domingo, 31 de agosto de 2025

TAN FÁCIL, TAN DIFÍCIL

 

Foto: Alberto Mingueza

Descomponer y acomodar, evitar el riesgo en lo propio y procurar el peligro enfrente o, en la clave futbolística de Guillermo Almada, en la clave futbolística, “la presión debe ir acompañada de un buen manejo”. A la presión -correr, atosigar, angostar, recuperar-, condición suficiente para mantener intacto el orgullo, se le arroga la primacía; después, consumada la imprescindible e innegociable tarea, debe corporeizarse el acompañador, la respuesta al ‘para qué’ echamos el bofe ansiando recuperar la pelota: la ejecución del manido manejo, la llave maestra presta para destrabar armazones ajenos. Una labor, la del manejo, de apariencia tan sencilla cuando uno observa a un equipo dominar balón, tiempo y espacios, como enrevesada nos resulta a tenor de la inmensa cantidad de fracasos en el intento. Vamos, como aquello de que viendo jugar a Federer uno entendía lo sencillo que resultaba la práctica del tenis y observando el juego de Nadal adivinábamos la enorme dificultad del deporte de la raqueta.

La complicación obvia del desarrollo del ‘manejo’ se asume por naturaleza: existe otro grupo de futbolistas que se te opone con idéntico propósito, un equipo que concebirá como imprescindible e innegociable el correr, atosigar, angostar y recuperar; que pretenderá, una vez logrado su objetivo, manejar pese a tus recíprocos esfuerzos. “Nuestra propia imprecisión -lamenta Almada- les dio aire a ellos”. Nuestra propia imprecisión con demasiada frecuencia se anota en el haber del desempeño rival. Lo mismo pero al revés de lo que sucede cuando se presume de labor defensiva propia.

Tejer y destejer, el mito de Penélope con las dos relecturas citadas. Por un lado, frente a la solitaria protagonista de la Odisea, el fútbol enfrenta a dos Penélopes forzadas a repartir el tiempo entre elaborar los respectivos sudarios de los respectivos Laertes de forma que mientras una teje, la otra deshilacha. Y viceversa. De otro, cada Penélope pone especial empeño en evitar el avance del tejido de la rival que la evolución del suyo.

Solo la genialidad, la respuesta a un instinto que se impone al gris militar de la táctica, una aventura insospechada, rompen guiones tan previsibles. Si en Primera escasean estos golpes de luz, en esta categoría permanecen en el listado de especies en vías de extinción. Y del árbol de esa monotonía, futbol (casi) sin ocasiones, ciclismo con pinganillo, brotan los puntos. Los que se consiguen y los que se evita que cada rival anote. Al punto ante el Córdoba, sea, se han de sumar los dos que los blanquiverdes no apuntaron.  

El mantra interiorizado en Segunda recuerda que un equipo consolida su posición en la tabla aprovechando errores groseros (Ceuta), exprimiendo jugadas a balón parado (Castellón) y, si acaso, con un poco de inspiración que salpicará el deambular de la temporada. Y en paralelo, claro, evitando ofrecer a tu simétrico rival idénticas vías de agua. Al final, para que un gol se concrete, para evitar la mutua anulación, alguna línea se ha de romper en algún esquema preconcebido. En este encuentro de imprecisiones provocadas, se quebraron las del reglamento: los dos goles que agitaron las gargantas se cimentaron en artimañas antirreglamentarias: el uso de las manos en uno, la ventaja de la posición adelantada en otro. No valieron, claro.   

Estamos donde somos, decía hace un par de semanas, y esto es lo que hay. A estas alturas, tres partidos, siete puntos, me tranquiliza lo mostrado por el entrenador: ha conformado un once, irá introduciendo a los recién llegados, pero bailando despacito al ritmo de Luis Fonsi. Sin golpes de efecto.

Publicado en El Norte de Castilla el 1-09-2025

 

 

 

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