domingo, 4 de mayo de 2014

LOS DOS GOLES DE RUKA

Existen expresiones que aparentemente no dicen nada pero que cobran sentido porque encierran en sí toda la experiencia vital de quien las escucha. Son frases con un contenido obvio, de apariencia hueca, pero que retumban en el receptor, porque en alguna de sus alacenas interiores encuentra la definición precisa. Una expresión del cariz de ‘la vida es así’ puede ser un buen ejemplo. Ese ‘así’ puede valer para un roto y para un descosido, en esencia no dice nada, pero cuando llega a nuestros oídos nos cuenta todo. Al fin y al cabo, ¿qué es la vida más que la suma de las cosas que caben en ella? La vida es lo que es, lo que nos permite gozar y lo que nos arrastra a sufrir, una secuencia ilógica de acontecimientos que tenemos que digerir, un espacio en el que las causas y las consecuencias no siempre llevan el mismo camino.
De nada sirve darle más vueltas. Si algo ha permitido al fútbol expandirse por todos los rincones del orbe y convertirse en el fenómeno de masas que es y ha sido desde su invención, es su sintonía con la vida misma, su capacidad para sorprender, su carácter imprevisible. El fútbol es, también, una secuencia ilógica de acontecimientos. Al menos un desarrollo que no tiene por qué corresponder con el resultado final. Quizá por eso nadie ha encontrado una definición precisa del balompié salvo Vujadin Boskov, el entrenador serbio recién fallecido: ‘Fútbol es fútbol’. No dijo nada y lo dijo todo. Vean si no. El Real Valladolid jugó ayer uno de sus peores partidos de la temporada. Su rival, el Espanyol, fue mejor de cabo a rabo, su juego era más ordenado, su propuesta más eficaz y su puesta en escena más creíble y con más cuajo. Así creó seis o siete ocasiones, pero por un motivo o por otro ninguna de ellas sirvió para dar trabajo al encargado de mover los dígitos del marcador. El Valladolid, por el contrario, parecía condenado a su suerte, sin plan, sin armonía, sin hallar la manera de atemorizar al rival. De esta forma, casi sin proponérselo, se encontró con un gol que le permite seguir con la aspiración de mantener la categoría. Un gol, además, marcado por Rukavina, un defensa poco pródigo en este arte. ¿Hay mejor manera de definir lo que ocurrió ayer en Zorrilla que repetir la tautología del viejo profesor? Por todo lo anterior no es de extrañar la alegría del defensor tras comprobar que el balón que había salido de su pie sobrepasaba al portero rival. El gol podía ser oro porque mal se le había puesto el ojo a la mula. El Pucela llevaba demasiados meses tan pendiente de lo que hacían los rivales como de sus propios resultados. Ayer, y quizá eso fuese una buena noticia, esa posibilidad no existía. Era un nosotros o nosotros, lo que no seamos capaces de hacer no se podría compensar con los errores del resto. Casualmente, un rato después del gol, el propio Rukavina evitó, despejando un balón debajo del larguero de su portería, el tanto espanyolista. Ambas jugadas, el gol que se anota y el que se evita, tienen sobre el papel el mismo peso, sin embargo sorprende la distinta actitud con que se viven, quizá sobrevenida por la distinta repercusión con que se valoran. El primero es como un orgasmo, una alegría exacerbada, un tumulto en el corazón que sale a la calle dando voces. El segundo, mucho más modesto, es una caricia, un festejo contenido, la satisfacción del deber cumplido, una suave brisa. Ambos goles, sin embargo han sido imprescindibles para que el Valladolid duerma pensando que todo está en su mano. O  no, porque la vida es así y fútbol es fútbol.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-05-2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario