Si hay una
profesión que ha mejorado sustancialmente la seguridad en el trabajo ésta es la
milicia. Eso sí, como contrapartida, la merma de sus riesgos laborales ha
multiplicado el de todos los demás. La epidermis del planeta es un pentagrama
en el que los humanos nos disponemos componiendo música de réquiem. El
insondable silencio de los muertos colaterales clama contra su desdicha,
chorros de sangre vertidos por los intereses de unos o el fanatismo de otros.
El clásico pacifista “imagina que hay una guerra y nadie va” ha envejecido de
súbito, ahora es la guerra – sus secuelas de rabia y muerte- la que se encamina
hacia los que no la queremos. La rebelión contra esta lógica depredadora exige
restaurar el grito, si hay una guerra vamos todos, pero a pararla. El clamor
contra la guerra, contra las guerras, contra los parásitos de las guerras, debe
abolirlas como instrumento. El silencio de los vivos aturde la quietud de los
muertos y dulcifica la labor de los que nutren su poder y sus cuentas con
sangre, mañana puede ser la tuya.
En esta espiral de
terror nos sacuden noticias que escapan de cualquier lógica: niños rehenes en
una escuela, asalto a la escuela a la voz “que sepan quien manda”. Centenares
de muertos por estar allí. Más ataques a la razón de los acomodados, dos
periodistas franceses secuestrados cuando Francia se opuso a la invasión de
Irak, la misma suerte acarrean dos mujeres italianas y dos hombres iraquíes
cuya labor en una ONG no era más que la denuncia de una sangría y la ayuda a
los anónimos colaterales.
Si las reglas que
adornan nuestro pensamiento no nos valen usemos otras. Nuestras vidas no valen
más que los peones en una partida de ajedrez. No tienen valor para los que nos
atacan ni para los que dicen defendernos, como ha sido desde la noche de los
tiempos, la realidad es así de tozuda.
Los que derribaron
las torres gemelas, ejerciendo de verdugos pretendían -y consiguieron- una
respuesta brutal para arrogarse con nitidez el papel de representantes de las inexorables
víctimas posteriores. Los estados ejecutores de las masacres posteriores urgían
de un enemigo para reforzar su maquinaria militar y no desaprovecharon la
ocasión. Sus alardes de falso humanitarismo no empañan a nuestros ojos sus
mentiras.
En este ir y venir
de la muerte lanzada al azar nos encontramos inermes, al verlas venir. Las
manifestaciones contra la guerra deben extender sus pretensiones, se trata de
nuestra vida que, de momento, está en manos de otros y eso es la antítesis de
la libertad, de la vida.
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