Había salido de su barrio buscando un bar fuera de su ámbito, pero aun así miraba de reojo hacia la puerta, pendiente de las personas que pudieran entrar, no vaya a ser que alguno le conociera y tuviera que mentirle: es solo la vuelta del café, aquí estoy haciendo tiempo que he quedado, ya me iba. Al cabo de un rato, embebido por la musiquilla, cegado por las luces que iban y venían, aislado entre las paredes del miedo y la ansiedad, triste, hundido, sintiéndose indigno, solo era capaz de mirar de frente, campana, campana, naranja. A primera hora pensaba ganar unas monedillas, poco después se conformaba con recuperar las que ya había lanzado por el precipicio, más tarde se resignaba a atenuar las pérdidas, al final, casi siempre, salía del bar y caminaba camino a casa cabizbajo, espantando los fantasmas que daban vueltas en su cabeza, fresa, siete, limón, jurándose que nunca más. Pero ese nunca más solo duraba hasta que en el bolso volviera a haber un poco de dinero y vuelta a empezar. Venga, solo unas monedillas, se decía, yo controlo. Cinco euros, otros cinco para recuperar los cinco perdidos, diez para recuperar diez y así, naranja, limón, campana, hasta vaciar de nuevo la cartera, salir del bar, caminar cabizbajo y jurarse por enésima vez que esta sí que sí , fresa, fresa, limón, sería la última. La última, se repetía mientras se secaba las lágrimas que vencían al pudor y terminaban recorriendo su rostro angustiado que intentaba levantar buscando un poco de dignidad que le permitiera seguir caminando. La última, se insistía pesadamente mientras maldecía aquel día, aquel primer día, en que, sin saber por qué, se acercó a la puñetera máquina con una moneda de cien pesetas en la mano. Cien pesetas que, campana, campana, campana, se convirtieron en dos mil quinientas y todo el monte es orégano. Un golpe de fortuna que fue el inicio del camino a la perdición. Cien pesetas al día siguiente, otras cien para recuperar las cien perdidas, doscientas…y otro día y otro.
Blog sin más pretensión que la de poner un poco de orden en mi cabeza. Irán apareciendo los artículos que vaya publicando en diversos medios de comunicación y algunas reflexiones tomadas a vuelapluma. Aprovecharé para recopilar artículos publicados tiempo atrás.
lunes, 15 de diciembre de 2014
lunes, 8 de diciembre de 2014
PUEDE SER PEOR
Somos demasiado dados a los superlativos, tanto por exceso como por defecto, sobre todo por defecto. «No se puede hacer peor», dicen que una vez dijo un profesor a uno de sus alumnos tras mostrarle el examen corregido. «¿Que no? Deme tiempo», replicó el chaval. En cualquier conversación de las de últimamente, cuando alguien insinúa que la cosa puede empeorar, nunca falta quien responde que no es posible, que la situación es tan mala que no se puede estar peor. Pues sí, es posible, basta con mirar alrededor o leer algún libro para darse cuenta. En la carrera del mal siempre existe alguien o algo que supera cualquier límite. Vean, si no, el caso que me cuenta Javier Yepes, mi vecino de este patio de papel. Manuel Delgado Villegas, más conocido como el Arropiero, pasa por ser el mayor asesino en serie de la historia negra española. La desaparición de Antonia Rodríguez, una mujer con quien se le relacionaba, le condujo a comisaría para un simple interrogatorio. Sin más, el Arropiero empezó a desgranar su historial de los últimos años: llegó a relatar hasta cuarenta y ocho crímenes además del de la propia Antonia. Los boquiabiertos policías no daban crédito a tanta muerte; de hecho, transcurridas las investigaciones, llegaron a la conclusión de que ese número era muy exagerado y que, todo lo más, había asesinado a veintidós. ¿Podía haber alguien con un historial más macabro? Lo había, y el Arropiero lo pudo saber. Escuchando una emisora de radio que relataba pormenores de su historia, descubrió que en México hubo otro que había asesinado más que él. Nuestro protagonista se indignó, se dirigió a los policías que lo custodiaban y les dijo: «Denme 24 horas y les aseguro que un miserable mexicano no va a ser mejor asesino que un español».
