domingo, 4 de marzo de 2012

Desilusión y ucronía

París había enamorado a Hemingway tanto que, aunque el joven escritor no comiese todos los días, escribiera que los allí vividos fueron años felices. De sus peripecias parisinas rinde cuentas en un libro que se convierte en foto fija de un lugar; crónica de un tiempo los años veinte reflejo de las ilusiones de un grupo de escritores norteamericanos la generación perdida: París era una fiesta, que, sin llegar a ser novela, excede los límites de un diario. En sus páginas podemos encontrar un consejo que hoy no podré seguir: «Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él, porque ese alejamiento te da una mayor perspectiva». Digo que no podré hacer caso a Hemingway porque tengo que escribir este artículo inmediatamente después de que el Real Valladolid haya perdido su partido. Ítem más, como el gol que tumbó al equipo pucelano fue en el último segundo, no hubo ni tiempo para mascar la amargura en el estadio. Así, aún sin digerir, se mezclan dos tipos de sensaciones: las que tienen como nutriente la desilusión y las que dibujan lo que podía haber sido.

Las primeras repiten un número, el siete, la distancia en puntos entre el Celta y el Valladolid. Futbolísticamente la diferencia es menor, creo que la plantilla pucelana no es en nada inferior a la de su rival pero que existe algún intangible que ha colocado a cada cual en su sitio y ese valor se llama fe, ilusión o hambre. La primera parte puede darnos alguna clave y el color de la grada termina de explicarlo. Los vigueses arrancaron el partido con la intención de imponerse y solo una perfecta jugada permitió al Valladolid vivir inmerso en un espejismo, el resultado. Aun así los blanquivioletas siguieron creyéndose, sin serlo, inferiores. Que antes de la media hora, Jaime diese uno de sus revolcones con la idea de perder tiempo, explica muchas cosas de lo que vimos. La afición celtiña también contribuyó a hacer creer a los futbolistas pucelanos que eran menos y peores. El estadio, vamos a dejarnos de demagogias provincianas, mostró que Vigo sueña y Valladolid, simplemente, espera. El segundo tipo de sensaciones escriben una ucronía y tienen su asiento en la segunda mitad. Algo debió decir alguien en el descanso porque salieron con otro espíritu hasta el punto de que el Celta tembló. Y como no hay distancia temporal entre el hecho y el relato, siguen bulléndome algunos condicionales: si Jofre hubiera acertado, si Nafti llegado a tiempo, si Jaime parado ese maldito balón, si, si, si...
El leonés Jesús Torbado obtuvo el Premio Nadal con su novela En el día de hoy que arranca el mismo día que finaliza la Guerra Civil pero siendo el ejército republicano el que ha vencido en la contienda. En el gris Madrid de esta postguerra ficticia camina el propio Hemingway que toma las notas que servirán como base para un libro Madrid era una fiesta.
Valladolid obviamente no lo es. Lo malo de las ucronías es, precisamente, que lo son. Y si es cierto que el Pucela fue poco a poco creciendo, también lo es que ese gol postrero nos aleja del soñado ascenso directo. Fue un gol que hizo trizas una buena segunda parte. El único consuelo lo tomamos del citado libro de Hemingway: «Todo, lo bueno y lo malo, deja un vacío cuando se interrumpe. Pero si se trata de algo malo, el vacío va llenándose por sí solo. Mientras que el vacío de algo bueno sólo puede llenarse descubriendo algo mejor».
Otra cosa tengo en común con el escritor: la adoramos (él a París, yo a la vida) aunque no tengamos el suficiente dinero para vivir en ella como nos gustaría. El Pucela tiene que sumarse a este grupo, ha de recuperar la felicidad aun en su pobreza.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 4-03-2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario