jueves, 12 de febrero de 2015

EGO ME ABSOLVO

Los confesionarios se han quedado vacíos. En parte es consecuencia del proceso de laicización que tras años de misa obligatoria ha vivido nuestra sociedad, pero no en menor medida se debe a que nadie tiene culpa de nada, no quedan pecados que confesar porque cada vez es más acusada la tendencia a ‘reconocer’ que los culpables siempre son los otros. Sabiendo de antemano quién es el asesino, es fácil después construir relatos que encandilen a una audiencia desmemoriada y ávida de encontrar al culpable de sus desdichas, basta con entregarle a esta el papel de sufriente víctima subyugada por unos desalmados. Unos seres perversos se aprovecharon de la candidez de una inmensa mayoría de la sociedad, personas por otra parte sin tacha, para saquearles y dejarles sin derecho alguno. Seres infectos que nos han arrastrado desde el paraíso en que antaño vivíamos hasta el lodazal del hoy. Así, sin más matices, sin más nada.

domingo, 8 de febrero de 2015

¡CÓMO ESTÁ LA LOREN!

La mitad de mis años los he vivido en el barrio de la Victoria. Llegué de casualidad durante esa etapa de estudiante en la que cada septiembre se buscaba un hueco en el que pasar el curso. Un solo paseo fue suficiente para descubrir que la gente se saludaba por la calle; que en cualquier esquina, aprovechando cualquier encuentro, se formaba un corrillo del que surgía una tertulia; que los camareros, los tenderos, los quiosqueros, llamaban a cada cual por su nombre. En ese mismo momento supe que, mientras viviese en Valladolid, podría cambiar de casa pero no de barrio. Me sentí a gusto, al fin y al cabo nunca perdí el pelo de la dehesa y en la Victoria me reencontré con ese aroma rural. Algo, por otra parte, lógico: la Victoria, en buena medida, se fue llenando con aquellas olas de emigrantes que, décadas atrás, habían vaciado los pueblos.
Mi segunda casa estaba enfrente del bar Medayo donde, entre cafés y partidas de dominó, pasaban la tarde algunos de estos hombres ya jubilados. Un día, cosa extraña, tres de ellos estaban embelesados delante de la tele. Miré: Charlton Heston, por enésima vez, cabalgaba por la pantalla recreando la figura de ‘El Cid’. Me acerqué y me contaron. Medio siglo atrás, antes de tener que abandonar sus pueblos, habían actuado como figurantes en aquella película cuyo rodaje alborotó los Torozos. Entre anécdota y anécdota, uno de ellos suspiró una exclamación en presente de indicativo: ¡Cómo está la Sofía Loren! Los tres intercambiando sonrisas maliciosas, a la par que sus ojos se iluminaron con la presencia casi real de la diva italiana con apenas veintisiete años. Cincuenta años después, la Loren es un mito que no ha perdido la elegancia, ni la fuerza que transmite su mirada, pero claro, los años no pasan en vano y ya no es la joven que enamoraba con su sola presencia.

jueves, 5 de febrero de 2015

LO OBVIO FRENTE AL SISTEMA

Por momentos me aplasta la sensación de que ya no hay nada que decir, de que está todo dicho. Fumo un cigarro, voy y vengo a la cocina. Hasta que en medio de esa pesadumbre en que me sumerjo -nada queda por decir y, a la vez, de nada ha servido todo lo que se ha dicho- lees que una anciana ha permanecido cinco días sin luz ni calefacción porque el banco no le quiso cobrar el recibo el día que, al fin, consiguió el dinero. Por una de esas normas de funcionamiento interno, ya saben, los recibos solo se cobran de nueve a nueve y cuarto los terceros martes de cada mes que caigan en día par y si viene usted vestida de lagarterana, nuestra protagonista se vio impelida a estar casi una semana con la casa fría y apagada. Un frío obligado gracias a un banco obligatorio. Porque esta es una de las raíces del asunto, la despersonalización de las grandes empresas ha convertido a los bancos (domiciliación o pago en ventanilla mediante) en los únicos puntos de cobro. No solo eso, para poder ingresar la pensión, una beca o la devolución de hacienda, es imprescindible tener una cuenta en alguna entidad bancaria. O sea, no hay manera de no ser cliente. Añadan otro dato, las comisiones que cobran son cada vez más altas, sobre todo para las personas que tenemos unos ingresos escasos. El negocio es estupendo, los servicios pueden ser cada vez más caros, peores y el número de clientes no puede disminuir.

