La afición del Valladolid, una vez inhumada la era Pezzolano, esa aciaga etapa en la que hasta la esperanza había huido, se prende de otro mito, 'a nuevo entrenador, victoria segura', un clavo al que se agarra para sustentar el anhelo de la reversión de la calamitosa dinámica. La circunstancia de que, una semana después, no se haya confirmado aún un nuevo entrenador, además de confirmar la desidia en la gestión deportiva del club –perdón, Sociedad Anónima Deportiva–, ha abierto un periodo de interregno que, si me permiten la broma, ha teñido al Pucela de Rubio. Especular al respecto de la nueva imagen del equipo carece, de momento, de recorrido. Salvo que, y no lo descartemos dada la improvisación mostrada, el tinte dorado se mantenga hasta el final de temporada. Casualmente, este partido del ínterin, por el rival, alimenta la esperanza de que el aforismo citado rescate al Pucela: al fin y al cabo, la inoperante U.D. Las Palmas de las primeras jornadas, tras el pertinente cambio de entrenador, vuela, lamina rivales, acumula puntos, elude el miedo. Se yergue imperioso como McKenna ante el derrumbado Sylla. La fuerza del tópico, además, se acrecienta con el recuerdo propio, cuando la historia particular estimula la capacidad de fantasear. Si ya ocurrió en la 95-96 que un Pucela agonizante en el momento en que se produjo el cese de Rafa Benítez recobrara el aliento tras el boca a boca de Cantatore, ¿por qué no se puede levantar al moribundo actual?
El método científico no garantizará que vaya a ocurrir, pero, mientras las matemáticas lo permitan, no puede negar la posibilidad.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-12-2024
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