lunes, 7 de septiembre de 2015

PEQUEÑO,PEQUEÑO

En las asignaturas que permiten que la imaginación vuele, aquellas en que los exámenes son más propensos a enrollarse, los alumnos que se han preparado a medias tienden a pensar que los profesores corrigen al peso y escriben todo lo que se les ocurre que tenga algo de relación con lo que se pregunta con la intención de llenar folios y folios. Pues más o menos en estas me encuentro. Si de por sí es difícil valorar un partido que se ve por la televisión, no digamos cuando se ve por uno de esos canales de internet en que los jugadores de repente se paran o empiezan a caminar como robots. Pero es lo que hay, un partido visto, digamos, grosso modo.


Aun así, ya digo, a ojo de buen cubero, el Pucela pareció pequeño, muy pequeño. Caben las excusas claro, que si jugamos con diez casi todo el partido, que si el penalti, que si tal. Sonarían, sin embargo, como las del niño pillado in fraganti. Antes de eso, Acorán, un clásico de la Ponferradina, se encargó de sacar todos los colores posibles a la defensa vallisoletana. Primero con un quiebro y un remate al larguero, después robando la cartera a Juanpe, el interminable central pucelano y provocando la pena máxima que dio origen al gol. El día del primer partido pregunté en la redacción por las sensaciones que habían transmitido los nuevos en pretemporada. Al preguntar por este chico me respondieron que iba muy bien de cabeza. Al modo de Machado pregunté si muy bien para pensar o para embestir. Hubo risas y ahí acabó la conversación. Hoy demostró que, para pensar, poquito y que los pies no los mueve con la sutileza necesaria. Levantó uno en exceso, Acorán, que estaba en todas, no siguió el conservador consejo de no meter las narices donde no le llaman y terminaron, pie y nariz, coincidiendo en el mismo punto. Ahí terminó todo. A partir de ese punto la pequeñez pucelana se encogió más si cabe. Intentaba, ponía voluntad, quería, todos esos tópicos que salpican al fútbol y a los libros de autoayuda, pero que sin plan ni talento sirven para inflar globos. Tan es así que el portero rival no vio el balón ni cerca. A priori podíamos pensar que la portería berciana estaba protegida por un enchufe del cielo, Santamaría, pero podría haber estado allí el último demonio, tanto hubiera dado. Como aquellos alumnos a los que les preguntan por Kant, Garcilaso de la Vega o el reformismo luterano, han oído campanas pero no saben dónde, la hora y media del examen iba pasando lenta. Llenaban folios pero sin nada sustancial que aportar. La Ponferradina, ejerciendo como el profesor que ya está de vuelta, que de puro viejo conoce a los alumnos mejor que ellos mismos, miraba de reojo y dejaba hacer. Hasta que se cansó, dio un puñetazo en la mesa y dijo: señores, de nada sirven sus intentos por parecer que hacen algo. Y con otros dos postreros goles, pidió los exámenes y enterró las esperanzas de aprobar.
Otra vez será, se podría pensar; es un accidente de tantos que hay a lo largo del año, se podría decir. Pero no, salvo que las últimas incorporaciones sean sorprendentemente buenas, bien está hacerse a la idea de que el curso será muy duro y muy largo. Las camisetas, los nombres, el pedigrí, de poco vale. Mucho menos, por supuesto, que la realidad del momento.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 07-09-2015

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