domingo, 30 de noviembre de 2014
SIN RUEDA DE REPUESTO
Las estadísticas no son más que un sinfín de datos ordenados que se realizan con la intención de obtener conclusiones que puedan servir para algo. Son básicas en cualquier trabajo científico porque estos datos fríos tamizados por la mente humana aciertan a explicar correlaciones entre diversas variables o buscan caminos entre las causas y sus efectos. A pesar de que son imprescindibles para el desarrollo de casi todas las áreas del conocimiento, hemos aprendido a desconfiar de ellas debido a que con demasiada frecuencia nos las presentan trampeadas. De esta manera deja de tener valor científico y se convierte en instrumento de manipulación. No es que mientan las estadísticas, sino que quien presenta los datos toma únicamente los que le interesan y olvida el resto que desnudaría su gestión o bien realza una generalidad para transmitir la impresión que le interesa sin adentrarse en otros matices que le desmentirían. Un ejemplo del primer tipo sería la forma de ofrecer los datos del paro. En función de si estamos en un mes en el que siempre hay más contrataciones, los portavoces oficiales, con esa sonrisa en el semblante propia de un vendedor de seguros, se congratulan del aumento del empleo en el último mes y esconden la tasa interanual. Claro, en otros meses hacen exactamente lo contrario. Un ejemplo del otro tipo consiste en transformar un pequeño aumento del PIB en una recuperación global de la economía de un territorio. Puede ser que ese aumento indique que hay más tarta, pero no es incompatible con que la porción de la mayoría disminuya. En fin, los datos, leídos sin rigor ni honestidad aportan muy poca verdad.
jueves, 27 de noviembre de 2014
DOS FOTOS, DOS LÁGRIMAS
Viene al caso recordar aquella frase que pronunciara
Winston Churchill en la Cámara de los Comunes: “La democracia es la peor forma
de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en
cuando”. No es mi intención refutarla entre otras cosas porque el propio
concepto de democracia nunca terminó de ser bien definido y cada día es más
vaporoso. Su nombre, antaño evocador, se ha convertido en un mantra que se arroja
al que piensa diferente, una piedra que se lanza para justificar una cosa y la
contraria, un señuelo para expoliar manu militari a países que nunca salieron
de la batalla mejor de lo que la empezaron. La cita me viene a cuento por dos
imágenes que se han entrecruzado, por dos fotografías alegóricas de una España
formalmente democrática pero que se cae en pedazos, por dos llantos diferentes
cuyas lágrimas alimentan el mismo río: las de Carmen Martínez Ayuso, la mujer
vallecana de 85 años que ha sido desahuciada viendo su casa, y en ella su vida,
por última vez y las de los trabajadores de Campofrío en Burgos sintiendo el
riesgo de que esa columna de humo fuese a resultas de un fuego que estaba arrasando
su futuro.
lunes, 24 de noviembre de 2014
EL MALDITO CAMBIO
Las calles parecían demasiado oscuras en 2081, el gobierno había aprobado una enmienda por la que la igualdad sería obligatoria; pero no cualquier igualdad, no aquella que dicta que todas las personas han de ser iguales ante la ley, ni la otra que reclama que todas han de gozar de un mínimo común de oportunidades, ni siquiera aquella basada en la creencia de que, al final de nuestros días, un juez supremo nos juzgará con el mismo rasero, no. La igualdad de esos días imponía que fuesen todas iguales. Una sociedad así fue descrita por Kurt Vonnegut en un ‘Harrison Bergeron’, una distopía que pretendía llevar al límite de lo absurdo el concepto de la igualdad. Mas esa igualdad nunca fue reclamada por nadie, no hay mente que pueda soñar con ese mundo salvo la de quien, en sus fantasías más depravadamente húmedas, aspira a que el resto de la humanidad no se salga de esos caminos que son las cañadas por las que transitan las ovejas.
domingo, 16 de noviembre de 2014
LA PIEZA DEL PUZLE

Las piezas de un puzle carecen de sentido por sí mismas. Es el conjunto de ellas lo que aporta valor. Observando solo una de ellas no podremos, por más atención que pongamos, hacernos una idea de la construcción completa a la que pertenece. A veces tratamos de interpretar cada gesto, cada estímulo que procede del exterior, para hacer valoraciones generales sin darnos cuenta de que ese hecho aislado, analizado sin el contexto adecuado, sin introducirlo en una lógica de los acontecimientos, no tiene más valor que la pieza perdida del puzle. Precisamente por ello, siendo conscientes de ello, los poderes que siempre han sido, incluso cualquiera que tiene algo de poder sobre un grupo de gente, pretenden convertir cada acontecimiento en un hecho aislado porque esa pieza del puzle, sin confrontarla con el resto, puede ser fácilmente justificada.