lunes, 2 de febrero de 2015

ACCIÓN POÉTICA

Esa mañana se parecía demasiado a la anterior, que, a su vez, había sido prácticamente idéntica a tantas que le precedieron. Hasta que el viandante dobló la esquina y, como de sopetón, una tapia le arrojó un verso a la cara. El hecho ocurrió en México y cuentan que fue Armando Alanís el primer encargado de susurrar a las paredes. Desde entonces, y han pasado casi veinte años, son muchas las tapias confabuladas en esta acción poética de la que brotan pocas palabras pero suficientes para romper el sosiego de quienes con ellas se cruzan. Así, de la misma manera que la otra tarde te cruzaste con un semáforo, hoy te asaltan veinte letras: «Sin poesía no hay ciudad». Sigues caminando, a casa, a la oficina o al gimnasio, con la ciudad rodeándote pero tratando de buscar en ella algo de poesía. En otro momento en el que sientes que la rutina te comprime, llega al rescate un «Ponle vida a esta triste canción». Quizá no sea gran cosa, pero te sientes apremiado a buscar la vida en alguno de los recovecos en los que se pudo quedar como perdida, a tapar las grietas por las que se puede ir escapando. Y continúas caminando, pero ahora sabiendo que «queda mucho por sentir».

Aun así eres consciente de que las cosas no van bien, lo sabes, pero no porque lo digan los periódicos, lo sabes porque te toca muy de cerca. Lo sabes porque siempre refutaste los groseros renglones con los que se construye nuestro modelo social. Es entonces cuando otro muro se dirige a ti recordándote algo parecido a lo que ya escribiera la escritora anarquista Emma Goldman: «Si no puedo bailar, no es mi revolución». Y continúas caminando pero ahora sabiendo que «Perdido es el tiempo no dedicado al amor».

lunes, 26 de enero de 2015

LAS DOS CARAS


Contemplar el valle de Valdivielso desde el alto de la Mazorra es uno de esos placeres visuales que la naturaleza nos regala. En un momento pasaré por allí, pero la noche ya se ha echado encima y esconderá la belleza del valle. Hace poco más de un año, sin embargo, pude contemplarlo. Aquella mañana había bajado con la bici desde Espinosa de los Monteros a Villarcayo donde hice la primera escala para visitar el pueblo y, cosas de la casualidad, ver el paso del pelotón de la Vuelta Ciclista a España que recorría la misma ruta que yo, pero mucho más deprisa y en sentido inverso. Continué mi transitar con la dulce compañía del río Ebro, hasta que nuestros caminos se separaron, el suyo apuntaba al este, el mío hacia el sur. Él continuaba bajando, a mí me tocaba subir la Mazorra. Una pedalada, otra, una señal indicando que el desnivel era del once por ciento, otra pedalada, una mirada hacia arriba. Así iban quedando atrás los metros, hablar de kilómetros no tenía sentido, la distancia entre un punto kilométrico y otro era un abismo. Cada cierto tiempo, una parada, agua, comida, aire, recuperar el resuello y a seguir. Cuando estaba a punto de llegar, con casi todo el valle a mis pies, suena el teléfono. Busco un descansillo, bajo de la bici, y converso con la amiga que me llama. Tras decirle por donde me encontraba y que me estaba dejando la vida, me responde que no sería para tanto, que la ‘Vuelta Ciclista’ había pasado por ahí y ese puerto aparecía en el perfil de la etapa pero que estaba catalogado como alto sin puntuar, vamos, que era una tachuela. Miré atrás, blasfemé, y le dije que no podía ser, que era duro de verdad. Se rio. Continué dando pedales pero no salía de mi cabeza la cantinela, no podía ser que esa subida que me estaba venciendo no fuese ni tenida en cuenta por los ciclistas de verdad. Hasta que llegué arriba, miré al frente y tuve la misma sensación que Phileas Fogg cuando se percató de que, en su intento de dar la vuelta al mundo en ochenta días, él mismo había contado un día de más. La imagen del otro lado no se correspondía con la dejada atrás: una pequeña bajada tendida que daba entrada a un páramo. Claro, los de la vuelta habían subido el poco trecho que ahora tendría que bajar y bajado esos ocho o nueve kilómetros que me habían parecido interminables. Ahora fui yo el que llamó a mi amiga para aclarar el malentendido. Sonreí.

domingo, 18 de enero de 2015

QUIEN DECIDE EL ESTILO...

