Tres aficionados del Pucela
toman unas cañas en un bar coruñés sito en las inmediaciones de Riazor a una
hora en la que el partido que disputaba su equipo frente al club local ha
concluido. Percibimos una conversación que no alcanzamos a oír. Observamos sus
desmedidos manoteos: un catálogo gestual que airea un malestar, una incomodidad,
que constata la regurgitación de una jugada mal digerida. Contemplamos las
miradas perdidas, como dirigidas a otro lugar, a otro tiempo, con la esperanza
de modificar el desenlace captado hace nada por sus retinas.
No alcanzamos a oír, decía,
sonido alguno procedente de la cantina; en cambio, diversas voces en off elucubran
al respecto de lo que pudo haber ocurrido en el partido en función de las
interpretaciones recabadas del acervo gesticular exhibido. Con mayor o menor
contundencia, con unas u otras incidencias adversas, los relatores coinciden en
asentir una dura derrota blanquivioleta. La directora surcoreana-canadiense
Celine Song concibió una escena análoga a esta de la que me valgo para
presentar a los protagonistas de su película ‘Vidas pasadas’: Nora, una mujer
que a los doce años emigró de su Corea natal al Canadá; Arthur, su marido; y
Hae Sung, el amigo de la infancia surcoreana de Nora. Los tres ahora, bien que
por motivos diversos, comparten fastidio y una bebida, conversación, manoteos y
miradas al infinito.
La película retrocede a esa
primera docena de años, traslada a Nora y Hae a las animosas callejuelas de sus
infancias, a su escuela, a sus paseos, a sus anhelos... A la época en que Nora,
incluso, no se llamaba Nora sino Hae. A la primera mitad del partido del
Pucela. Probablemente, los mejores minutos de esta época ‘almada’. Juegos,
alegría, brillante desempeño académico, presión alta, rival maniatado,
ocasiones y hasta un gol. Pero una decisión te traslada de escenario, modifica
la vida por vivir, nada se parecerá ya a lo que pudo ser. Canadá no es Corea,
jugar con diez -olvidemos la ‘boutade’ de Helenio Herrera- es peor que disputar
el partido con el once completo. El camino de la película nos traslada a un
punto situado doce años más tarde. La vida adulta ha sepultado infancias y
adolescencias. Pero aún, en cada cabeza, resuena el eco de aquellos tiempos.
Nora pretende reanudar la relación con Hae, en realidad con su pasado, consigo
misma, con su vida pasada. Busca a Hae en las redes y, tras encontrarlo,
constata que él, desde hacía tiempo, andaba empeñado en encontrarla. Una segunda
mitad dura, muchas horas de distancia, pero que mantiene el marcador -en la
misma posición, con los mismos guarismos- que había cuando Mae se trasladó a
otro mundo y se convirtió en Nora, cuando Marcos André caminó obligado hacia el
vestuario.
La decisión, otra decisión,
altera el final previsible en ese momento. Ni la película concluye con el
‘happy end’ del cine clásico hollywoodiense al que estamos acostumbrados ni el
alargue resulta intrascendente. Nora está casada, y decide mantener el vínculo
para congoja -aun comprendiendo la decisión- de un Mae empeñado en coser pasado
y futuro, en olvidar el presente. Un presente que atormentó a Tomeo: el riesgo
de un balón suelto en las inmediaciones de la portería le arrojó al vacío y,
sintiéndose invisible para las cámaras, decidió agarrar al rival dentro del
área. Tensión fílmica y futbolística. Al fin, en la película, en el vestuario
de Riazor, en los aledaños del estadio, resuenan palabras no pronunciadas, se
vislumbran alharacas no materializadas: jugadores y aficionados lanzando miles
de ¡¡¡vamosss!!! Al aire, saltos buscando choques de pecho con pecho,
estrepitosos abrazos interminables. El reflejo de un momento posteriormente
suspendido; el resultado de un ejercicio de supervivencia que mantuvo la vida
solo a medias; victorias de las que consolidan grupos, afianzan proyectos y
enganchan a la afición; puntos que se agarraban antes de desprenderse. Las
vidas que no has vivido. La vana pretensión de buscarse en donde fuiste feliz. El
retrato emocional de lo que fue. Hasta que se asume que lo no dicho, lo no
vivido, rompe la ilación. Hasta que se admite la certeza de que no eres de
allí, de que no estás allí, porque ni existe ya ese ‘allí’ ni tú eres la
persona que antaño ‘allí’ estaba. Hasta que se asimila el doble desarraigo: ni
te has ido del todo ni terminas de llegar. Y de esta forma te perciben.
Aun así, ahí permanecen los
tres en el bar. Los tres protagonistas. Los tres
aficionados. Lamentando lo que es, fabulando con lo que pudo ser. Melancolía.
Puerta abierta para el reinicio. Decisión.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 28-10-2025