lunes, 2 de diciembre de 2024

EL LOBO PERDIÓ EL PELO

Las correcciones de Doña Margarita constaban simplemente de tres registros: la 'B' de bien, que refrendaba las tareas correctamente efectuadas; la 'M' de mal, que denunciaba la impericia del artista; y la 'R' que se apoderaba de todo ese vasto territorio intermedio nominado con el vago concepto de 'regular'. Regular; ni bien del todo, ni del todo mal, entendí, y me satisfizo la definición. Hasta que viendo la retransmisión, tal vez solo el resumen, de una etapa de la Vuelta escuché que se obsequiaba con un galardón y, con parecerles poco, se distinguía con una camiseta de un color especial al que obtenía el premio de la regularidad. Colapsé. Se otorgaba un reconocimiento a un ciclista por no hacerlo ni bien ni mal.

No me cuadraba y, estupefacto, se lo comenté a Doña Margarita. Es como si usted colocase en primera fila –el premio que ella concedía a quienes mejor se sabían la lección– a alguien con una 'R' en todos los ejercicios –me quejé–. Sonrío y me explicó la noción de polisemia sin utilizar la palabra 'polisemia'. 'Regular' –añadió–, además de 'ni bien ni mal', como dices, puede significar que una tarea se realiza de una forma constante, sin apenas cambios. Entonces, pensé, ganará el premio de la regularidad el ciclista que quede más veces en la misma posición. Y eso me convenció: tiene mucho mérito, reconocí, ocupar recurrentemente, no sé, el puesto veintisiete, sesenta y cuatro o ciento cuarenta y tres, como el licor del anuncio.

Con este criterio, el Pucela luciría el maillot de la regularidad. Abruma la constancia en el desempeño. Siempre mal, pero siempre igual. Con los registros de Doña Margarita, no pasaría de una aburrida, repetitiva, machacona, lacerante y dolorosa colección de mayúsculas 'emes' que delatarían su torpe desempeño. Peor, denotarían una asumida garantía de incapacidad. Ni una respuesta a pregunta alguna, ni el resultado de una operación aritmética, ni los pocos renglones de cualquier redacción del alumno Real Valladolid albergaron la más mínima esperanza de que, en un futuro perceptible, siquiera alguna 'R' pusiera fin a la retahíla de 'emes'. Más que nada porque la respuesta, por más que incorrecta, siempre fue la misma; porque no variaron los números erróneos de la cuenta repetida; porque la redacción no aportó más que un desiderativo 'quiero ganar' sin incluir argumento alguno.

Con otro entrenador tampoco se conseguirá sublimar el juego; probablemente ni siquiera alcanzar la permanencia. Probablemente. Con Pezzolano, ya no había manera. Insistió con denuedo en lo que no funcionaba. Y nadie esperaba cambios a estas alturas: por Italia , con razón, afirman que 'il lupo perde il pelo ma non il vizio' (el lobo pierde el pelo, pero no el vicio).

La afición, no sé si de la mejor manera, la chanza no suele ser un paliativo idóneo, rubricó una sentencia anunciada. Diseñó la escenografía, jugó su propio partido, se volvió de espaldas. Parte de ella, con una discreción a voces, abandonó muchos de los asientos que ocupaba. Amagaba el riesgo de que la desafección corroyese más madera que la del armazón de esta infausta temporada. Pezzolano, como ha acontecido de forma regular, ocupó un asiento en la grada; tan cerca, tan lejos de la afición.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-12-2024

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