La decepción después de una ilusión que sucedió al
desencanto sobrevino tras la esperanza que había sucedido a un desengaño
producido tras la euforia que a su vez había relevado al chasco que se
originó luego de aquel lejano alborozo inmediato a la decepción después de... y
así, en bucle dentro un bucle, caminamos por la vida: entreveramos nuestras
jornadas aprendiendo que los días de mucho son vísperas de nada; que en los
días de nada, por más que llueva, siempre escampa. Y por si se nos olvida,
siempre aparece el fútbol, descarnado en su esencia, para recordárnoslo.
Acudía el Pucela a Zorrilla tras dos previas
decepciones consecutivas enfoscadas ya, tras el cemento de la esperanza
preparada con la hormigonera del triunfo en Huesca, en algún ignoto muro del
cerebro. De repente, de temblar mirando hacia abajo, un resultado pintón a
resultas de un notable desempeño, vuelca la imagen, modifica las
expectativas... distorsiona la realidad de un cuarto de hora antes y nos
encontramos descontando en nuestro futuro perfecto la distancia que nos separa
de los de arriba, de los que ocupan la posición que allá por mayo repartirá
primarios regocijos, amnésicos deleites, antesalas que encubrirán venideras
frustraciones.
En los mentideros blanquivioletas se debatía -como si
las indisposiciones padecidas ya no afectasen, como si no pudiera aparecer ni
el efecto de una secuela- acerca de si el equipo había encontrado
(definitivamente) el juego o se limitó a plasmar un juego del que ya era
depositario, por medio de la eficacia, en resultado. Que si tendencias
rectificadas, que si inflexiones apuntadas, que si mínimos relativos
indicadores del fin de un declive, del comienzo de un remonte... que si nada:
ni ocasiones sin gol, ni goles sin apenas ocasión; ni juego sin eficacia, ni
eficacia hija o no del juego. Diez minutos duró el impulso, la expectativa, la
ilusión en su acepción de «concepto, imagen o representación sin verdadera
realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos».
De nuevo a sufrir los estragos del deambular en bucle, del volver a la fase
depresiva.
Si el Pucela hubiera ganado al FC Andorra, como daba
por descontada la citada inercia levemente despuntada una semana atrás, el
triunfo hubiera contribuido a olvidarse de vulnerabilidades, a apretar el paso
por ese mundo que olvida el riesgo del derrumbe. Quizá, perdón por la
disrupción, la holgada distancia a los puestos de descenso se asemeja a la
tranquilidad, la relajación, que aporta un modelo de sanidad pública aun a los
sanos por la certeza que les otorga la garantía de que no existe la línea del
descalabro. Quizá, perdón por la disrupción, campañas como la de recogida de
alimentos efectuadas en ese Zorrilla al que acudía el Pucela pretenden sumar al
menos un punto en la clasificación de las personas más vulnerables, un punto
que les aleja algo de la línea del descenso al último círculo del infierno. Por
más que uno cuestione determinados usos interesados, la disposición y el empeño
de muchas personas del común en alejar siquiera un poco la línea de la
necesidad merecen el apunte, un remate final para que no se olvide, para saber
dónde estamos, para recordarnos que el bucle vital nos puede conducir a una
situación similar a la que se pretende combatir.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 14-12-2025