lunes, 15 de septiembre de 2014

CASTAS PROPUESTAS

Aún no ha cumplido los veinte, transita por esos años en la que empezamos a no entender nada, mejor dicho, ese tiempo en que desaparecen las pocas seguridades que se necesitan en la infancia y se empieza a abrir un mundo en el que no se sabe hacia dónde dirigirse. Es una época de explosión ante lo que se descubre pero, a la vez, de miedo ante lo que se avecina, de desconfianza en uno mismo, de desubicaciones. Pero ella es simplemente feliz. Bebé, que así se llama nuestra protagonista, no comprende la tristeza que aflige a tres de sus paisanos. Tres historias que se entrecruzan y con las que el director cinematográfico cubano Fernando Pérez Valdés trenzó los versos de película ‘La vida es silbar’. De la mano de Bebé nos invita a pasear por La Habana y nos presenta tres tristes tristezas. Sirva como por ejemplo la de Mariana. Esta muchacha quiere, sobre todas las cosas, Conseguir el papel de Giselle en el ballet del mismo nombre. Es tanto su anhelo que propone un trueque al mismo Dios: si logra el papel no se acostará nunca con ningún hombre. Dios, obviamente, no responde (y de haber respondido le habría dicho que no tiene especial interés en sus encuentros carnales, que no sabe de dónde ha salido esa lúgubre idea) pero ella da el trato por bueno y cumple con su parte. Bailar, llegar al culmen en el baile, y a cambio soledad. Triunfar en el escenario aunque sea matando el deseo que su joven cuerpo exige.
El fin de semana pasado, el Real Valladolid ofreció, siquiera durante una hora, un espectáculo dancístico digno del mejor de los escenarios, tres goles con una perfecta coreografía. Ayer, por el contrario, llegó el momento de la resistencia a la tentación, el del juego de puerta cerrada. Un gol conseguido a empellones valía tanto como el papel de Giselle, después rezos y plegarias para que nadie lo pudiera contrarrestar. Y así fue, pero más por la falta de tino del Alcorcón que por la voluntad del señor de los cielos. Hoy ha servido, pero malo sería si Rubi, el entrenador blanquivioleta, ese chico con carita de haber aprobado recientemente una oposición, pensase que ha encontrado el camino. Él, de momento, no lo ha encontrado. La prueba de que aún no tiene claro lo que quiere es que el centro, ese espacio que marca las pautas, ha sido ocupado por tres jugadores en cuatro partidos. No es una cuestión de nombres sino de lo que cada uno aporta, empezó eligiendo un sastre ordenado, posteriormente optó por el caballero rubio de formas galanas. Parece que ni uno ni otro terminaron de convencerle y ayer, en la periferia de la capital, puso al mando a Timor, un futbolista con nombre de isla y que, como esta, tiene dos partes geopolíticamente bien diferenciadas: la defensiva es como la occidental, pertenece a Indonesia, es parte de un todo en el que se encuentra bien integrado. La ofensiva es más como el Timor Oriental, país independiente que consiguió desligarse de la metrópoli portuguesa en primer lugar y de la invasión Indonesia. Nuestro centrocampista, en este caso por voluntad propia, del medio campo hacia delante es un país independiente sin relaciones con sus vecinos. Avanza, empuja y, en todo caso, dispara por su cuenta. El caso es que, si el valor de medida es el resultado, poco cabe reprochar. La vida no va a ser siempre silbar y no es malo que, cuando toca, se sepa resistir. Pero que sea porque toca no por promesas de castidad. Si no se puede no se puede, se aprieta y se sigue. Pero de ahí a proponer castidad a cambio del éxito media un abismo. Entre otras cosas porque no está escrito que, tras ser castos, el cielo nos premie. Es mejor silbar cada vez que se pueda.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 15-09-2014

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