porque esos silbidos no son una enfermedad, en todo caso serían un síntoma de algo mucho más grave: la desafección, no solo territorial, de una buena parte de la sociedad ante un modelo político y social que muestra claras grietas en el casco del barco llamado España. 
Aquí, la capitana, en vez de ser la última que abandona la nave, ha decidido prender la mecha de los explosivos buscando el enfrentamiento entre la tripulación para no explicar por qué la bodega está vacía. Mientras estemos entretenidos en discusiones sobre si se debió jugar o no un partido de fútbol, Esperanza caminará con paso imperial. Al fin y al cabo la España de sus sueños son unas tijeras y un desfile militar.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 21-05-2012 

lunes, 28 de mayo de 2012

A por el destino


Cuatro minutos fue el tiempo que tardó el Celta en decir que no estaba para tonterías. Cuatro minutos tardé en escuchar la pregunta de rigor: ¿Te creías que íbamos a subir? Lo llevas claro. La polisemia es lo que tiene, genera confusión cuando el emisor y el receptor no convienen a priori la acepción que dan a la palabra en cuestión. Creer es un verbo que carga demasiado peso en sus pocas letras. Mi descreído interlocutor hacía uso de la primera acepción, tener por cierto algo a lo que el entendimiento no alcanza. Racionalmente es incomprensible que un equipo que se ha mostrado superior a sus rivales y que se juega mucho más que ellos fuera a dejar escapar su opción. Sería como pensar que los milagros existen. Yo creía porque hacía caso a la cuarta: tener algo por verosímil o probable. El fútbol nos ha enseñado que inverosímil no hay nada, que su fuerza radica en su imprevisibilidad y, precisamente por eso, cada partido es un relato del que no conocemos el desenlace. Esta regla tiene su excepción avalada por una historia de la que nadie se libra: si un resultado interesa a los dos contendientes, estos dejan de serlo y el marcador dibuja lo previsto.

viernes, 25 de mayo de 2012

PARTIDO MARCA ACME

El Coyote no ceja en su persecución porque sabe que la derrota es segura si se sienta a un lado del camino. Siempre trata de ir un paso por delante de su rival ya que es la única manera de vencer en ese combate, de esta forma sube a lo alto de un barranco porque sabe que Correcaminos pasará bajo sus pies y ahí encaramado podrá lanzar una gran bola de piedra con fines asesinos, o baja al fondo de una poza para colocar toneladas de explosivos que detonarán en el preciso instante en que su gallináceo enemigo pise en el punto previsto mientras él, el astuto cánido, se esconde tras un árbol. Los planes siempre son ingeniosos y aparentemente infalibles pero el rival nunca termina en sus redes. Así un capítulo y otro y otro, sin conseguirlo pero sin desesperar, con la certeza de que la próxima será la buena.
Así, como el Coyote, juega el Real Valladolid, un equipo que se va enfrentando a oponentes coyunturales mientras compite contra un rival al que, aun rozándole, no termina de apresar. Y pese a que las oportunidades se van agotando, insiste cada día en el intento. A veces Djukic, la cabeza del Coyote, se esconde tras un micrófono y enciende la mecha de un artefacto verbal que habría de explotar en Vigo. Las más, el cuerpo completo del perseguidor se encomienda a la lucha en campo abierto ejecutando lo que mejor sabe para no perder de vista al ave cuya aviesa intención es poner pies en polvorosa.

jueves, 24 de mayo de 2012

POBRES SIN VERGÜENZA

De la misma forma que la verdad no existe pero la mentira sí, hemos vivido unos años en que parecía que la pobreza no existía pero la riqueza sí. Quejarse de falta de dinero no estaba mal visto cuando el lamento era por no poder comprar otra casa, otro coche o ir más lejos de vacaciones. Hasta ahí. Ser pobre de verdad quedaba feo. La imagen de la pobreza era un tetrabrick de Don Simón. Reconocerse como tal era la declaración pública de un fracaso vital. ¿Quién puede tener sed viviendo al lado de un río? Pues la había pero no la veíamos porque la pobreza se escondía avergonzada. En una sociedad de fuertes, mostrarse débil te convierte en la diana a la que apuntan los dardos del reproche. Mejor callar. Ahora, que en vez de posar los pies en escaleras mecánicas por las que se asciende sin esfuerzo, apretamos el culo contra un tobogán por el que caemos, ahora, digo, ser pobre no es mejor, pero da menos vergüenza. La razón es sencilla, lo que abunda no se puede esconder, por más que la cosecha sea de pobres. El consuelo de tontos, el mal cuando es de muchos, resta culpas a cada uno de los que lo sufre y se pierde el miedo a contarlo. Uno habla con otra que a su vez habla con otro y todo se termina sabiendo. Como se sabe que el pobre de hoy tiene rostro de niño, es un adulto que antaño lució corbata o llevó vestido de firma en la penúltima Nochevieja. Es más, no hace tanto, cuando se encontraba con un mendigo en la puerta de un restaurante, decía que nunca se vería en esas. Entonces pobreza y exclusión social eran sinónimos. Hoy es el antecedente de una exclusión que está por venir hasta para muchos de los que menos se lo esperan. Además, quienes aún pueden decir que su sueldo es más largo que el mes ya no miran al pobre con desprecio sino con miedo a rodar por el mismo precipicio. El pobre ha dejado de ser un fracaso individual, ha mutado en amenaza colectiva. Y hay quien de ello se aprovecha. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-05-2012

