Descomponer
y acomodar, evitar el riesgo en lo propio y procurar el peligro enfrente o, en
la clave futbolística de Guillermo Almada, en la clave futbolística, “la
presión debe ir acompañada de un buen manejo”. A la presión -correr, atosigar,
angostar, recuperar-, condición suficiente para mantener intacto el orgullo, se
le arroga la primacía; después, consumada la imprescindible e innegociable
tarea, debe corporeizarse el acompañador, la respuesta al ‘para qué’ echamos el
bofe ansiando recuperar la pelota: la ejecución del manido manejo, la llave
maestra presta para destrabar armazones ajenos. Una labor, la del manejo, de
apariencia tan sencilla cuando uno observa a un equipo dominar balón, tiempo y
espacios, como enrevesada nos resulta a tenor de la inmensa cantidad de
fracasos en el intento. Vamos, como aquello de que viendo jugar a Federer uno
entendía lo sencillo que resultaba la práctica del tenis y observando el juego de
Nadal adivinábamos la enorme dificultad del deporte de la raqueta.
La
complicación obvia del desarrollo del ‘manejo’ se asume por naturaleza: existe
otro grupo de futbolistas que se te opone con idéntico propósito, un equipo que
concebirá como imprescindible e innegociable el correr, atosigar, angostar y
recuperar; que pretenderá, una vez logrado su objetivo, manejar pese a tus
recíprocos esfuerzos. “Nuestra propia imprecisión -lamenta Almada- les dio aire
a ellos”. Nuestra propia imprecisión con demasiada frecuencia se anota en el
haber del desempeño rival. Lo mismo pero al revés de lo que sucede cuando se
presume de labor defensiva propia.
Tejer y
destejer, el mito de Penélope con las dos relecturas citadas. Por un lado,
frente a la solitaria protagonista de la Odisea, el fútbol enfrenta a dos
Penélopes forzadas a repartir el tiempo entre elaborar los respectivos sudarios
de los respectivos Laertes de forma que mientras una teje, la otra deshilacha.
Y viceversa. De otro, cada Penélope pone especial empeño en evitar el avance
del tejido de la rival que la evolución del suyo.
Solo la
genialidad, la respuesta a un instinto que se impone al gris militar de la
táctica, una aventura insospechada, rompen guiones tan previsibles. Si en Primera
escasean estos golpes de luz, en esta categoría permanecen en el listado de
especies en vías de extinción. Y del árbol de esa monotonía, futbol (casi) sin
ocasiones, ciclismo con pinganillo, brotan los puntos. Los que se consiguen y
los que se evita que cada rival anote. Al punto ante el Córdoba, sea, se han de
sumar los dos que los blanquiverdes no apuntaron.
El mantra
interiorizado en Segunda recuerda que un equipo consolida su posición en la
tabla aprovechando errores groseros (Ceuta), exprimiendo jugadas a balón parado
(Castellón) y, si acaso, con un poco de inspiración que salpicará el deambular de
la temporada. Y en paralelo, claro, evitando ofrecer a tu simétrico rival
idénticas vías de agua. Al final, para que un gol se concrete, para evitar la
mutua anulación, alguna línea se ha de romper en algún esquema preconcebido. En
este encuentro de imprecisiones provocadas, se quebraron las del reglamento:
los dos goles que agitaron las gargantas se cimentaron en artimañas
antirreglamentarias: el uso de las manos en uno, la ventaja de la posición
adelantada en otro. No valieron, claro.
Estamos
donde somos, decía hace un par de semanas, y esto es lo que hay. A estas
alturas, tres partidos, siete puntos, me tranquiliza lo mostrado por el
entrenador: ha conformado un once, irá introduciendo a los recién llegados,
pero bailando despacito al ritmo de Luis Fonsi. Sin golpes de efecto.
Publicado en El Norte de Castilla el 1-09-2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario