lunes, 12 de marzo de 2012

PROCESO Y METAMORFOSIS

"Alguien tenía que haber calumniado a Pucela K., porque sin haber hecho nada malo, fueron a detenerlo una mañana". Once funcionarios habían detenido al susodicho allá por junio del año pasado y, desde entonces, se encuentra inmerso en un procedimiento futbolístico del que no sabe como salir, entre otras cosas porque no sabe como entró. El caso es que el Pucela K no puede defenderse de algo que desconoce y sus argumentos son vagos e inconcretos porque en realidad no sabe qué escribir en el pliego de descargos. No deja de intentarlo pero, una y otra vez, sus apelaciones chocan con instancias superiores que detienen todas sus intenciones. Pretende alzar la vista y mirar a su alrededor, pero no ve más que situaciones incomprensibles protagonizadas por los once burócratas que se encuentran enfrente; busca ayuda en quien cree que puede ser un aliado, pero tras cada escalón que sube se abre una nueva escalera. El fiscal que acusa sin acusar debería vivir en el fútbol pero asienta su despacho en oscuras buhardillas de las afueras.
Enfrentarse al Elche tiene un poco de kafkiano: sus jugadores son soldados que ponen todo su empeño en evitar que, lo que a priori, es un juicio futbolístico se convierta en un combate de no se sabe qué. Bordalás, el jefe del batallón, se encuadra en una de las escuelas de moda, la que tiene su principal exponente en José Mourinho, caracterizada por despreciar los análisis tácticos para poner todos sus huevos en la cesta de lo emocional. Sus mayores éxitos no parten del fútbol, sino de la aplicación en este de las enseñanzas de Sun Tzu, el arte de la guerra. Desgaste físico, dominio de los tiempos y los espacios, monopolio del discurso. Sus rivales, los múltiples K, acorralados por sus dudas, perdidos en el desierto, sin salidas, yerran en cualquier momento, instante que aprovechan los bordalasianos para hincar el colmillo. Le pasó a Marc Valiente cuando pensó que el oasis del descanso estaba a un paso. Nicki Billie le robó el salvoconducto y el juez decretó el final de la primera parte de la vista oral.
Tras la pausa algo cambió. Algo o todo, porque lo que ocurrió en el campo no tenía nada que ver con lo visto antes ni con lo que nadie pudiera haber presupuesto. En el relato futurista de los más optimistas cabía que el Pucela K pudiera desmadejar el enredo, que al final el tribunal sobreseyera el caso y que del partido pudiera salir airoso, pero lo que sucedió en los segundos cuarenta y cinco minutos fue mucho más que eso. No era que el guion pareciese escrito por otra persona, sino que el propio Kafka escribía otro de sus relatos pero de atrás hacia el principio. Se trataba de La Metamorfosis, pero en este caso el Pucela Samsa se levantó y al mirarse al espejo comprobó que ya no era una extraña criatura, que se le había puesto cara de comerciante de telas y que podría mantener ilusionada a su familia porque se veía capacitado para llevar el salario del cual vivir. Es cierto que en cualquier cambio, por brusco que parezca en apariencia, es necesario un tiempo de adaptación para recuperar la destreza y a pesar de ser reconocible (de nuevo, por fin) futbolísticamente no conseguía el toque sutil que definiese el partido, una y otra vez el infortunio del milímetro evitaba el gol, pero cuarenta y cinco minutos fue el tiempo necesario para que llegase la transformación definitiva.
Al final el misterio no lo es tanto. Cuando coinciden en el campo Óscar (¡qué larga se nos hizo su ausencia!) y Álvaro Rubio (¡qué incomprensible la suya!) hasta el ser más amorfo toma forma de equipo de fútbol; más aun, si Alberto Bueno muestra su verdadero potencial, ese que le permite hacer cosas como las que hizo antes de regalar el gol a Javi Guerra, Jofre encuentra su sitio y Sisi sigue siendo Sisi...
Javier Yepes dice que en cualquier selección siempre hay que elegir a los buenos, en mi pueblo le replican que eso es evidente, querido Watson, que con buena…

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