lunes, 21 de mayo de 2012

En espera de juicio

Los consecuencialistas dicen que el camino al infierno está adoquinado con buenas intenciones. Esta corriente filosófica sostiene que el análisis moral de una acción depende únicamente del fin y no de los actos. El camino al cielo, suponemos, en vez de adoquinado estará adornado con mármoles pero el catolicismo añade una antesala en la que se espera el ingreso definitivo en el paraíso. En dicho recibidor, el purgatorio,  se permanece un tiempo indefinido, el necesario para que se borren las manchas delebles del alma. El que allí permanece sufre tanto como si tuviera hospedaje en el infierno pero con una diferencia sustantiva: tiene asegurada la salvación eterna. Esa estancia no debe diferir mucho de la de quien se enfrenta a un expediente que nunca avanza, siempre falta un papel o una firma. Parece ser, también, que si los que aún estamos entre los mortales pedimos, rezos o pagos de indulgencia mediante, misericordia al Juez Supremo, este puede mirar a otro lado y obviar ese trámite pendiente. Como la picaresca no es patrimonio exclusivo de nadie, la Iglesia azuzó el miedo a este paso intermedio y durante la Baja Edad Media realizó pingües negocios con el tema. Este negociete fue uno de los motivos expuestos por Lutero en sus 95 tesis que a la larga supusieron la ruptura del cristianismo.

jueves, 17 de mayo de 2012

El corazón roto de Totó

Todos huían buscando refugio pero él, Totó, seguía tumbado en el embarcadero dejando que la lluvia empapase su cuerpo adolescente. En su cabeza pesaba tanto el vacío de un largo verano sin ver a su amada como el miedo a que una vez llegado el otoño ella no hubiera regresado. Totó había cerrado los ojos pretendiendo que el recuerdo cubriese la ausencia hasta que sobre sus labios sintió los de Elena. «No sabes lo que he tenido que inventar para venir a verte, mañana, a las cinco iré al cine para despedirme».
No volvió y ese hueco fue la presencia más imperecedera de una mujer durante el resto de su vida. Salvatore siguió el consejo de su maestro Alfredo, quien le vino a decir que huyera de Sicilia, que no volviera nunca, ni siquiera la vista atrás porque el regreso pasado poco tiempo es un engaño, hace pensar que las cosas han cambiado pero si la vuelta tras décadas confirma que esa tierra maldita nunca cambia. No regresó hasta que, treinta años después, falleció el tutor. Ese retorno se convirtió en una búsqueda de su pasado, cada paso por el pueblo natal arrojaba tierra sobre el amor inconcluso. Elena ya no estaba, nadie supo explicar qué fue de ella. Desde el avión en el que volvió a Roma pudo ver, entendimos todos que por última vez, su isla perdiéndose en la lejanía. En Roma seguiría su triunfante carrera y su vida vacía.

lunes, 14 de mayo de 2012

Puto córner

Los niños son esponjas que absorben todo lo que ocurre a su alrededor, al fin y al cabo los individuos de cualquier especie animal aprenden prácticamente todo en las primeras etapas de su existencia porque de ello depende su propia supervivencia como individuos y como especie. Pasado ese tiempo podemos enriquecer, afinar o matizar nuestros conocimientos pero a un ritmo menor. La experiencia es un grado, dicen, pero no es siempre cierto. Sería interminable el listado, por ejemplo, de entrenadores cuyos mejores años fueron los primeros. Una razón puede ser que suma más la ilusión de quien pretende abrirse camino de lo que resta inexperiencia; otra, si ya es difícil aprender a ciertas edades, resulta titánico el esfuerzo necesario para modificar las respuestas que damos ante situaciones similares que la vida nos va deparando. La sabiduría popular es clara al respecto: cuando se tiene pelo abajo, se aprende poco y con mucho trabajo.