lunes, 5 de enero de 2015

CASTILLA EN TRES FRASES

Frase primera, del destino o de la fatalidad: Demasiado pronto llegan las alegrías. Si lo que ocurre es demasiado bueno, caben solo dos posibilidades: o no está pasando –nuestra vida son los sueños- o, en todo caso, algo pasará poco después que reconducirá el curso de los acontecimientos hasta arrastrarlos a su lugar natural, esa miseria a la que parecemos encadenados con tal fuerza que, cada vez que asomamos la cabeza, el destino responde con un golpe traidor que nos devuelve de nuevo a ella. Tierra de Sísifos condenados eternamente a regresar al pie de la montaña para comenzar una nueva escalada.
Frase segunda, de la religión: Qué largo se me está haciendo esto. Alguna alegría, pocas, y mucho sufrimiento, un tránsito por el desierto en el que rara vez aparece un oasis, un tiempo de espera hasta que ese juicio supremo que tendrá lugar al final de nuestros días nos abra de par en par la puerta del paraíso. Eso es la vida en el imaginario de la persona religiosa, un tiempo intermedio entre la nada y el todo, años de resignado sufrimiento esperando la benevolencia del juzgador. Tierra de Jorge Manrique más pendientes del mar que del río.
Frase tercera, de la angustia: ¿Y si nos quitan lo ‘bailao’? Cuando parece que algo se tiene entre las manos y agarrado de forma segura aparecen los miedos a perderlo. Nunca la certeza parece definitiva. Hasta lo bailao, o sea, nuestra memoria, parece correr ese riesgo. Pienso en las personas castigadas a resultas de la edad por algún tipo de enfermedad de las que borran los recuerdos y comprendo que nos aterre, entiendo las miradas entre vacías y tiernas a esos cuerpos que son los de nuestros padres que parecen vaciados de sus propias existencias. Pienso, también, pero con sentimientos radicalmente distintos, en quienes pretenden extender hilos de silencio para coser con versiones tergiversadas de la historia un pasado distinto del que fue. ‘Hasta lo bailao’ que es lo último que podemos perder. Tierra fatigada de la que uno de sus huéspedes, Antonio Machado comprendió que desprecia cuanto ignora.
El día apenas acababa de pasar por su mitad, pido un café y, antes de que Julio, el de ‘La Pequeña’, hubiera terminado de servirlo, Óscar había marcado el primer gol del Pucela, primero del partido y del año. Tomo alguna nota, saboreo el café pero, antes de terminarlo, de nuevo el salmantino deposita el balón en la portería maña. Todo parecía de cara, al menos en este partido, no hablo de otras aspiraciones de mayor calado, y los comentarios de los que allí compartíamos el rato (y de algún otro por medio de las redes sociales) iban evolucionando según pasaba el tiempo pero sin salirse de ese guion en tres pasos: Fatalidad, religión, angustia. La alegría producida por los goles apenas fue un suspiro, el oasis del desierto. Terminado el partido, cuando nada podía revertir el resultado, entre el ‘anda que no queda’ y el ‘los otros de arriba también ganaron’ aún quedaba margen para el pesimismo. Tengo que hacer un enorme esfuerzo para convencerme de que no somos así, de que existe remedio.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-01-2015

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