Obviamente me equivoqué, cuando, en los días previos
al comienzo de esta infausta temporada, decidí que 'caminando sobre el alambre'
sería un título idóneo para esta ventana, un encabezamiento que habría de
definir la venidera peregrinación por la categoría recién adquirida: un caminar
de funámbulo contorsionándose en pos de equilibrar su cuerpo para lograr
mantenerse en pie y así alcanzar la plataforma de salvación. Mis dotes
proféticas quedaron en entredicho demasiado pronto: la caída fue tan prematura
que no ha existido caminar, ni siquiera alambre. Tan temprana, que el resto del
trayecto ha supuesto sin más el prolongado trasiego hacia la nada del acróbata
abatido, un rosario de pasos intrascendentes, desilusionados y, peor aún,
desilusionantes. Tan largo, que el final ha generado un resuello de alivio. El
sonido del silbato que puso fin a este pertinaz esperpento me provocó la misma
exclamación que recordé se producía tiempo atrás en mi pueblo cuando, en
verano, mi tío Pedro celebraba la misa. Este, que ejercía de sacerdote en otros
puntos de la provincia, regresaba a la casa de sus padres y sustituía a don
Rufino, el párroco local, que simétricamente se desplazaba a su localidad de
origen. El hombre se extendía tanto en el ceremonial que la misa excedía con
creces el tiempo al que la concurrencia estaba habituada. De tal forma que,
tras el 'podéis ir en paz', alguna voz socarrona, en vez del consabido 'demos
gracias a Dios', se limitaba a resoplar, entornar los ojos y aventar un sonoro
'gracias a Dios'.
El colofón, no podría ser de otra manera, se ha
convertido a la vez en compendio y antítesis. Compendio en cuanto que el
encuentro ha recopilado las carencias arrastradas a lo largo de la competición
–perdón por utilizar esta palabra ultrajada en blanquivioleta–por este grupo
desasido, desamparado, incapacitado, abatido... El Leganés, otro descendido, ha
plasmado la abisal diferencia que separa el 'caminar sobre el alambre' de un
equipo consciente de sus limitaciones del arrastrarse semana tras semana en cada
estadio de la categoría. Antítesis, precisamente, al observar el desempeño
pepinero. Al final, comprobamos que un idéntico resultado no responde a
prácticas similares. Al constatar la opuesta reacción de ambas aficiones –una
reconoce aplaudiendo, la otra digiere maldiciendo–, resulta sencillo colegir
los antagónicos estados de ánimo. De la misma manera con la que encontramos,
así cantaba Leño, 'maneras de vivir', también existen maneras de descender. Y
ha correspondido la peor.
Punto final, punto y seguido. Vendrá la próxima temporada, trasiego para arrostrar, desierto para atravesar. Un viaje, además, pleno de cambios por desentrañar. Más que venir, iremos a ella. Y puesto que será obligatorio tomar una decisión al respecto de cómo enfrentar el tiempo que atravesamos y nos penetra, me quedo con el consejo de la abuela Luz María –el personaje interpretado por Zenia Marabal en la película dirigida por Benito Zambrano 'Habana Blues'– en una de las escenas rodadas y no incluidas en el metraje: «Pase lo que pase y venga lo que venga, nunca pierdas la ternura». Pues eso. Ternura y agradecimiento a ustedes.
Publicado en El Norte de Castilla el 26-5-2025