Cuatro minutos y ya había tomado una nota que definía ese lapso como horroroso. Es muy poco tiempo para un juicio tan categórico, ya, pero los antecedentes aportaban una información adicional: ese arranque no era consecuencia de un ataque brusco e intempestivo del rival sino la reafirmación de un estilo basado en el esperar y ver, en una actitud contemplativa. No entendamos esto como una carencia volitiva de actitud, no tiene que ver con las ganas.
Salvo algún día, el juego del Real Valladolid me recuerda a
Lila, la perra de Yepes. Dobla los cuartos traseros, pone el culo en el suelo,
se apoya en las patas delanteras y se
encomienda a San Isaac Newton, patrón de las cosas que caen. Así,
incluso frente al colista. De tanto en tanto, como cuando le cae un trozo de
chorizo a Lila, se recogerán buenos resultados que permitirán sobrevivir una vez,
dos… pero esa ausencia de grandeza conforma un estado mental que ha conllevado
un inexorable empequeñecimiento, hasta el punto de que el equipo da muestras de
haberse diluido.
Para llegar a este estadio, fue la idea la que se licuó de
tanto usarla. Lo que parecía sólido se fue difuminando. La sobriedad de esos
partidos en los que el Pucela convirtió en arte el que no pasara nada ha dado
paso a una especie de fordismo del error defensivo: para fabricar el gol rival,
los errores se cometen en cadena. Así apareció ese cuchillo que afina el
pensamiento pero que degüella el obrar: la duda. Los rasgos que hacían reconocible
al equipo se desdibujaron, los perfiles se mostraron indefinidos y los trazos,
inconcretos. A Sergio, al fondo, le cuesta fijar la línea que separa la materia
del vacío. El primer paso se dio cuando se otorgó validez a cualquier excusa
para justificar una derrota. Y no, no vale lo de que ‘en fútbol se puede perder
o ganar’. No. Puedes ganar o que te ganen, que no es lo mismo.
Este Pucela está en la lona como el pobre Miguel, sin
capacidad aparente para ver claro. La sucesión de puñetazos en el mentón le han
noqueado. En la película, una de esas que terminan bien, el protagonista se
levanta. La esperanza de cumplir objetivos se difumina y ya son mayoría los
aficionados que reclaman un cambio que el club no está dispuesto a brindar.
Pero ojo, igual que uno no va al bar a comprar cerveza, sino a disfrutar de un
espacio grato, el fútbol no vive de ofrecer fútbol en sí sino de la ilusión que
provoca. Y el almacén blanquivioleta está (casi) vacío.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-01-2021
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