Cuando nos adentramos en los entresijos de una
ficción, cine, teatro, literatura, buceamos en las aguas de un universo que no
se rige necesariamente con las mismas reglas de la lógica con la que
interpretamos nuestra materialidad. En estas obras, un humano puede viajar en
el tiempo, volar, poseer una fuerza descomunal o una inteligencia prodigiosa,
regresar de la muerte o esquivarla a lo largo de varios siglos... y tal
circunstancia no alcanza a sorprender a ninguna de las personas que se acerquen
al relato en cuestión. Se admiten desde el inicio los códigos propuestos por el
autor por más que disten de la realidad, se procede a la inmersión en la
‘ilusión de verdad’ y ya. Mientras se respete la coherencia interna,
espectadores y lectores procederán encantados a la suspensión de su
incredulidad, al depósito del escepticismo en la antesala de la creación
artística. Así, el reto de quien escribe o dirige consiste en no romper el
acuerdo tácito establecido con el público, en no pintar fuera del contorno propuesto
durante ese transcurso temporal en el cual el público se subsume en el universo
de ficción: en respetar la apariencia de credibilidad, la verosimilitud.
Aunque la propia realidad se empeñe en imitarlo procurando tramas que cualquier
productora cinematográfica o editorial literaria desecharía por absurda, el
fútbol continúa ostentando el título de paraíso de lo inverosímil. Nos lo
creemos por la única razón de que se presenta ante nuestros ojos. Tanto lo que
observamos en el campo... como, cada vez más, lo que ocurre en su periferia:
por lo que concierne últimamente al Pucela, en su ámbito –iba a escribir
‘directivo’, pero no– de propiedad.
Huelga repetir las vicisitudes del trasiego de Almada desde que hace apenas una
semana la afición congregada en Zorrilla solicitara su marcha hasta su
desembarco en Oviedo previo desaire al Valladolid. Se ha pasado de repudiarle a
sentir la orfandad del ¿y ahora qué? Pateo generalizado en la platea si el
sainete, tramado por el alumnado de una escuela de teatro, se hubiera
representado en el Calderón. Es todo tan de mentira, aunque sea verdad, que si
yo fuera un futbolista del Oviedo, en la primera charla motivacional de este
nuevo ex, en cuanto pronunciase la palabra ‘compromiso’ o cualquiera de sus
sinónimos, me entraría la risa floja y le mandaría a freír espárragos.
Y en medio del marasmo, le corresponde a Sisi el marrón –por más que él lo
entendiera como “un regalo caído del cielo”– de aguantar el tipo mientras dure
el interregno. Y a la primera, toma ya verosimilitud, el bueno de Sisinio asume
las riendas del relato y le da por pintar fuera de los márgenes presupuestos.
Un interino no dispone de tiempo para modificar lo trabajado, para incorporar
una nueva propuesta, efímera por definición. No le compete inventar; todo lo
más, realizar algún ajuste para reforzar la estructura dañada. Supongo que le
pudo la ilusión, el afán de mostrar su sello. Las pretensiones de revolución,
cuando no disponen de tiempo ni de base sociológica, no superan el concepto de
algarada. El marrón fue marrón y el técnico eventual, supongo que desencantado,
se habrá comido buena parte de lo que no debería haber recaído en su estómago.
Mientras Sisi digiere el desengaño, los dueños
escriben una obra sin aparente coherencia interna. Recalco el ‘aparente’. La
carencia de lógica se deriva del desconocimiento del público, de los renglones
que no han visto la luz. Si pudiéramos atar todos los cabos, descubriríamos la
lógica de los entramados, oscura, pero, a la vez, verosímil y real.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 21-12-2025