jueves, 8 de mayo de 2014

EL EMPATE RELATIVO

Una de esas leyendas apócrifas que labran el mito de algunos genios se refiere a Albert Einstein cuando, tras formular su teoría de la relatividad (aunque él nunca la denominó así), su reputación había trascendido más allá del ámbito en el que trabajan los investigadores. Durante aquella época, el físico recorrió diversas universidades de los Estados Unidos desgranando los vericuetos de tan revolucionaria teoría. Un día de tantos, a caballo entre dos ciudades, su chófer le espetó: «Tiene usted mucha cara, le pagan barbaridades de dinero y lo único que hace es repetir siempre la misma copla, ahora que ya le he oído, yo también podría hacerlo». Einstein le tomó la palabra y aceptó la propuesta: «La próxima conferencia la impartirá usted». Dicho y hecho, antes de llegar, intercambiaron sus ropas y se caracterizaron convenientemente. El chófer expuso palabra tras palabra todo lo que había oído al genio tantas veces.
Cuando concluyó su intervención, el auditorio se puso en pie y aplaudió durante un largo tiempo una propuesta teórica tan audaz. Mientras, nuestro protagonista, tras cruzar su mirada con Einstein, sonreía ufano como diciendo: «¿Ve usted? no era tan difícil». Pero, hete aquí, que tras los aplausos un hombre pidió intervenir. Toma la palabra, se presenta como catedrático de física de la universidad donde se realiza el acto y tras celebrar la importancia de la teoría puesta en pie por el invitado, formula un par de preguntas. El conductor no pierde la compostura, sonríe y le replica con un calculado gesto entre malhumorado y arrogante: “¿Usted dice que es catedrático? ¿Cómo es posible que una persona del nivel que se le supone pueda realizar preguntas con tan poca enjundia? Mire, lo que plantea es tan elemental que hasta mi chófer podría responderle» y cedió la palabra al sabio. Bien, esa teoría de la relatividad es la que se ha expuesto hoy en Zorrilla. Tras una temporada en que buena parte de los rivales se han escapado vivos, en que los empates se sucedían dejando un regusto amargo, otro empate ha colmado las expectativas de la afición pucelana. Y es que no es lo mismo un empate que un empate, según y cómo. El propio Einstein resumió con una frase su propuesta: «Pon tu mano en una estufa durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica bonita durante una hora y te parecerá un minuto. Eso es la relatividad». Ayer podría haber dicho: «Empate usted contra el Rayo, el Betis, Elche...y el aficionado se irá a casa pensando que su equipo es una castaña abocada al descenso, empate usted ante el Real Madrid y las mismas personas darán por hecha la continuidad en Primera porque lo que falta ya está hecho». Al fin y al cabo, cuando subimos al estadio nos hubiésemos dado con un canto en los dientes por ese punto y más tras el gol de los capitalinos. Un gol, por cierto, en un lance previsible: la estadística dice que si no está Ronaldo por medio, el porcentaje de acierto madridista en las faltas al borde del área es altísimo. Valiente no debía conocer el dato. Menos mal que apareció Osorio, un desconocido providencial, que demostró que el tiempo jugado es relativo. Sus goles, por suerte, han tenido un valor absoluto.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-05-2014

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