La pelota topa
con la cinta superior de la red de la pista de tenis y se eleva. Woody Allen
ralentiza la secuencia del ascenso de la bola hasta que esta alcanza el punto
de máxima altura. Justo en ese instante previo al descenso, Allen detiene la
imagen. ‘Match Point’, el resultado de una inercia desconocida, la suma de magnitudes
-presión, humedad, temperatura, densidad…- a priori despreciables por su ínfima
incidencia, un soplo de aire, la reverberación de un sonido… o el azar
demediado determinarán el lado de la cancha en el que botará la pelota,
repartirán aleatoriamente sonrisas y llantos. Propiciarán, incluso, la
escritura de relatos épicos que encumbrarán a las cimas del Olimpo al
favorecido por la por la decisión del bote, que cuestionarán el proceder del
compungido perjudicado por la fatalidad.
El azar, un azar
desapegado del destino, circunstancial, inopinado, que distingue sin más
criterio que el ‘porque sí’, resuelve un partido de fútbol como discierne al
respecto de la vida o de la muerte en rebuscadas sentencias que aventuraban lo
contrario. Sea un penalti en contra que remueve un partido a tu favor o un
informe médico que al traspapelarse evita el riesgo de un diagnóstico tardío.
Conozco el caso. A un paciente oncológico, por asuntos diferentes a los de su
proceso, le realizan una gastroscopia. Cuando acude a por el resultado, le
informan de que el expediente no aparece. Verbalmente, a la par que el médico
se disculpa, le indica que no había nada preocupante pero que, ante la
eventualidad, correspondería efectuar de nuevo la prueba. Así ocurre. Dos días
después de un TAC en el que no aparece rastro tumoral, se practica la segunda
gastroscopia en la que da la cara ‘un pólipo que por tamaño y color no debe
preocupar’. Hasta que en anatomía patológica lo analizan y resulta ser una
metástasis localizada y en su mínima expresión. La pelota traspasó la red, cayó
del otro lado, punto a favor.
La UD Almería,
que redujo a la nada al Pucela en el primer tramo de partido, pudo certificar
su dominio transformando un claro penalti provocado a resultas de dicho meneo.
Cabezas gachas en el estadio, sometimiento futbolístico y una máxima pena
pendiente de transformar en número la elocuente sensación. El balón, manopla de
Guilherme mediante, no atravesó la línea. El marcador no entiende de dominios,
apunta goles y no hubo razón para alterarlo. Pero el ánimo sí vive sujeto a
impactos y este yerro almeriense propició la dilución del propio, el realce del
de los blanquivioletas. Había partido. Por eso me apasiona este juego, por su
fragilidad, por sus recovecos, incluso porque -como la vida- puede ser tan
injusto y cruel como arbitrario y generoso. Dos realidades que no dejan de ser
la misma vividas desde perspectivas opuestas. Porque el fútbol no miente,
muestra. También lo que no gusta.
La cinta de la
red continuó siendo golpeada. El mismo partido, años atrás, sin el VAR
reajustando, hubiera cambiado de bando los gestos. Gol válido posteriormente
anulado a los rojiblancos, mano discreta de dos defensas almerienses observada
por la cámara chivata. Dos pelotas de partido salvadas por el Pucela. Más, dos
jugadas simétricas, remate franco al larguero de uno y otro, antes del uno y después
del otro, concluyen con finales opuestos: ocasión perdida del primero, ‘deuce’,
iguales; para el segundo, penalti en el rebote. Match point que Latasa certificó
previo uyuyuyuy y consolidó el juego, set y partido.
Claro, para que
la pelotita golpee la cinta resulta imperativo percutirla previamente, atizarla
una y otra vez. El empeño mayúsculo del Pucela propició un resultado inmerecido
por juego, sí, pero la casualidad asomó cuando voluntad, esfuerzo y convicción
tocaron a su puerta. Casualidad que, eso sí, no suele repetir visita. Quedarse
con el resultado como única enseñanza acarrearía el riesgo de confiar en la
cinta, en la inercia, en el viento o en que se traspapele el informe de la
gastroscopia.
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