lunes, 15 de diciembre de 2014

FRESA, CAMPANA, LIMÓN


Había salido de su barrio buscando un bar fuera de su ámbito, pero aun así miraba de reojo hacia la puerta, pendiente de las personas que pudieran entrar, no vaya a ser que alguno le conociera y tuviera que mentirle: es solo la vuelta del café, aquí estoy haciendo tiempo que he quedado, ya me iba. Al cabo de un rato, embebido por la musiquilla, cegado por las luces que iban y venían, aislado entre las paredes del miedo y la ansiedad, triste, hundido, sintiéndose indigno, solo era capaz de mirar de frente, campana, campana, naranja. A primera hora pensaba ganar unas monedillas, poco después se conformaba con recuperar las que ya había lanzado por el precipicio, más tarde se resignaba a atenuar las pérdidas, al final, casi siempre, salía del bar y caminaba camino a casa cabizbajo, espantando los fantasmas que daban vueltas en su cabeza, fresa, siete, limón, jurándose que nunca más. Pero ese nunca más solo duraba hasta que en el bolso volviera a haber un poco de dinero y vuelta a empezar. Venga, solo unas monedillas, se decía, yo controlo. Cinco euros, otros cinco para recuperar los cinco perdidos, diez para recuperar diez y así, naranja, limón, campana, hasta vaciar de nuevo la cartera, salir del bar, caminar cabizbajo y jurarse por enésima vez que esta sí que sí , fresa, fresa, limón, sería la última. La última, se repetía mientras se secaba las lágrimas que vencían al pudor y terminaban recorriendo su rostro angustiado que intentaba levantar buscando un poco de dignidad que le permitiera seguir caminando. La última, se insistía pesadamente mientras maldecía aquel día, aquel primer día, en que, sin saber por qué, se acercó a la puñetera máquina con una moneda de cien pesetas en la mano. Cien pesetas que, campana, campana, campana, se convirtieron en dos mil quinientas y todo el monte es orégano. Un golpe de fortuna que fue el inicio del camino a la perdición. Cien pesetas al día siguiente, otras cien para recuperar las cien perdidas, doscientas…y otro día y otro.

Deambula cabizbajo el Pucela, camina de vuelta a casa. Ha vuelto a suceder. Aunque estaba lejos de su casa, podía ser observado por la mirilla de la tele. Pasó la mañana sentado frente a una tragaperras. Ahora recuerda aquel día, aquella primera tarde, en que haciendo lo mismo consiguió salir airoso. Como consecuencia, dejó de acudir a su trabajo en la construcción del centro del campo y se jugó los cuartos a la velocidad, a la fortuna de dos tipos como Mojica y Bergdich, musiquilla, luces que vienen y van. De vez en cuando, gol, gol, gol, la cosa sale bien y se recupera algo del crédito, pero la suerte nunca es infinita y la estadística siempre se impone a la voluntad. Sin trabajo en la construcción, por más que la presencia de Álvaro Rubio muestre la voluntad de presentar currículos, olvidadas las rutinas que sirven para respetar los tiempos y los modos en el campo, acostumbrados a jugarse todo a la carta del azar, el Valladolid ha tirado en un mes lo ganado en los anteriores y el valor de su nombre. Hoy parece un don nadie al que cualquiera le puede derrumbar con un simple soplido. Tiene tiempo, la vida es larga, pero el camino de salida de la ludopatía es muy estrecho y está lleno de trampas. Incluido el primer paso, tan fácil de escribir como duro de interiorizar: tengo un problema.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 15-12-2014

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