domingo, 9 de noviembre de 2014
EL CONDE DE SANDWICH

Para aprender algo de lo que hasta ese momento no se tenía noticia, cualquier sitio es bueno y cualquier razón oportuna. Por ejemplo, ojeando revistas en una sala de espera mientras un psicoanalista jungiano pasa consulta a tu perro. En esa tesitura, Woody Allen, al menos eso cuenta en uno de los relatos que componen el libro ‘Cómo acabar de una vez por todas con la cultura’, descubrió que el sándwich fue inventado, mira tú por dónde, por el conde de Sandwich. Ser consciente de tal hecho no fue un asunto menor, le produjo tal estremecimiento que «evocaba los sueños, las esperanzas y los inmensos obstáculos que debieron acompañar el invento del primer sandwich». Dedicó los tres meses siguientes a recopilar los datos biográficos más significativos de tan preclaro inventor. En 1741, el conde, tras un arduo trabajo, presenta «su primera obra completa (una rebanada de pan, otra rebanada de pan encima de la primera y un trozo de pavo encima de las dos rebanadas) y fracasa miserablemente». Como la genialidad no trasciende si no se la solidifica con trabajo, nuestro protagonista no desiste. Tiempo después «expone ante sus colegas dos trozos de pavo con una rebanada de pan en medio. Todos rechazan su obra».
lunes, 3 de noviembre de 2014
POCO A POCO, NO ES POCO
Paseaban tranquilamente por la plaza mientras iban hablando de sus cosas como lo harían dos amigos cualesquiera una tarde de domingo. El párroco y el cabo de la Guardia Civil pasaban el rato comentando los diversos aconteceres del pueblo. Los temas iban y venían sin ningún orden preconcebido, ora hablamos del alcalde; ora, del precio del vino; ora, de lo que se vaya terciando. Hasta que en uno de estos giros que dan las conversaciones, el cabo Gutiérrez quiere dar por cerrado el asunto anterior arrojando uno nuevo sobre el tapete: «Lo primero que se me ha venido a la cabeza es el tema del libre albedrío». El cura recoge inmediatamente el guante: «Hombre, es que el tema del libre albedrío viene aquí pintiparado, con lo bonito que es ese tema». El uno se queja de que dentro de la Guardia Civil no pueden usarlo prácticamente, el otro advierte de que con los suyos pasa lo mismo, y al momento pasan a hablar de sexo y de ahí a cualquier otra cosa. La escena pertenece a ‘Amanece, que no es poco’, una película que fue la más votada entre el público que participó en una encuesta propuesta el año pasado por la Seminci.
jueves, 30 de octubre de 2014
ENTRE SÍ DECÍA…
En un pasaje de la calderoniana ‘La vida es sueño’, Rosaura se dirige a Segismundo
y le recita en verso lo misma historia que ya relatara Don Juan Manuel en el
décimo cuento de ‘El conde Lucanor’: “Cuentan de un sabio que un día/ tan
mísero y pobre estaba,/ que solo se sustentaba/ de unas hierbas que cogía./
¿Habrá otro, entre sí, decía,/ más pobre y triste que yo?/ y cuando el rostro
volvió/ halló la respuesta, viendo/ que otro sabio iba cogiendo/ las hierbas
que él arrojó“. En ambos textos la moraleja posterior invita al consuelo,
incluso a obtener ventaja, al hacerse uno consciente de que, por mal que vengan
dadas, siempre podrás encontrar gente en peor situación. Yendo más allá podemos
entrever que lo que lleva a salir de un atolladero es la certeza de que nunca
se toca fondo, el miedo a empeorar. Puede ser que ese estímulo proporcione el
vigor suficiente para revertir una situación dramática, lo cierto es que ambos autores
recuerdan cómo la fortuna sonrió al primer sabio, pero nada sabemos del segundo, quien, de no haber encontrado a su vez a un tercero aún más pobre, moriría de
hambre en cualquier secarral.
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