Los franceses
designan como ‘l’esprit de l’escalier’ (el espíritu -o el ingenio, o la mente, o
tal vez la ocurrencia…- vaya usted a saber, cosas de la polisemia gala- de la
escalera) a ese instante inmediatamente posterior al debido -vaya, cuando ya es
tarde- en el que la cabeza te dicta el alegato perspicaz, las palabras
precisas, la frase idónea para haberla formulado antes, minutos o segundos
atrás, cuando aún pudo provocar el efecto buscado y -por la impericia en el
instante estricto, el a destiempo de la idea- no alcanzado. De la misma forma,
la expresión designa el desasosiego, al resquemor provocado por esa frustración
derivada de la tardanza, y ya inoportunidad, de la respuesta sobrevenida.
Una variante
pertinaz -en su doble acepción, cosas de la polisemia castellana, de obstinada
y persistente- de esta tarda perspicacia afecta, al parecer, a Guillermo Almada.
Al entrenador del Pucela le sacude un primer aluvión de este espíritu cuando ya
ha bajado algún escalón, cuando ya ha transcurrido medio partido, a veces,
incluso, más. Es entonces cuando le debe venir a la cabeza la alineación y la
disposición con las que -entiende- debería haber comenzado el encuentro. Tarde,
sí, pero con un matiz, aún resta partido. Alicorto, demediado, pero cabe la
posibilidad de remiendo.
A estas alturas,
sin embargo, la potencialidad del nuevo once ha sufrido una merma: el tiempo
previamente jugado ha mellado la confianza, la energía, el arrojo. De hecho, a
la idea ahora reprobada por Almada se le atisbó algún destello. Tan cierto como
que las fisuras en el área propia dejan secuelas jornada tras jornada. A la
primera, el balón se hunde en la red, el marcador muta en montaña. ¿Y en la
portería rival? Pues al parecer, esta irradia alguna luz, exhala algún efluvio,
imperceptible para los demás, que deslumbra, ofusca y desbarajusta a los
jugadores blanquivioletas hasta el punto de marrar ocasiones en las que lo
improbable resulta no atinar con el gol. Se entrevé que pueden, pero una y otra
vez se niega la posibilidad. Y no se sabe, por más que cada cual asegure su
certeza, el porqué. ¿Falta un goleador? ¿Es juego generador lo que se necesita?
El segundo plan
de Almada, el de los primeros peldaños de la escalera, no mejora, al menos en
apariencia, al preliminar. La frase ingeniosa no resulta tanto. Claro, el once
inicial, cuando no es inicial, requiere tiempo para acomodarse, para que los
nuevos se asienten, para que los que se mantienen modifiquen los hábitos. El
juego se deslavaza, se desarrolla a impulsos. Se genera impotencia, más
impotencia, frustración… el tiempo corre raudo, se acaba. Se acabó.
Almada baja
algún escalón más. Emerge un segundo torrente de ese espíritu pertinaz: ‘tendría
que, tendría que, tendría que…’. Ya, si eso -discurre-, esta idea la ejecutamos
la próxima semana. Hasta que no haya semanas. Porque el copresidente Solares
(¿agua?, ¿terrenos para edificar?) le ha ratificado. Ratificar, un verbo que,
diga lo que diga el DEL, en fútbol significa que la cuerda anda medio rota, que
solo el drástico cambio de la dinámica de resultados evitará la
‘desratificación’ de lo ratificado.
Desciende más
peldaños. El cerebro de Almada le torturará insistiendo en preguntarse por las
razones que le trajeron acá. Una tromba de espíritu después, encontrará la
negativa que pudo dar cuando se le ofreció el puesto. De fondo sonará el ‘Ay,
Jalisco no te rajes’. Y no será Negrete el que lo cante. Negrete como el
panorama que vislumbra.
Los últimos
escalones, los que deje atrás una vez haya concluido su etapa pucelana,
servirán al espíritu para explicarle lo que debería haber hecho para alcanzar
los resultados que soñó en esta etapa castellana.
Al fin, si se
aprende de las derrotas, anda que no sabrá, anda que no sabemos.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 26-11-2025