Cuando niños, dispuestos en corro, jugábamos
a las palabras encadenadas, la última sílaba de cada palabra se convertía en la
dársena desde la que arrancaba la siguiente y así al vocablo pena sucedía nabo
y a nabo, borrasca. El que erraba era eliminado hasta que sólo uno quedase.
Uno, un día, rema, remando, como continuación a fresco o quizá a loco dijo
coñac y el siguiente calló. Por las miradas comprendimos que nadie tenía
respuesta, que coñac era un portalón que solo podríamos abrir con nuestro viejo
diccionario Rancés, fuimos a casa pero nones. No encontramos la maldita palabra
que cerrase coñac y abriese de nuevo el mundo de las sílabas.
Ayer los mismos amigos, en el corro de una
mesa recreamos esa sensación. El tiempo pasa, mas el juego permanece, eso sí,
con algún pequeño cambio: las palabras ya no se encadenan por sílabas sino por
la economía y el miedo. Así Elche se relaciona con El Ejido y entremedias las
palabras emigración y extranjero; de astillero, por medio deslocalización y
competencia, se arría en remolacha y de esta en precio y gasoil
consecutivamente. Donde antes coñac, ahora globalización y vuelta a empezar.
Globalización es la palabra que antecede al
silencio, es el oscuro callejón al que inexorablemente nos vemos abocados. Es
la excusa justiciera, la daga en el cuello, pero encierra una trampa: si bien
es inevitable -y deseable- el acorte de la distancia y la relación entre lo que
sucede en los distintos puntos del planeta no lo es que los procesos y sus
efectos tengan que ser los que son. Entre ellos el que más sonrojo produce, el
chorreo de vidas segadas por el hambre o por enfermedades fácilmente curables.
El llanto carente de esperanza ante la necesidad absoluta.
Lula da Silva, presidente de Brasil, intenta
embaucar en una campaña contra el hambre a diversos gobernantes del mundo
rebosante, pretende llenar su agenda de deseo de justicia y agruparlos en su
causa. Plausible misión pero escasa respuesta, todo lo más acrecentar las
ayudas. Ojalá me equivoque pero la
infección que nos azota tiene mala pinta y no es con pocas dosis de
paños calientes con lo que sanará. Lula, desde una izquierda no burguesa, desde
el conocimiento y la empatía con los más desfavorecidos, alejándose del
paternalismo, se ha embarcado en una labor titánica. El órdago está sobre la
mesa, veremos qué palabras le suceden. Entretanto buscaré una para encadenar a
ilusión.
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