lunes, 22 de septiembre de 2014

BURBUJA DE PUNTOS

Así, como quien no quiere la cosa, en solo un año, el primero de este siglo, en España se pasó de construir doscientas cincuenta a quinientas cincuenta y cinco mil viviendas. Más del doble. Sin saberlo se había inaugurado la burbuja inmobiliaria. El resto de la historia es de sobra conocida aunque las consecuencias no lo sean, más que nada porque solo el tiempo terminará por ponerlas de manifiesto. Muchos son los análisis que se han hecho y muchas son las causas apuntadas (la reforma de la ley del suelo, el ingreso en el euro, la bajada de los tipos de interés, la relajación de las entidades financieras, el mito que aseguraba que el precio de la vivienda nunca baja, la ausencia de una política de alquiler...) que, sumadas, permitieron que se incubase la catástrofe que marcará un antes y un después en la historia económica de España, una enfermedad de la que -si se sale- será con el cuerpo magullado y, por supuesto, distinto al que se tuvo antes del paso por el quirófano. En ese mientras tanto, los dirigentes políticos alardeaban de esa aparente bonanza, esgrimían cuadros estadísticos en los que España siempre estaba entre los países que más pitaban, éramos, nos decían, la envidia del mundo mundial. Decía que el número de análisis sobre las causas que generaron la burbuja tiende a infinito, pero estos análisis, como el propio nombre indica, se realizaron una vez la burbuja hubo estallado. Hasta entonces fueron muy pocos los que, cual Casandras, alertaron de la que se avecinaba, pero el ruido impidió que se les escuchase. O peor, si se les escuchaba se les reprendía, se les reprochaba su pesimismo, se les llamaba aves de mal agüero y se les invitaba a sumarse al jolgorio. El caso es que durante esa etapa ominosa pensábamos que éramos y no éramos, creímos que teníamos y no teníamos. Las vacas que parecían gordas estaban impladas.

jueves, 18 de septiembre de 2014

EL APROBADO SE ARRANCA

Detrás de mí hay una mesita, sobre ella se apilan un buen número de libros de texto pendientes de abrir junto a otros tantos cuadernos que esperan ser estrenados. Es el trabajo de todo un año, el trabajo por hacer. Los chavales, mi hijo en este caso, nos sacan ventaja a lo que dejamos de serlo, ellos saben lo que les espera. Nosotros, por el contrario, vivimos en medio de una incesante zozobra, en un país que se tambalea y donde no hay un libro de texto en el que estudiar las materias de las que seremos examinados a lo largo del curso. 
Da la sensación de que hasta aquí hemos llegado, de que esto se ha agotado, de que el temario que nos fueron explicando desde hace cuarenta años ha dejado de ser creíble, que ni la tierra es plana ni gira alrededor del sol. Las clases de economía suenan a falso de puro farragosas, sucesiones de palabras que parecen decir y no dicen nada con un único objetivo: esconder lo evidente. No es cierto que las cosas vayan mal porque tenga que ser así y mucho menos que vayan mal a todos. Van mal para las personas que viven de su trabajo y para las que ni trabajo tienen, van mal porque no son ellas las que han fijado las reglas del juego. Pero de nada valen las quejas, decir que el suspenso es por culpa del profesor que nos mira con ojeriza, que le caemos mal, que nos tiene manía. No hicimos los deberes que nos correspondieron, creímos, cosas de tener un coche y un piso aunque fueran hipotecados, que la asignatura de la vida era una maría que aprobaríamos sin ningún esfuerzo. 

lunes, 15 de septiembre de 2014

CASTAS PROPUESTAS

Aún no ha cumplido los veinte, transita por esos años en la que empezamos a no entender nada, mejor dicho, ese tiempo en que desaparecen las pocas seguridades que se necesitan en la infancia y se empieza a abrir un mundo en el que no se sabe hacia dónde dirigirse. Es una época de explosión ante lo que se descubre pero, a la vez, de miedo ante lo que se avecina, de desconfianza en uno mismo, de desubicaciones. Pero ella es simplemente feliz. Bebé, que así se llama nuestra protagonista, no comprende la tristeza que aflige a tres de sus paisanos. Tres historias que se entrecruzan y con las que el director cinematográfico cubano Fernando Pérez Valdés trenzó los versos de película ‘La vida es silbar’. De la mano de Bebé nos invita a pasear por La Habana y nos presenta tres tristes tristezas. Sirva como por ejemplo la de Mariana. Esta muchacha quiere, sobre todas las cosas, Conseguir el papel de Giselle en el ballet del mismo nombre. Es tanto su anhelo que propone un trueque al mismo Dios: si logra el papel no se acostará nunca con ningún hombre. Dios, obviamente, no responde (y de haber respondido le habría dicho que no tiene especial interés en sus encuentros carnales, que no sabe de dónde ha salido esa lúgubre idea) pero ella da el trato por bueno y cumple con su parte. Bailar, llegar al culmen en el baile, y a cambio soledad. Triunfar en el escenario aunque sea matando el deseo que su joven cuerpo exige.

