domingo, 5 de mayo de 2013

DE MENÚ: PECHUGA DE PAVO

A la generalización del uso de cualquier avance le acompaña siempre un elenco de servidumbres que, en muchos de los casos, exigen otros nuevos avances. Nadie (o casi) discute que el coche aporta posibilidades que sin él no podríamos imaginar. Pero su uso generalizado, además de las contraindicaciones obvias, ha modificado hasta la estructura de las ciudades. Ahora los espacios de ocio, las áreas industriales, las grandes superficies comerciales, los hospitales...están completamente a desmano. En estas grandes ciudades, los diseños se plantean con la certidumbre de que, quien más, quien menos, tiene un coche disponible. Las menos grandes, efectos del mimetismo, imitan a sus hermanas mayores. El coche ha pasado de herramienta a arquitecto urbanista, de opción a necesidad. Otro tanto ha pasado con la alimentación. La industria ofrece una serie de productos que han arrinconado en el frigorífico a los que antaño eran la sota, el caballo y el rey. El bocadillo de chorizo (sin cortar en lonchas) ha ido perdiendo protagonismo ante la invasión de la mortadela o el pan de molde. Las meriendas de la chavalería actual se parece mucho a la dieta que nos (im)ponían nuestras madres cuando estábamos enfermos. Masticar la carne de animales engordados de forma artificial exige mucho menos esfuerzo del que nuestro organismo puede realizar. A los dientes, por ejemplo, no se les pide el trabajo para el que se han ido preparando a lo largo de miles de generaciones de homo sapiens, tienen mucho tiempo para bailar y terminan en cualquier lugar de esa pista llamada boca. Las ortodoncias se ven obligadas a recolocar unas piezas desubicadas por los desmanes de la pechuga de pavo. 

El fútbol tiene el poder de atracción que tiene porque, más allá de la belleza plástica, es una escenificación incruenta de un duelo en el que los contendientes pretenden con tanto ahínco la defensa propia como la muerte del rival. Cuando los rivales afrontan esta batalla simbólica con un espíritu depresivo, el fútbol parece arroz hervido. Por motivos bien distintos, el Real Valladolid y el Real Madrid, pisaron la hierba con suma melancolía. Los capitalinos porque se veían obligados a disputar batallas de una guerra local ya perdida, porque, además, se han quedado sin el estímulo que les suponía la posibilidad de imponerse en la gran contienda internacional. Con nada que ganar, con ganas de poner punto y final, tienen que seguir fichando en la oficina en horario de ocho a tres, pero un campo de fútbol no es una oficina. Los pucelanos, porque saben que si la hazaña de David ha quedado impresa en los libros de historia es debido a que solo ocurrió una vez; que en el resto de los casos, los Davides son irremisiblemente aplastados por los puños de Goliat. Si a eso le sumamos que la necesidad no les ahoga, que esta batalla no es su guerra, que una vez garantizado el cinco en esta evaluación no estudian en pos del notable, se entiende (aunque no se aplaude) la actitud de un grupo que ayer fue más efectista que efectiva.
Añadiendo un ingrediente al otro, podemos llegar a una conclusión escrita en el campo de juego: dos equipos alegres, aparentemente despreocupados, disputaron un triste partido con un previsible corolario: el triunfo del rico que no deja de serlo por más que también llore. Acabado este menú bajo en sal y con vino sin alcohol, los comensales nos quedamos con la sensación de que pudimos habernos metido un chuletón entre pecho y espalda, pero que alguien llegó diciéndo que tanta grasa, tanta sal, podría resultar indigesta...

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-05-2013

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