domingo, 20 de octubre de 2024

LA LEY DEL CENTÍMETRO

Que la trama va a ir de límites queda atestiguado ya en el título, 'La ley de la frontera', de la película que Adolfo Aristarain estrenara en el 95. Tan de límites que la acción arranca en 1900, en esos días de la centuria previa aledaños al siglo veinte, cuando a unos pasos de Galicia, pero en Portugal, ve la luz João y, en paralelo, a unos pasos de Portugal, pero en Galicia, viene al mundo Xan. Los dos nacen con las páginas del destino rebosantes de designios que subordinaban sus respectivos futuros: el primero estaba incardinado a la vida religiosa; el segundo, condenado a batallar en una guerra tras escapar de otra pena, la de picar piedra de por vida en una cantera. Ambos, llegado el momento, se empeñan en rasgar unas directrices que les condicionaban, en huir de un porvenir que les asfixiaba. Huir en sentido literal: en sus entornos todo conspiraba para imponer el camino señalado. Huir al otro lado, a donde cada uno aspiraría a caminar sin más imposición que la de sus propios pies. A João -Pere Ponce- y a Xan -Achero Mañas-, la frontera se les convierte en línea de separación entre el aliento del perseguidor y el terreno expedito para extender las alas, entre la vida y la muerte. En sus evasiones cruzadas caminaron hacia un inexorable encuentro que nunca podría satisfacer a la vez a los dos.

A una distancia aparentemente irrelevante, un centímetro un poco más allá, un poco más acá, se le confiere el poder de condicionar el porvenir, de recluir en prisión o quebrar condenas, de escribir fatales augurios o de tachar los previamente anotados. A los setenta minutos del partido en Mendizorroza, un gol de Guridi adelantaba al Alavés.

El designio del Pucela, de este Pucela inocente en área propia, inofensivo en la ajena, estaba escrito. Hasta ahí, poco más de una hora, había durado la ilusión de romper una pesada inercia de derrotas o empates a nada. El 'otra vez lo mismo', resonaba monocorde, chinchón, en las cabezas de jugadores, técnicos, aficionados blanquivioletas… e interfería con el rugir de la celebración babazorra.

De repente, el silencio enmudeció el estadio y con ello se acalló el estridente lamento pucelano. Unos a simple vista imperceptibles centímetros ocultaban las claves de la tesitura que o bien condenaría al Pucela a vestir hábitos, a ser fusilado por desertor, a picar piedra de por vida, a continuar su periplo por la senda trazada hacia el abismo, o bien unas pulgadas de alivio, unas toneladas de aire. Un palmo que habría de dictar sentencia; el brazo del árbitro -estirado hacia delante, gol y condena; hacia arriba, un hálito de esperanza- la revelaría.

El gol fue anulado y se desencadenó el pucelano arreón final que disolvió, al menos por una semana, vaticinios y temores. Dos goles que, mucho me temo, no se habrían alcanzado si hubieran arrastrado un marcador en contra. Incluso, me temo, insisto, no habría cabido la descabellada decisión arbitral del segundo penalti. Nunca se podrá saber, pero…En cualquier caso, de nada serviría el centímetro que te sonríe, la coyuntura que te empuja, si no hubiera capacidad de interpretar la mirada, de no caerse tras el impulso. Y el Pucela devolvió la sonrisa, se propulsó hacia delante. Y eso es mérito que apuntarse, pilar sobre el que afianzarse. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-10-2024

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