martes, 4 de noviembre de 2025

CERRADO, ASÍ SUCEDE

 

Foto: Antonio Tanarro

Cuando la panadería de Perico cerró, la panadería ya estaba cerrada. Nunca supe a quién atribuir una frase análoga que, referida a la Revolución francesa, mucho tiempo atrás pude leer; un aforismo preciso que apuntala la inexorabilidad de algunos trances por más que su advenimiento nos cause sorpresa en el momento concreto en que se producen. La puerta de la panadería de Perico se candó definitivamente como sucesivamente fueron bajando la persiana la tienda de Donata, la de Claudia, la de Mari, la de Joaquina, la de Marcos -reconvertida en sus últimos días en el quiosco de Tomasa-; como trancó el estanco de Ana, el bar de Lolo, el de Solorza, el de Ángel o el Rancho de Desi. El de Nini y Nieves se libró de la definitiva clausura porque un traspaso acudió al rescate. Y se mantendrá vivo mientras María Jesús aguante en el doble sentido -sostener o llevar con paciencia- del verbo aguantar.  

Así, uno a uno, los establecimientos de Rasueros fueron marchando. Se fueron marchando porque previamente, nuestros padres, los padres de tantos ‘Daniel, el Mochuelo, entendieron que ‘irse’ y ‘progresar’ caminaban de la mano; que, al menos, el ‘quedarse’ confinaba la certeza de un deterioro vital. Al contrario que Delibes -Dios me ampare- entiendo que las cosas -estas cosas del despueble y el agotamiento del mundo rural tal y como le conocíamos- sucedieron así porque no podían haber sucedido de cualquier otra manera.

La panadería de Perico, Pedro, fue antes la de la ‘señá’ Jacinta, su madre. Ahora, hasta ya, la regentaban sus hijos, Rubén y Ramón; pero para la gente de mi generación nunca perdió el nombre con el que la conocimos de renacuajos. Aún de chaval, vi las llamas que se asomaban por el tejado, me conmovieron las lágrimas de Pedro y Mari,; presencié la voluntad de un pueblo volcado en apagar el incendio. También -tiempos del autoabastecimiento, los de antes de los empaquetados- contemplé a las mujeres del pueblo, a mi madre, acudir al horno a ‘hacer magdalenas’, moritos o pastas. La necesidad de una inversión, irrecuperable dada la coyuntura, echa la llave. Inexorable. Y dolorosa porque es la llave de nuestra vida.

 Artículo publicado en El Norte de Castilla el 4-11-2025

 

 

 

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