domingo, 15 de enero de 2023

LA SILUETA DIFUMUNADA

En los partidos de pueblo, pachangas de barrio, torneos de instituto o en el clásico solteros contra casados, la táctica y la estrategia estriban en pasar el balón al bueno y esperar a que este resuelva. Los demás, a correr para recuperar la pelota y aguantar el sofoco. En la élite, un poco también, pero algo menos. Básicamente porque los buenos parecen menos buenos al no ser tan malos los malos. Toca entonces diseñar planes de juego que posibiliten encontrar el Santo Grial futbolero: una situación ofensiva de superioridad. A veces se logra apelando a una virtud propia, otras forzando un error ajeno. El Rayo la encontró en torno a la hora de juego por esta segunda vía. En pos de una presión, las piezas defensivas pucelanas se movieron coordinadamente hacia su izquierda. En la derecha, claro, se dibujó un vacío. A ese espacio acudió Álvaro como una flecha. Plata no se percató, y tuvo que ver el gol desde una plaza de privilegio. El rayista recibió el balón. A partir de ahí, todo les fue coser y cantar. Cada pucelano llegaba a su cita con retraso, cada rival disponía de tiempo sobrado para ejecutar. Sorprender, lo que se dice sorprender, no sorprendió a nadie. Apostaría a que muchas conversaciones inmediatas arrancaron con un 'ya te lo decía yo'. Al fin, quien más quien menos asumía tal desenlace por lo de sobra sabido de este Rayo de Iraola –qué pena que no viniera en su día–, un bloque que, sin grandes nombres, ha solidificado hasta obtener grandes resultados a través de un juego agradable, por lo visto en el campo hasta ese momento y, sobre todo, por la inoperancia ofensiva local. Con todo, más que esa hora, por la nula capacidad de reacción, por la ausencia de rebeldía ante la adversidad, me desasosiegan los treinta largos minutos restantes. El Rayo ni se sintió interpelado. La carencia de recursos fue tan notoria que la única alternativa/ocurrencia consistió en la bravuconada de colocar a El Yamiq, homenajeado en la previa por su desempeño defensivo en el mundial, como delantero centro. Delantero pichichi, diría el Amador Rivas de 'La que se avecina'. Pero no nos engañemos con perogrulladas al uso, no es gol lo que falta sino juego. No es Weissman o Guardiola, sino plan y ejecución. Me escribe un amigo por WhatsApp que «si hoy hubiera jugado Halaand el resultado habría sido igual». Pese a ser abogado, tiene razón. Un juego que vimos, que existió, que el parón ha difuminado hasta mostrar un contorno irreconocible. Sabíamos, apuntado está, que Pacheta no mantiene un once definido sino que va alternando a sus jugadores, que no propone siempre el mismo esquema sino que presenta diferentes dibujos, que entiende la cohesión del grupo como sustento... pero algunos movimientos ante el Rayo desconcertaron. La ausencia de Mesa, de pieza esencial a único centrocampista sin minutos, le convierte en expediente X. Más, la salida de Weissman tras la lesión de Kenedy –este año parece que no va a ser el suyo, ojalá pueda volver y tenga tiempo para taparme la boca– modificó la silueta obligando a cambiar las posiciones de partida a media docena de jugadores. Hubo desconcierto, desacoplamiento, desorden hasta el punto de tener que revertir el primer cambio con un segundo, Plano por Guardiola, para retornar al origen. Hasta este partido andábamos quejándonos de que el Valladolid mostraba dos caras, una de local, otra de visitante. A ver cuándo, nos decíamos, juega igual fuera que en casa. El genio de la mala leche ha debido escucharnos. Deseo concedido, en Zorrilla igual que en Cornellá, El Sadar, San Mamés o Son Moix. Pese a lo dicho, por imposible que parezca, el Pucela no fue lo peor del partido. Hubo un árbitro, Melero le dicen, cuyo silbato no reparte precisamente miel. Madre mía...

Publicado en "El Norte de Castilla" el 15-01-2023

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