lunes, 8 de septiembre de 2014

LA CADENA ROTA

El poeta alemán Bertolt Brecht lo dejó escrito: "Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles". Con los días pasa un poco lo mismo, los hay de esos en que todo pareció ir sobre ruedas y son buenos. Pero los hay que nacen torcidos, que paulatinamente van empeorando hasta el punto de arruinar las expectativas y que, de repente, de la manera más insospechada, todo se arregla: esos son los maravillosos. Ayer fue uno de esos. En medio de la portuguesa Sierra de la Estrella, el amanecer resultaba inquietante para quien pretende recorrer parte del país vecino en bici. Amenazaba pero no llovía, había que intentarlo. Me pongo en marcha. Yendo en bicicleta, con todo revisado, se puede pensar en un pinchazo, en una avería menor, pero tras unos kilómetros, en medio de un pueblo con tres casas mal contadas, se rompe la cadena. Un domingo y en medio de ninguna parte. Pero llegó la solución de la mano de Tennessee Williams y su ‘Tranvía llamado deseo’. El dramaturgo norteamericano aseguraba, por medio del personaje de Blanche Dubois, que siempre confió en la bondad de los desconocidos.

domingo, 31 de agosto de 2014

UNA MALA PEDRADA

Aún recuerdo la cara de estupefacción de aquel chaval cuando comprendió que había sido ‘burreado’ por aquellos que, para él, eran poco más que unos palurdos. Lo que no consigo recordar, sin embargo, es su nombre. Había llegado a nuestro pueblo por casualidad, estaba allí  como podía haber  estado en cualquier otro sitio. El chico era amigo de Luis, uno de los de nuestra pandilla del pueblo que vivía durante el curso en la capital, y, vaya usted a saber por qué, había decidió pasar en el pueblo de su amigo la segunda quincena de agosto. Para él todo era extraño y casi todo molesto. Por eso y por su actitud de niño consentido no cayó en gracia. Los primeros días de su periplo coincidían con los de la preparación de las fiestas, esos días en que estábamos enfrascados en el arte de convertir cualquier vieja panera en una peña. Mientras limpiábamos los suelos o jalbegábamos las paredes, el intruso se quejaba del olor, del calor y de lo que fuera.  Andrés se acercó a él y le dijo, oye, en lo que terminamos acércate a la casa de Tere (la madre de su amigo) y le dices que si nos deja la pantómetra. ¿Qué es eso? Preguntó. Ve a por ella y ya lo verás. El chico fue y al cabo de un rato volvió con un saco bien atado a cuestas. Cuando la dejó sobre el suelo, Andrés torció el gesto. No, esa no, dijo. Ve de nuevo y dile a Tere que la que necesitamos es la grande. El chaval repitió la operación y al poco regresó con el mismo saco pero esta vez más lleno. La sonrisa de Andrés certificaba que esta pantómetra sí era la buena.  Cada uno de nosotros interrumpió su labor y fuimos formando una especie de corro en el centro. Cuando ya estábamos todos, el propio Andrés desató el saco y desveló el secreto, allí no había más que objetos tan pesados como inservibles mezclados con trozos de leña. La carcajada fue general, si exceptuamos, claro está, al protagonista ahora consciente del complot urdido en su contra. Llegar a un pueblo desde la capital tiene estas cosas, sobre todo si el que llega se empeña en mirar por encima del hombro a los que son de allí. En el mejor de los casos termina cargando la pantómetra o cazando esos unicornios rurales que se llaman gamusinos y pululan por ahí. En el peor, una pedrada rebaja la altivez.

