sábado, 23 de enero de 2021

NORMALIZADO Y MUY NORMAL

Supongo que nuestros antepasados homínidos, antes de desarrollar el habla, utilizaron los dedos para transmitir información contable. El desarrollo de la capacidad numérica ha sido imprescindible para que el sapiens se adueñara del planeta, para que la historia sea la que es. Con los números pudieron tener una idea cabal de lo que les rodeaba para transmitir una información más económica y precisa al resto de los paisanos.

Si la cuenta se refería a los mamuts, resultaba sencillo. Tres son tres y cinco son cinco. Pero las distancias, los volúmenes, requerían otro paso en la abstracción: definir y consensuar en cada comunidad las unidades de medida. Cuando la comunidad fue el planeta, hubo que adecuar medidas válidas universalmente y así el metro o el litro sustituyeron al pie y la vara o a la fanega y el celemín.

Posteriormente, los humanos introdujeron otro acuerdo numérico para favorecer los intercambios: la normalización. De esta manera, la distancia entre las dos espigas de la clavija de un enchufe es la misma, sea cual sea el fabricante, que la que existe entre los agujeros del tomacorriente. Por eso siempre encajan.

Los procesos de normalización se han desarrollado hasta tal punto que incluso los hay que rigen sobre el nivel de protección ante la entrada de polvo o líquidos de los equipos eléctricos. Para ello, la Comisión Electrotécnica Internacional (CEI) ha estandarizado una clasificación en la que asocia un par de dígitos a las letras IP (acrónimo de Ingress Protection). Cuanto mayor sea el número, más protegido estará el equipo. Y sin duda, el equipo de Primera más protegido, si nos atenemos a la norma de la CEI, es el Real Valladolid: ningún otro tiene la portería defendida con MasIP.

Juegos de palabra aparte, el catalán ha sido un valladar que ha defendido con solvencia la portería en esta etapa en la que, al margen de cualquier valoración estética, se han ido cubriendo los objetivos. No por ello ha evitado formar parte del grupo de sospechosos habituales: esos jugadores que en cuanto fallan desatan la furia del río revuelto de la crítica ventajista. La temporada pasada, tras cada error de Masip, el nombre del madridista cedido Lunin asaltaba las redes sociales. Esta temporada, tras caer de la alineación por COVID, ha vuelto a ella sin que el ruido haya cesado. En algunos foros, se apunta que Roberto ganó la plaza; lo cierto es que Masip no la perdió.

Yendo más atrás, cabe resaltar la valiente decisión de venir estando el Pucela en Segunda. Abandonó la comodidad del Barça. Pudiendo haber elegido una plaza en Primera, dio dos pasos atrás para aumentar las garantías de titularidad. Prefirió protagonismo a dinero y salió ganando. Bien es cierto que las decisiones son buenas o no en función de lo que posteriormente ocurra: en este caso, fue óptima. 

Su apariencia liviana y su rostro serio le alejan del estereotipo del portero grande y  medio pirado. Incluso, cuando encaja, muestra el pesar sin estridencias. Su movimiento de brazos suena más al aleteo inconsciente de un ‘qué queréis que haga’ que a un reproche a sus compañeros.

La camiseta amarilla acentúa esta sensación de cordura. Huye de la vieja superstición que relacionaba esa gama cromática con el mal fario. La elección de camisetas chillonas se relaciona con la psicología del color: llaman la atención y el delantero les tira a dar. Estudios existen que lo confirman. 

En fin, además del mayor grado de protección, la portería del Pucela está cubierta por un tipo de apariencia normal, más para estos tiempos que corren. Los clásicos le definirían como el yerno ideal. Hasta sale poco.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-01-2021

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