En el cuerpo de uno
de esos artículos que trascienden del momento en que fue publicado, allá por
marzo de 1987, Manuel Vázquez Montalbán describió al Barça -su Barça- como “el
ejército desarmado de un país” -refiriendo ‘país’ a Cataluña-. Paradójicamente,
en el título de la reseña, “Barça, el ejército de un país desarmado”, el autor
había atribuido el adjetivo ‘desarmado’ al ‘país’ en vez de relacionarlo con el
propio equipo de fútbol. Casi cuarenta años más tarde, y atañéndonos a la
temporada que terminó apenas hace unas semanas, podríamos definir al Pucela
como “el ejército desalmado de Valladolid”. En este caso no nos asaltaría la
duda acerca de dónde colocar el adjetivo, titular “Pucela, el ejército de una
ciudad desalmada” carecería de sentido.
El equipo sí, a
lo largo del curso, manifestó todas las atribuciones que dan sentido al elenco
de acepciones del concepto ‘desalmado’. Su desempeño reveló los rasgos de un
grupo ‘falto de conciencia’, tal y como indica la primera definición del
Diccionario de la lengua española, ante la responsabilidad que le correspondía;
el empecinamiento o la incapacidad que encadenaba esperpentos se tornó en un
ejercicio ‘cruel e inhumano’, segundo significado del término, para la afición
blanquivioleta; y, al fin, de agosto a mayo, desde el palco hasta el último
jugador, el equipo que ultrajó la historia del club pucelano no tuvo empacho en
deambular ‘privado o falto de espíritu’, tercera y última definición, por los
diferentes estadios de la categoría.
Un proyecto en
caída libre, sin futuro, rumbo ni dignidad…; un proyecto mortecino, sin alma,
nos arrojó a la resignación, a asumir que la caída al precipicio era una
cuestión de tiempo; un proyecto que perdió hasta la noción de proyecto.
La llegada de
unos nuevos propietarios abre una vía de esperanza. Aporta el consuelo del
‘peor no puede ser’, despierta una ilusión que arrincona a Murphy, que impele a
olvidar que ‘toda circunstancia es susceptible de empeorar’. Más allá de los
vericuetos de los despachos, la primera decisión, la de quien aporta la espalda
que ha de cargar con el peso del equipo, ya se ha tomado: una incógnita
despejada que responde al nombre de Guillermo Almada. A él le corresponderá
construir un equipo, dotarle de espíritu, de ánimo, de identidad…, de fútbol.
La labor encomendada, titánica ya digo, consiste en revertir una dinámica
vergonzante, en hacer honor a su apellido y dotar de alma al equipo vestido de
blanquivioleta, en conformar las fuerzas almadas pucelanas. Si logra que el
orgullo renazca, que alcance más allá de la efímera ilusión del reinicio, su
nombre se instalará definitivamente en el santoral de este club que se encamina
a su primer centenario.
Publicado en El Norte de Castilla el 13-07-2025
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