Las aguas del Nilo se convirtieron en sangre y así murieron todos los peces imposibilitando el alimento a los que vivían de la pesca en el gran río. Posteriormente, las calles de las ciudades egipcias se llenaron de ranas; las cabezas de sus habitantes, de piojos y pulgas; sus casas y establos, de moscas. Pese a ello, el faraón no liberó a los esclavos israelitas. Más tarde, murió todo el ganado, enfermó la población entera, una tormenta de granizo destrozó los campos. El faraón pareció cejar en su empeño y prometió liberarles si Moisés ponía fin a las torturas. Este cumplió con lo solicitado, pero el monarca se desdijo. Un enjambre de langostas arrasó lo poco que quedaba en las tierras cultivadas y los árboles que quedaban en pie; durante tres días no vieron la luz del sol. El faraón seguía en sus trece, y los esclavos, en su esclavitud. Hasta que llegó la décima plaga, la que derribó la faraónica voluntad. Todos los primogénitos, incluido el heredero al trono, encontraron súbitamente la muerte. Los israelitas consiguieron al fin su libertad y emprendieron el camino hacia la tierra prometida.

SIEMPRE FALTA LANA

Debe de ser que las ovejas no dan lana suficiente o que no se puede elaborar el tejido sintético necesario para fabricar una manta con las dimensiones adecuadas para arroparte con seguridad los pies y con libertad la cabeza. Al parecer, cuando parece que nuestra seguridad se pone en entredicho, esas autoridades que bien nos quieren, se desvelan intentando encontrar la forma de calentarnos los pies. Pero siempre, siempre -ya digo, por ausencia de ovejas o de material sintético- encuentran la misma solución: destejer la parte que nos cubría la cabeza. Lo curioso es que, fruto de tanto desvelo, han destejido mil veces la parte alta de la manta sin que sintamos más calor en los pies. Tantas que la manta se ha convertido en un cinturón que nos deja al aire todas las vergüenzas mientras permanecemos postrados en el colchón.

lunes, 12 de enero de 2015

FELICES, DE ESO SE TRATA

No era más que un niño y ya había sido aclamado en buena parte de los escenarios más importantes de su México natal. Desde allí arriba, con su poco más de un metro de altura, daba rienda suelta a todo su desparpajo. Vestido para la ocasión, como un Raphael en miniatura, lanzaba al aire ‘Mi gran noche’ con su prodigiosa voz que embelesaba a la platea: ¿Qué pasará? ¿Qué misterio habrá? Puede ser mi gran noche y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce.
La gran noche se alargó unos años en los que Pinolito, el niño Fernando García Ortega, tuvo un destacado papel en varias películas del entonces pujante cine mexicano.
Años después, Pinolito dejó de ser niño y Fernando se convirtió en Coral Bonelli. Ambos cambios la expulsaron: uno, el inexorable por el paso del tiempo, del olimpo de las estrellas; el otro, el valientemente asumido, el libremente aceptado, de los márgenes que la sociedad bienpensante traza y envuelve en la palabra ‘normal’. Tras recibir esa doble patada, Coral sobrevive junto a su madre ganándose los cuartos en esos márgenes que los prejuicios permiten, las más de las veces prostituyéndose, alguna preparando coreografías en una cochera del extrarradio de su ciudad. Toda esta historia (real) se cuenta en ‘Quebranto’, un documental dirigido por Roberto Fiesco que se proyectó en Valladolid con motivo de la última Muestra de Cine LGBT.

lunes, 5 de enero de 2015

CASTILLA EN TRES FRASES

Frase primera, del destino o de la fatalidad: Demasiado pronto llegan las alegrías. Si lo que ocurre es demasiado bueno, caben solo dos posibilidades: o no está pasando –nuestra vida son los sueños- o, en todo caso, algo pasará poco después que reconducirá el curso de los acontecimientos hasta arrastrarlos a su lugar natural, esa miseria a la que parecemos encadenados con tal fuerza que, cada vez que asomamos la cabeza, el destino responde con un golpe traidor que nos devuelve de nuevo a ella. Tierra de Sísifos condenados eternamente a regresar al pie de la montaña para comenzar una nueva escalada.