lunes, 12 de mayo de 2014

UN BOTE, UN BARCO...

Sin pamplinas. La palabra esperpento suele ir asociada a Ramón María del Valle-Inclán, pero antes de que el gallego la emplease referida a su obra, la palabra ya existía. Sin ser consciente, la persona que muy antaño acuñó el término nos dotó del instrumento que define implacablemente la página que el Valladolid perpetró ayer en Sevilla. Un esperpento, una historia sin héroes arquetípicos de esos que acuden puntuales a última hora para enfrentarse al mal, un relato sin antihéroes de esos que se autorredimen acudiendo impuntualmente a tiempo a donde nadie les espera, una novela sin villanos de esos que conocen perfectamente el mal para poder llevarlo a cabo. Un esperpento, un cuento amorfo de un equipo que, teniendo el objetivo en la mano, lo ha dejado escurrir como escurre el agua del mar que se arroja en un agujero abierto en la playa.
Tres veces, tres, se adelantaron frente al último de la lista, tres mordiscos a la Primera División con una dentadura postiza que saltaba por los aires en cuanto el Betis, el último, carne tierna, insisto, se revolvía. Tres veces, tres, en un partido que fue una especie de epítome de una temporada generosa en oportunidades que han ido dilapidando con la ridícula certeza de que la providencia siempre concedería otra. Según pasaban los minutos me acordaba de aquel hombre que ante la riada que anunciaban por televisión decidió no abandonar su casa confiando en que Dios le salvaría. El agua llegó e inundó la casa, nuestro hombre se vio obligado a subir al tejado. Un conocido acudió a su rescate con una lancha, pero él decide permanecer ahí encaramado. Gracias, dice al oferente, confío en Dios, él me rescatará. Con el mismo argumento fue declinando subir en un barco de salvamento, en un helicóptero de protección civil...hasta que el hombre muere. Ya frente a Dios le reprocha a este que no acudiera en su ayuda: «Confiaba en ti, pero no hiciste nada por ayudarme, me has dejado morir». «¿Cómo que no?», replica Dios malhumorado. «Te avisé por televisión, te mandé un bote, un barco, un helicóptero...». Los jugadores del Pucela salían cabizbajos del campo, el entrenador miraba circunspecto a la nada. Lo tenían y se les fue. Pintaba demasiado bonito y se escapó. Cometieron el error del que piensa que lo conquistado una vez es eterno y ya vimos que no, que primero se consigue y después se mantiene o se vuelve a perder. O simplemente no supieron si debían nadar o flotar y se ahogaron. Cabe la redención del último día, pero volvemos a las viejas historias, a necesitar que otros fallen, a no depender de uno mismo. Pocos ingredientes para el optimismo, menos mal que esto es fútbol y a lo mejor resulta que Dios sí que baja al tejado a rescatar al que despreció todas las oportunidades.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-05-2014

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