martes, 9 de agosto de 2005

NUESTRAS CABEZAS SON DIANAS

Si hay una profesión que ha mejorado sustancialmente la seguridad en el trabajo ésta es la milicia. Eso sí, como contrapartida, la merma de sus riesgos laborales ha multiplicado el de todos los demás. La epidermis del planeta es un pentagrama en el que los humanos nos disponemos componiendo música de réquiem. El insondable silencio de los muertos colaterales clama contra su desdicha, chorros de sangre vertidos por los intereses de unos o el fanatismo de otros. El clásico pacifista “imagina que hay una guerra y nadie va” ha envejecido de súbito, ahora es la guerra – sus secuelas de rabia y muerte- la que se encamina hacia los que no la queremos. La rebelión contra esta lógica depredadora exige restaurar el grito, si hay una guerra vamos todos, pero a pararla. El clamor contra la guerra, contra las guerras, contra los parásitos de las guerras, debe abolirlas como instrumento. El silencio de los vivos aturde la quietud de los muertos y dulcifica la labor de los que nutren su poder y sus cuentas con sangre, mañana puede ser la tuya.

En esta espiral de terror nos sacuden noticias que escapan de cualquier lógica: niños rehenes en una escuela, asalto a la escuela a la voz “que sepan quien manda”. Centenares de muertos por estar allí. Más ataques a la razón de los acomodados, dos periodistas franceses secuestrados cuando Francia se opuso a la invasión de Irak, la misma suerte acarrean dos mujeres italianas y dos hombres iraquíes cuya labor en una ONG no era más que la denuncia de una sangría y la ayuda a los anónimos colaterales.

Si las reglas que adornan nuestro pensamiento no nos valen usemos otras. Nuestras vidas no valen más que los peones en una partida de ajedrez. No tienen valor para los que nos atacan ni para los que dicen defendernos, como ha sido desde la noche de los tiempos, la realidad es así de tozuda.

Los que derribaron las torres gemelas, ejerciendo de verdugos pretendían -y consiguieron- una respuesta brutal para arrogarse con nitidez el papel de representantes de las inexorables víctimas posteriores. Los estados ejecutores de las masacres posteriores urgían de un enemigo para reforzar su maquinaria militar y no desaprovecharon la ocasión. Sus alardes de falso humanitarismo no empañan a nuestros ojos sus mentiras. 


En este ir y venir de la muerte lanzada al azar nos encontramos inermes, al verlas venir. Las manifestaciones contra la guerra deben extender sus pretensiones, se trata de nuestra vida que, de momento, está en manos de otros y eso es la antítesis de la libertad, de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario