Al realizador
de la retransmisión televisiva le seduce la imagen captada por una de las
cámaras dispuestas en El Plantío, una de las que vigila los aconteceres
del graderío, y decide olvidar durante unos segundos la contienda que se
desarrolla en la campa de juego. Por suerte, la escena no mostraba un triste
enfrentamiento entre aficionados como podríamos temer dada la ridícula
rivalidad últimamente exacerbada. Mostraba, sin más, la reacción de un muchacho
despistado, desubicado, ruborizado, aturdido... y dolorido tras haber recibido
un balonazo en la cara.
El gesto
compartido por sus amigos, a los que el azar bien pudo haber convertido en
protagonistas, entreveraba vetas de regodeo y compasión. A lo que vamos: el
disparo a puerta –doy por descontada la intención– del blanquivioleta Tenés,
lejos de culminar su trayecto en el fondo de la red de la portería rival,
prosiguió su peregrinaje hasta ver interrumpido su recorrido al topar con el
rostro de este chaval emplazado en uno de los fondos del estadio.
Considerando
la distancia cubierta por la pelota en su itinerario, y, de resultas,
calculando siquiera a ojo de buen cubero el tiempo empleado en describir la
ruta, resulta obvio que el mozuelo estaba pendiente de cualquier cosa menos del
partido en sí. A poco que hubiera tenido el ojo apuntando al juego, habría
dispuesto de tiempo suficiente para esquivar, incluso detener, el ya suave
tránsito del balón. Le entiendo, faltaría más. Por un lado, debido a la
identificación. Tiendo a distraerme y, cada poco, 'tengo que aguantar' a los
compinches con quienes comparto los partidos en El Norte un «¡Pero quieres
mirar el televisor!» reprensor. Por otro –más verosímil–, en virtud del
contexto. El fútbol, por llamarlo de alguna manera, que exhibían tanto el
Burgos CF como el Real Valladolid desalentaba hasta al más enfervorizado de sus
seguidores.
Fútbol
industrial, aburrido como dedicar la mañana a observar el trabajo en cadena de
una línea de montaje en una fábrica de frigoríficos. Nada que ver con el
dinámico espectáculo ofrecido por cualquier obra de la que disfrutan las
sucesivas hornadas de jubilados. Una secuela futbolística del fordismo, un
desarrollo en el que los futbolistas pretenden ensamblar su fútbol desencajando
el del rival y, una vez logrado, ejecutando de forma secuencial una repetición
constante de faenas. Fútbol de poderío físico y dogmatismos tácticos. Fútbol
moderno que nos retrotrae a otros modernos, los tiempos referidos por Chaplin
en su película así titulada. Fútbol plomizo interrumpido por algún destello
como fue el provocado por el golazo de Chuki.
Mucho alicate
y un fogonazo que prendieron los tres puntos en un partido disputado en terreno
emocional fronterizo. Un momento en el que las decepciones previas intimidaban
e imponían al Pucela un tan atenazante como impostor miedo a perder. Los
efluvios del contento inicial de la temporada ya se habían disipado y los
temores comenzaban a corporeizarse. Al menos se ha ganado tiempo. Y una
alegría, que nunca está de más.
Publicado en El Norte de Castilla el 13-10-2025
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