domingo, 24 de agosto de 2014

HORMIGA A HORMIGA


Al final fue que sí, como pudo haber sido que no, y los aficionados acudieron sin siquiera un aspaviento a esta liturgia semanal que se pone de nuevo en marcha. Hasta que un día se cansen -nos cansemos- de tanta burla de los que nos miran desde arriba, desde tal altura debe ser que parecemos poco más que hileras de hormigas, unas iguales que otras, todas prescindibles y como tal nos tratan. Y como tal actuamos, sin levantar la voz, sin decir ¡hasta aquí llegó la riada del 63! Total, pensamos, para lo que va a servir. Los dirigentes de nuestro fútbol son de esta ralea, para ellos el fútbol son dos columnas en una tabla, la del debe y la del haber. Con la diferencia llenan sus carteras. Caso de no haberla, se deja de pagar y la ruleta sigue dando vueltas. La grasa que la hace girar, el dinero que les llega por unos medios o por otros, parte siempre del bolsillo de las menospreciadas hormigas a las que tampoco se debe liberar de su parte de culpa: han dejado hacer y les han hecho. El lamento llega siempre tarde. La última ha rozado el límite de lo esperpéntico, en una semana nos dijeron que empezaba la competición, que dejaba de empezar y que venga, que sí, que empezamos. Y usted, que le apetecía ver el partido, no supo hasta casi el último día si quedarse en Pucela, irse a las fiestas de su pueblo o sacar billete para el tren playero. A ellos poco, por decir algo, les importa. Al final fue que sí, pero no se puede hacer como si nada hubiera sido. Quizá, hormiga a hormiga, se pueda alzar la voz lo suficiente como para llegar alto y recobrar el respeto que no se sabe en qué punto del camino nos perdieron. No es incompatible mantener una pasión colectiva con un comportamiento propio del ganado lanar. Al final fue que sí y el partido produjo la primera alegría en forma de resultado pero eso es poco bagaje para la ensoñación. Los futbolistas, al afrontar el primer partido de una temporada, deben sentir un miedo similar al que sufre un escritor ante la amenazante presencia de un folio en blanco, un pánico que no amaina aunque haya escrito mil artículos o dos docenas de libros. Más si cabe cuando algunos acaban de llegar a estas tierras y otros sienten que en sus piernas está el resarcir al equipo del fracaso de la temporada anterior. Pero llamarse Real Valladolid o tener la vitola de equipo que fue de Primera deja de tener valor en cuanto el balón corre por el césped. Analizar lo visto tiene sentido, hacer una proyección de lo que puede ocurrir en los próximos diez meses roza lo temerario. Lo que no quita para que algunos detalles inflen esa bolsa de gas que se llama ilusión. Uno de estos detalles es la incorporación a la plantilla del portugués André Leao, un jugador que llegó de puntillas pero que impregna de calidad a cada jugada que pasa por sus pies. Pero, junto a ese optimismo inmanente al primer triunfo habita el principio de precaución. Lo que haya de ser lo sabremos, mientras tanto disfrutemos de este relato que podría comenzar a la manera de Tolstoi en Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Y al final...



Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-08-2014

martes, 12 de agosto de 2014

DON SEBASTIÁN Y EL CAPITALISMO

Cuentan los que de esto saben que en Marruecos, durante la batalla de Alcazarquivir, moría en 1578, el rey portugués Don Sebastián. Como no dejó herederos, el trono luso acabó en manos de Felipe II de España.

Al haber muerto en plena batalla, en tierra extraña y lejana, casi nadie pudo ver su cadáver; un cadáver que, en cualquier caso, tardó en aparecer o nunca apareció. El pueblo portugués, así lo cuentan, no quiso aceptar el hecho. Esto, unido a la muy humana necesidad de creer en algo que alentara sus esperanzas en un futuro mejor, ayudó a crear y propagar la leyenda de que el rey no había muerto, simplemente preparaba las condiciones para regresar, liberar a Portugal del dominio extranjero y recuperar su trono.

A este movimiento se le denominó sebastianismo. Este mito, que aúna ilusión pasiva y resignación activa, se sustenta en algunos aspectos del melancólico carácter portugués. El sebastianismo, como concepto, fue más allá de aquella época. Se podría definir como la suma del malestar con un presente ingrato más la esperanza en que un hecho milagroso –una resurrección de un ilustre fallecido- les guíe a la tierra prometida. 

miércoles, 23 de julio de 2014

CARTA AL SEÑOR CAROD ROVIRA

Estimado Señor Carod:

Antes de que le revele el interés que mueve a escribir estos renglones a quien es un absoluto desconocido para usted, permítame unos apuntes de contexto.

Le escribo desde un punto indeterminado de esta tierra que usted denomina vagamente Madrid o Castilla, en concreto desde la submeseta norte. Si presta un poco de atención puede ubicarnos en cualquier mapa de la Península Ibérica: puede enclavar el remite dentro del territorio sito en ambas márgenes del río Duero antes de que sus aguas, camino del Atlántico, baldeen la vecina Portugal. La nomenclatura política autóctona, bien con alguna tirantez, bien con rictus de prosopopeya, se refieren a ella como Castilla y León y a su gobierno como Junta.

jueves, 17 de julio de 2014

DOLOR CINCELADO EN LA PIEL

Un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo, dictó la Jefa de Gobierno israelí Golda Meir. Una tierra sin pueblo. Les echaron y no habían existido. En Palestina se teje el futuro con el hilo de la memoria, Israel, cual Penélope nocturna, descose las costuras.

Ahí mismo, un poco al este, un pueblo lamenta su desdicha. Cada día, desde hace casi sesenta años, el ejército israelí traza una esquirla en ese mapa. La historia reciente de Palestina es una alegoría del quebranto que sólo el ser humano es capaz de infligir a sus semejantes, pero a su vez el pueblo palestino ha escrito páginas de dignidad. Es la historia reciente de un pueblo que sobrevive porque de su acervo histórico supieron extraer una enseñanza: un colectivo es más que la suma de sus individualidades. Les mintieron, expulsaron de sus casas, redujeron su territorio, esquilmaron sus tierras, arruinaron sus medios de subsistencia, sufrieron la traición de los que consideraban suyos. Muchos se fueron con la esperanza de un próximo retorno, nunca volvieron. Otros con idéntica esperanza tomaron el mismo camino del exilio, siguen esperando. Aprendieron. El resto no se irá. Saben que sería el triunfo definitivo de quienes usurparon su pasado para esquilmarles el futuro. En su reducto resisten, es la esperanza ardiendo a la que se agarran.